21/09/2025
Eric es un empresario de éxito al que no le queda más remedio que cogerse unas vacaciones para impedir que su hija Olivia, una soñadora empedernida, compre y restaure una villa en ruinas en la Toscana. Pero Italia, fiel a su legendaria belleza, magia y romance, tiene otros planes para él.
¿Qué opino yo? (Sin destripes):
No soy asidua al cine de Netflix, pero de vez en cuando lanza alguna película que llama la atención porque intuyo que me ayudará a evadirme de la realidad durante un rato con una historia y un mensaje
agradables.
Así ha sido con La dolce villa, que no deja de ser un sueño que muchos podríamos tener: conseguir una casa por un euro en la campiña italiana, reformarla por poco más de cinco mil, dedicarnos a la vida contemplativa y, de vez en cuando, trabajar en lo que realmente nos apasiona. Un auténtico cuento de hadas, y yo adoro los cuentos de hadas.
Si escarbamos un poco en la realidad de las casas italianas de un euro, nos damos cuenta de que el monto final va a ser mucho más alto y hay algunas condiciones que no todo el mundo puede cumplir, pero esta aspiración idílica llega a convertirse en una realidad para algunas personas y esta es la premisa de la cinta.
A priori, no esperaba mucho de ella, pero conforme iban pasando los minutos, la fui sintiendo como un bálsamo relajante. Es un alegato al dolce far niente o el arte de no hacer nada, que no se trata de perder el tiempo, sino de ganarlo realmente para uno mismo. En un mundo en el que estamos hiperconectados e hiperactivos, hemos perdido la costumbre de estar solos en calma. Nos da miedo aburrirnos, nos da miedo estar solos con nuestro torbellino de pensamientos y nos da miedo no ser productivos.
Todo ello se va mostrando en la película casi desde el principio, claro que los hermosos paisajes italianos también ayudan. En este sentido, me parece muy reveladora una escena que quizás pueda pasar desapercibida sin que captemos todo lo que encierra: nuestro protagonista estadounidense, de vida ajetreada, se sienta en el exterior de la casa para trabajar con su ordenador portátil y, de repente, levanta la vista y se da cuenta de lo inconmensurable que hay ante él, esa explosión de colores, aromas sonidos y sensaciones que lo rodean, mostrando de este modo el contraste entre ello y las nuevas tecnologías, que nos han absorbido a todos y nos han desconectado de aquello que ha acompañado al ser humano durante siglos.

Por otro lado está la atracción que va creciendo entre Eric y Francesca, la alcaldesa. Hay varios clichés en esta historia de amor, pero ya me resulta hasta entrañable seguir encontrándolos en el cine, como el de mancharse la boca comiendo y que sea el otro quien lo perciba. ¿Y por qué no? ¿Quién no se ha manchado un poquito de ketchup después de comerse una hamburguesa, por ejemplo?
No es una historia de amor compleja ni la película lo requiera, no trata sobre eso, aunque sea agradable ver cómo se desarrolla. Es otra pieza más en el puzle vital de Eric, una pieza que necesita para que todas encajen, para ser feliz. Él contaba con un vacío desde la muerte de su mujer y ese vacío se va llenando con todo lo que Italia tiene que ofrecerle, con todo lo que él aprende a amar de Italia.
El filme es previsible, pero en los últimos tiempos usamos demasiado esa palabra como algo negativo. No creo que sean buenos el sobresalto continuo, la sobreexcitación ni tener sorpresa tras sorpresa sin descanso. Es importante valorar también la comodidad de lo previsible, el sosiego de lo que nos es familiar, la calma para la mente. Entre tanto estímulo constante, una película como esta es un regalo, un agradable paréntesis para descansar.
Puntuación: 4 (sobre 5) |