29/08/2025
¿Qué opino yo? (Sin destripes):
Hace unos años comencé a leer el primer libro de esta trilogía, Mi familia y otros animales, pero no conseguí meterme en la historia, porque los protagonistas parecían ser los insectos y algunos otros animales, y en mi mente, esos capítulos fueron como una especie de documental que no me apetecía nada, así que abandoné la lectura.

Antes de continuar con la reseña propiamente dicha, quiero aclarar que estos libros pueden leerse de manera independiente y son autoconclusivos. Bichos y demás parientes no es una continuación propiamente dicha, sino que recoge anécdotas e historias de la estancia de la familia Durrell en Corfú que no habían tenido cabida en el primer libro.
La novela que hoy nos ocupa también me ha gustado mucho y, como la anterior, me ha hecho sonreír en varias ocasiones, pero no he conseguido entrar en ella tanto como con el título previo. Ambos están al mismo nivel de calidad, así que sospecho que al repetir la misma fórmula y conocer el final de antemano, el motivo puede ser que se siente menos original y sorprendente. No obstante, esto no deja de ser una percepción subjetiva.
«Partimos soñolientos por los olivares que plateaba una luna grande y blanca como una magnolia. Los autillos se llamaban con lamentoso gemido, y a nuestro paso alguna que otra luciérnaga nos hacía un guiño verde esmeralda. El aire cálido olía al sol del día, a rocío, a cien esencias de hojas aromáticas. Con el contento y el sopor del vino, creo que en aquella marcha entre los grandes olivos retorcidos, atigrados por la luz de la luna, todos nos sentimos arribados a puerto y aceptados por la isla». |
Este mundo resalta más al contrastar el gris de Inglaterra (donde da comienzo la trama) con la luz, el calor y la amalgama de olores y colores de la isla, un cuadro sensorial del que forma parte la primera casa de los Durrell en ella, una casa de ladrillos rosas y contraventanas verdes, rodeada de olivares que descienden hasta el mar y con un pequeño jardín lleno de actividad.
La estructura de esta obra no encaja en el tradicional esquema de planteamiento, nudo y desenlace, en el sentido de que no presenta una serie de tramas paralelas que vayan desarrollándose hasta confluir en un punto final que lo resuelva todo. Sí hay un punto de partida, que es aquel en el que un Gerald Durrell ya mayor decide escribir una segunda parte de su libro más conocido (dando pie brevemente a la metaliteratura) y lo comienza, de nuevo, con la partida de la familia a Corfú. A partir de ahí, lo que se suceden son distintas aventuras y anécdotas de Gerry, el resto de los Durrell y sus conocidos.
Se vuelven a alternar las experiencias de nuestro protagonista con los animales y las vivencias de los demás. Hay momentos realmente divertidos, algunos de los cuales suceden por culpa de los amigos de Larry, a cual más peculiar y extravagante. Mi favorito, Max y su entrañable obsesión por el bienestar de la Madre (lo pongo en mayúsculas porque así es como se la llama durante toda la historia, identificándola con ese rol que cumple). No sólo están ellos, sino que estas páginas son muy ricas en secundarios interesantes que hacen la lectura muy agradable. Grandes momentos les debemos, por ejemplo, a los que dan pie a la sesión de espiritismo en Londres o a la condesa Mavrodaki y su sirviente Demetrios-Mustafá en Grecia.
Puedo decir, para terminar, que estamos ante un título para ponerse de buen humor. Es un paréntesis de paz en medio del bullicio que nos rodea. En nuestra mente se dibujan todas esas escenas en las que acompañamos a Gerry por el reino animal, nos echamos la siesta a la sobra de un olivo, nos mojamos los pies en el mar y tenemos la misma sensación de libertad que los Durrell. Es un libro para leer (y vivir) sin prisas.
Puntuación: 4 (sobre 5) |