Bichos y demás parientes

 29/08/2025



Bichos y demás parientes, cuyo título original es Birds, Beasts and Relatives, se publicó por primera vez en inglés en 1969 de la mano de la editorial Collins. Se trata de la segunda parte de la aclamada Trilogía de Corfú, cuyo primer título es Mi familia y otros animales, mientras que el tercero es El jardín de los dioses.
 
En España, este libro ha conocido varias ediciones, la primera de ellas de 1981 en Alianza Tres. Las más recientes, también de la editorial Alianza, son de 2010 y 2024, esta última como parte de un estuche con la trilogía completa. 
 
Mi edición es de 1997 y consta de 318 páginas, incluyendo un glosario de animales citados y el índice. 
 
¿De qué trata? (Sinopsis de la editorial):

Segunda parte de la célebre trilogía de Corfú, prosigue la crónica de la estancia de Gerald Durrell y su familia en la isla mediterránea, así como la narración autobiográfica, sembrada de divertidas anécdotas, de una infancia envidiable, con el campo y el mar como única escuela y sin más clave de explicación de la alarmante racionalidad de los seres humanos que la que proporciona la contemplación atenta y curiosa de esos «parientes» supuestamente irracionales que son los miembros de la familia animal.


¿Qué opino yo? (Sin destripes):

Hace unos años comencé a leer el primer libro de esta trilogía, Mi familia y otros animales, pero no conseguí meterme en la historia, porque los protagonistas parecían ser los insectos y algunos otros animales, y en mi mente, esos capítulos fueron como una especie de documental que no me apetecía nada, así que abandoné la lectura.

Sin embargo, en el verano de 2024 recordé esta obra y, con el calor, sentí la necesidad de trasladarme mentalmente a esa Grecia azul y verde que describe Gerald Durrell. Lo hice en vacaciones, con la mente mucho más despejada, sin los problemas ni agobios de la vorágine laboral, y resultó ser una de las lecturas más bellas de mi vida, un libro de cinco estrellas. Los bichos estaban ahí, claro, pero el autor los humaniza dándoles un sentido a su vida, de modo que, por ejemplo, si se daba una batalla entre ellos, me interesaba saber cuál ganaría. Durrell consigue contagiar su curiosidad y su pasión por ellos.


De este modo me reafirmé en que, en ocasiones, el problema no está en los libros, sino en las circunstancias en las que los leemos. Eso me llevó a reservar la segunda parte, Bichos y demás parientes, para el siguiente verano, con la intención de buscar las mismas sensaciones.

Antes de continuar con la reseña propiamente dicha, quiero aclarar que estos libros pueden leerse de manera independiente y son autoconclusivos. Bichos y demás parientes no es una continuación propiamente dicha, sino que recoge anécdotas e historias de la estancia de la familia Durrell en Corfú que no habían tenido cabida en el primer libro.

La novela que hoy nos ocupa también me ha gustado mucho y, como la anterior, me ha hecho sonreír en varias ocasiones, pero no he conseguido entrar en ella tanto como con el título previo. Ambos están al mismo nivel de calidad, así que sospecho que al repetir la misma fórmula y conocer el final de antemano, el motivo puede ser que se siente menos original y sorprendente. No obstante, esto no deja de ser una percepción subjetiva.

Una de las cosas que más enamoran de esta novela es la propia Corfú, que se presenta de una manera idílica, no sólo por su propia belleza, sino por el modo de vivir en ella de la familia Durrell. No todo les sale bien y afrontan diversas dificultades, pero los baños en el mar, las excursiones en familia, las comidas al aire libre y los buenos amigos como Spiro y Teodoro hacen la vida muy agradable y el lector no puede más que desear sumarse a ellos como uno más.


«Partimos soñolientos por los olivares que plateaba una luna grande y blanca como una magnolia. Los autillos se llamaban con lamentoso gemido, y a nuestro paso alguna que otra luciérnaga nos hacía un guiño verde esmeralda. El aire cálido olía al sol del día, a rocío, a cien esencias de hojas aromáticas. Con el contento y el sopor del vino, creo que en aquella marcha entre los grandes olivos retorcidos, atigrados por la luz de la luna, todos nos sentimos arribados a puerto y aceptados por la isla».

Este mundo resalta más al contrastar el gris de Inglaterra (donde da comienzo la trama) con la luz, el calor y la amalgama de olores y colores de la isla, un cuadro sensorial del que forma parte la primera casa de los Durrell en ella, una casa de ladrillos rosas y contraventanas verdes, rodeada de olivares que descienden hasta el mar y con un pequeño jardín lleno de actividad.

La estructura de esta obra no encaja en el tradicional esquema de planteamiento, nudo y desenlace, en el sentido de que no presenta una serie de tramas paralelas que vayan desarrollándose hasta confluir en un punto final que lo resuelva todo. Sí hay un punto de partida, que es aquel en el que un Gerald Durrell ya mayor decide escribir una segunda parte de su libro más conocido (dando pie brevemente a la metaliteratura) y lo comienza, de nuevo, con la partida de la familia a Corfú. A partir de ahí, lo que se suceden son distintas aventuras y anécdotas de Gerry, el resto de los Durrell y sus conocidos.

Se vuelven a alternar las experiencias de nuestro protagonista con los animales y las vivencias de los demás. Hay momentos realmente divertidos, algunos de los cuales suceden por culpa de los amigos de Larry, a cual más peculiar y extravagante. Mi favorito, Max y su entrañable obsesión por el bienestar de la Madre (lo pongo en mayúsculas porque así es como se la llama durante toda la historia, identificándola con ese rol que cumple). No sólo están ellos, sino que estas páginas son muy ricas en secundarios interesantes que hacen la lectura muy agradable. Grandes momentos les debemos, por ejemplo, a los que dan pie a la sesión de espiritismo en Londres o a la condesa Mavrodaki y su sirviente Demetrios-Mustafá en Grecia.

Igualmente interesantes son los animales que Gerry expone en este libro: escarabajos empeñados en trasladar bolitas de caca cuesta arriba, caballitos de mar dando a luz, cangrejos vergonzosos que se cubren con algas, erizos bebés que caen en manos de Margo, etcétera.
 
De todas las mascotas que Gerry llega a tener en su casa, mi favorita es Augusto Rascalatripa. En realidad me dan bastante repelús los sapos, pero me hace gracia este al que le gusta tumbarse bocarriba para que le rasquen la barriga.

Puedo decir, para terminar, que estamos ante un título para ponerse de buen humor. Es un paréntesis de paz en medio del bullicio que nos rodea. En nuestra mente se dibujan todas esas escenas en las que acompañamos a Gerry por el reino animal, nos echamos la siesta a la sobra de un olivo, nos mojamos los pies en el mar y tenemos la misma sensación de libertad que los Durrell. Es un libro para leer (y vivir) sin prisas

 

Puntuación: 4 (sobre 5)