Reflexiones: carta a don Juan Tenorio

27/09/2013
 


Mi querido don Juan:

     Este año te has precipitado y has acudido con premura a recordarme nuestra cita del 1 de noviembre, pero no era necesario, pues es algo que pervive en mi mente. Aunque no creas, comprendo tu desazón, porque muchos de los que te conocían te han abandonado y otros ni siquiera desean conocerte. Sin embargo, yo continúo fiel. Cada año os tengo presentes a aquel que te dio vida, don José Zorrilla, a ti y a tu amada Inés.

    Créeme cuando te digo que me duele ser testigo de tu lenta agonía. Tú, que doblegaste a todos, que venciste a la mismísima muerte, te hallas ahora ante la peor de las condenas, el olvido.  Tus canalladas (y digo bien, porque es lo que son), tu bravura, tus conquistas y tu amor por Inés se han llevado a nuestros teatros año tras año el día de Todos los Santos desde aquel 1844 que te vio nacer. Nada logró borrarte de nuestras vidas, ninguna época convulsa dejó que desaparecieras, ni siquiera una guerra civil. Es cierto, generaciones de personas te quisieron o te odiaron, pero siempre fuiste un compañero constante. Y ahora… ¡has tenido que esperar a mi tiempo para que yo deba ver cómo se extingue la llama de tu historia!

    No, no te lo reprocho, ya sé que no es culpa tuya, que te niegas a dejarnos, que resistes pese a todo y continúas siendo un mito, pero ¿hasta cuándo? Como ves, los tiempos han cambiado, los hombres no se baten en duelo y no caen rendidos ante su dama para llamarla “ángel de amor” y cubrirla de requiebros. Hoy se emplearía un término para esto: cursi. Qué palabra tan fea y hueca, ¿verdad? Dirás que no tenemos sentimientos, que somos incapaces de conmovernos si llamamos cursi al amor. Pero te diré que los hombres aún pueden amar, y por eso todavía algunos reservamos un hueco en nuestro corazón para ti.

    Sin embargo, ambos hemos de comprender que el mundo avanza, y si nuestro país te da la espalda no es porque desee rechazarte, sino porque se rechaza a sí mismo y abre nuestras puertas a aquelarres de brujas, hordas de vampiros y otras criaturas semejantes venidas de más allá del océano. No me preguntes cómo pueden desplazarte por esos seres, pues no sería capaz de responderte.

    Como bien sabes, yo una vez más huiré de ellos y volveré a tu libro, a sentir las palabras que hablan de ti y te traen a mi vida nuevamente. Quisiera hacer algo por ti, de verdad, pero me temo que es imposible. He pensado en mil maneras de prolongar tu existencia, he querido organizar una lectura conjunta o formar un grupo para ver algunas de las muchas versiones que sobre ti se han hecho, pero admito que me he dejado llevar por el miedo. Sé que alguien que mostró tanto valor como tú no me comprenderá, pero sí, tengo miedo de buscar a otras personas que te abran los brazos como yo y descubrir finalmente que me encuentro sola contigo y tu irresistible encanto mientras la mayoría te da calabazas. Perdóname.

    Atentamente, tu leal amiga.
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