Anastasia (1956)

09/05/2013


     Título original: Anastasia                         Género: Drama
     Año de estreno: 1956                                  Duración: 102' aprox.
     Productora: 20th Century Fox                País: EE.UU.



¿De qué va?: 

     En París, durante la celebración de la Pascua Rusa en 1928, una mujer es salvada de un intento de suicidio. Los hombres que dan con ella buscan una candidata ideal para hacerla pasar por la gran duquesa Anastasia Nikolayevna, hija del difunto zar de Rusia y de quien se rumorea que pudo escapar del triste fin de su familia y continuar con vida. El propósito de los rescatadores no es otro que adquirir la jugosa herencia que el zar dejó en Londres antes de morir. La joven recibe las enseñanzas correspondientes, pero pronto, a pesar de su amnesia, comienza a mostrar unas aptitudes y conocimientos que hacen dudar de quién es en realidad.


¿Qué opino yo? (Sin destripes):

     Con la lectura de El testigo invisible me han entrado ganas de ver de nuevo esta película, que parece la hermana mayor de otra de animación que, con el mismo nombre, se hizo en 1997. Ambas parten del mismo hecho, algo que no deja de ser una quimera y que formó parte de los sueños de muchos durante bastante tiempo: que Anastasia Nikolayevna de Rusia hubiese sobrevivido al trágico destino de los Romanov.

     En esta cinta la protagonista llega incluso a adquirir el nombre de una de las mayores farsantes de toda la historia, Anna Anderson, la impostora que logró engañar a medio mundo hasta que algún tiempo después de su muerte se hizo un análisis de ADN que puso de manifiesto su mentira.

     No es necesario conocer la historia de la familia imperial rusa para ver esta producción, pero ayuda a entender algunos aspectos como la referencia al sótano donde todos fueron fusilados o la mención del Standart, el yate del zar.


      El problema principal de esta película es la fecha en la que se rodó, ya que por entonces no se conocía con certeza la suerte que había corrido la gran duquesa Anastasia, y Anna Anderson continuó afirmando hasta su muerte (en 1984) que era ella. Los primeros restos de los Romanov no se hallaron hasta 1991. Incluso entonces la leyenda de Anastasia siguió existiendo, ya que entre los cuerpos encontrados faltaban dos, el del pequeño zarévich, hijo del zar, y el de una de sus hermanas. Sin embargo, en 1994 se llevó a cabo el análisis que descartó a Anderson como Anastasia, y en 2007 los restos que no aparecieron en 1991 fueron por fin hallados.

     Anna Anderson fue salvada de un intento de suicidio en un puente e internada en una institución para enfermos mentales. El film toma esta idea como punto de partida, pero lo hace al revés, de manera que la protagonista, interpretada por Ingrid Bergman, tras pasar por algunos sanatorios mentales trata de quitarse la vida arrojándose al río. Es entonces cuando hace acto de presencia el general Sergei Bounine, personaje ficticio al que da vida Yul Brynner. En un primer momento, la joven se hace llamar Anna Koreff y, deseosa de conocer su origen, que no recuerda por sufrir amnesia, se pone a las órdenes de Bounine.


     Éste la moldea a su gusto y le hace aprender la vida y costumbres de los Romanov y de la corte que los rodeaba. Sin embargo, ella tiene algunos destellos lúcidos de la memoria que sorprenden a todos. Mientras el ex general hace lo posible para presentarla en sociedad, se va produciendo un acercamiento entre ellos, pero ésta no es una cinta puramente romántica. La relación entre ambos comienza  siendo para él algo meramente económico, y para ella, una oportunidad para conocerse a sí misma. Poco a poco desarrollan una complicidad y una cierta confianza, y empezamos a comprender que para él ya no importa que ella sea Anastasia, Anna Koreff o Anna Anderson, sino sólo ella misma tal como él la conoce. El amor se intuye más que se ve, de forma que al final la culminación de sus sentimientos está envuelta en un velo de sutileza. La conclusión se adivina de manera muy clara, pero no se explicita, y puede parecer un poco precipitada

     Ingrid Bergman ganó el Oscar a la mejor actriz por este papel. Siempre he pensado que se le daba bien interpretar a mujeres sufridoras, pero creo que ha hecho mejores actuaciones en otras películas. No obstante, resulta muy convincente cuando pasa del dolor más agudo a la esperanza, del orgullo a la aceptación de la derrota, de Anna Koreff a Anastasia Nikolayevna. 


     Por su parte, Yul Brynner aporta una presencia imponente. A pesar de ser casi de la misma estatura que Bergman, la confianza en sí mismo que rebosa su personaje, la seguridad que muestra en el buen resultado de sus acciones y su manifiesta autoridad le otorgan un magnetismo que, según mi opinión, supera al de ella.

     Pero mi favorita es Helen Hayes, que parece nacida para interpretar a la emperatriz Maria Feodorovna, la abuela paterna de la protagonista. Su porte y sus gestos no pueden ser más adecuados. Con ella entendemos al personaje en toda su plenitud a pesar de lo poco que aparece, el sufrimiento por tener que recibir una y otra vez a impostores oportunistas que dicen ser alguno de sus nietos fallecidos.

     Tanto el director de la película, Anatole Litvak, como Yul Brynner eran, curiosamente, de origen ruso. De hecho, este último nació en 1920, sólo dos años después de que el zar y su familia fueran asesinados.


     El vestuario es magnífico. Destaca especialmente la ropa que luce Helen Hayes y el vestido de Ingrid Bergman al final, muy similar a los que las auténticas hijas del zar mostraron en unas fotografías. La música de Alfred Newman se adecua perfectamente a cada escena; nada más empezar ya oímos el tema principal, que preludia una buena producción. Los diálogos son inteligentes y a veces hacen algunos apuntes históricos referentes a los sucesos reales.

     Pese a que el film es un bello cuento que poco tiene que ver con lo que sucedió verdaderamente, está muy bien realizado y sirve para evadirnos durante un par de horas y disfrutar con una historia que, aunque no fue real, pudo haberlo sido.

Puntuación: 3'5 (sobre 5)

Emily, la de Luna Nueva

06/05/2013

     Tras escribir sobre Anne Shirley, Lucy Maud Montgomery dio vida a una nueva heroína, Emily Byrd Starr. Esta novela es la primera de una serie de tres. Las otras dos son Emily lejos de casa y Emily triunfa.  
     Emily, la de Luna Nueva se publicó por primera vez en Canadá en 1923. En España, Emecé la editó en el año 1997. Un tiempo después, los tres libros de la saga fueron descatalogados, de manera que sólo pueden conseguirse en bibliotecas. En 2014 Toromítico publicó una nueva edición de esta obra.
     Existe una serie canadiense que lleva a la pequeña pantalla la historia de Emily. Consta de cuatro temporadas y se rodó entre 1998 y 2000. Asimismo, en Japón se realizó en 2007 un anime basado en estas novelas, Kaze no shoujo Emily, de 27 episodios, que se encuentran subtitulados en español.

¿De qué va?: Emily crece feliz junto a su padre hasta la muerte de éste a causa de una enfermedad. En ese momento, la niña se ve obligada a mudarse con unos parientes de su también fallecida madre. La pequeña se encuentra de repente en medio de desconocidos en un mundo totalmente nuevo para ella. Es entonces cuando comienza a forjar una afición por la escritura, especialmente por la poesía, y conoce a sus amigos, Ilse, Teddy y Perry. Con ellos compartirá distintas inquietudes y se enfrentará a diversos problemas.


¿Qué opino yo? (Sin destripes):

        La saga de Emily se considera la mejor obra de Lucy Maud Montgomery después de la de Anne. Este primer libro empieza de una forma bastante triste, con una muerte y un entierro, pero esto es el desencadenante de los hechos que vendrán después. 

  No suceden muchos acontecimientos impactantes ni se desarrolla una intriga que cause  gran expectación. Se trata de la sencilla historia de una niña a la que vamos viendo crecer. Observamos sus meteduras de pata, la evolución de su carácter, la relación con unos familiares que parecen acogerla más por deber que por cariño, su ilusión por ser una escritora famosa…



«Yo creo que hay algo que quiere expresarse a través de ti, pero tendrás que convertirte a ti misma en un buen instrumento».

     
     Pero Emily es muy particular, a veces se muestra incluso extravagante. En ella parece haber un componente místico, ya que en ocasiones siente algo extraordinario a lo que ella misma da el nombre de “el destello”. Tal como se explica en la novela, existe una especie de cortina que no permite ver el mundo con total plenitud; cuando Emily se topa con algo que considera realmente hermoso, esa cortina se descorre dejándola deslumbrada, en una especie de éxtasis. A mi parecer, esto resta realismo, especialmente porque no es lo único raro de la protagonista. Durante una enfermedad en la que sufre una fiebre muy alta, Emily tiene una visión propia de alguien con poderes extrasensoriales y, gracias a ello, se descubre un importante hecho del que nadie tenía constancia.


        Al margen de esto, en ocasiones dan ganas de ver la vida a través de sus ojos. Ella puede apreciar lo más hermoso de cada cosa y considerarla individualmente, no sólo como parte de una colectividad. Así, un árbol no será sólo un árbol, sino que tendrá su nombre particular y su valor en sí mismo. 

     Emily es también bastante sincera. A veces comete travesuras propias de su edad (este libro comienza cuando tiene once años y termina cuando cumple trece), pero no puede quedarse tranquila hasta que lo confiesa y, seguidamente, trata de enmendar su error. Es muy consciente de su situación y, pese a su juventud, normalmente se muestra muy sensata. Además tiene un espíritu un tanto trágico y ante cualquier problema o situación desagradable, se plantea cómo plasmará en sus versos esos acontecimientos en cuanto pasen. A todo ello se suma el orgullo, que le viene de familia, y, al mismo tiempo, la humildad, ya que reconoce cuándo hace algo mal y es capaz de pedir disculpas.



«Puedo soportar que otras personas tengan una mala opinión de mí, pero me duele mucho tener una mala opinión de mí misma».

     
     Pero aunque la obra se centra en ella, su entorno no deja de tener importancia, y los conflictos que tienen que afrontar sus amigos y allegados también quedan expuestos. Gracias a eso, el lector termina encariñándose con algunos personajes y detestando a otros. En mi caso, me encantan el primo Jimmy, Perry y Teddy, y me resulta espeluznante Dean Priest, un hombre de treinta y seis años que conoce a Emily cuando tiene doce y comienza a pensar en casarse con ella cuando crezca. Debido a que tiene un hombro más alto que otro, lo llaman el Giboso, pero haciendo un mal juego de palabras y basándome en la sensación que a mí me ha producido, sería más adecuado apodarlo el Grimoso.



«Hoy he leído el cuento de Caperucita Roja. El lobo me pareció el personaje más interesante de todos. Caperucita era una estúpida por dejarse engañar tan fácilmente».

     
      El estilo de esta escritora es fresco y natural. El lenguaje, sin ser simple, es sencillo, haciendo que la historia resulte cercana y agradable de leer. Por ello y por el tono principalmente infantil que desprende, considero esta novela una lectura muy propicia para los niños, sin descartarla para los adultos, ya que es una obra que se puede disfrutar a cualquier edad y en la que, a través de la mirada aún inocente de los pequeños que cobran vida en el texto, se tratan temas existencialistas como la muerte, la vida más allá de ella, la presencia de Dios, el conflicto entre distintas religiones o la necesidad de cuidar el medio que nos rodea.

    La autora alterna el narrador en tercera persona con otro en primera persona que es la propia Emily. Donde ésta se hace más presente es en las cartas que, a modo de diario, escribe a su padre fallecido.

     Las descripciones no son extensas y están hechas con mucho cuidado para no resultar monótonas. Lucy Maud Montgomery tenía una habilidad especial para describir la naturaleza, exponiendo lo hermosa y mágica que puede ser en cualquier estación del año, con sol o con nieve, de manera que al terminar el libro es muy probable que muchos lectores tengan ganas de coger un avión y visitar la Isla del Príncipe Eduardo.

     Aunque apenas tiene acción, esta novela deja una grata sensación, y es que a pesar de los momentos malos que vive la protagonista, el optimismo está siempre presente. A ello ayuda la belleza de un entorno natural en el que probablemente cualquier niño crecería feliz, una zona acogedora y entrañable que incorporo a mi lista de lugares idílicos junto al pueblo de Mujercitas, el deTom Sawyer y mi sitio favorito (aunque sea ficticio), Ingary.

Puntuación: 3 (sobre 5)