¿De qué va?:
En
París, durante la celebración de la Pascua Rusa en 1928, una mujer es salvada
de un intento de suicidio. Los hombres que dan con ella buscan una candidata
ideal para hacerla pasar por la gran duquesa Anastasia Nikolayevna, hija del
difunto zar de Rusia y de quien se rumorea que pudo escapar del triste fin de
su familia y continuar con vida. El propósito de los rescatadores no es otro que adquirir la jugosa
herencia que el zar dejó en Londres antes de morir. La joven recibe las
enseñanzas correspondientes, pero pronto, a pesar de su amnesia, comienza a
mostrar unas aptitudes y conocimientos que hacen dudar de quién es en realidad.
¿Qué opino yo? (Sin destripes):
Con
la lectura de El testigo invisible me
han entrado ganas de ver de nuevo esta película, que parece la hermana mayor de
otra de animación que, con el mismo nombre, se hizo en 1997. Ambas parten del
mismo hecho, algo que no deja de ser una quimera y que formó parte de los
sueños de muchos durante bastante tiempo: que Anastasia Nikolayevna de Rusia
hubiese sobrevivido al trágico destino de los Romanov.
En
esta cinta la protagonista llega incluso a adquirir el nombre de una de las
mayores farsantes de toda la historia, Anna Anderson, la impostora que logró
engañar a medio mundo hasta que algún tiempo después de su muerte se hizo un
análisis de ADN que puso de manifiesto su mentira.
No
es necesario conocer la historia de la familia imperial rusa para ver esta producción,
pero ayuda a entender algunos aspectos como la referencia al sótano donde todos fueron fusilados o la mención del Standart, el yate del zar.
El
problema principal de esta película es la fecha en la que se rodó, ya que
por entonces no se conocía con certeza la suerte que había corrido la gran duquesa
Anastasia, y Anna Anderson continuó afirmando hasta su muerte (en 1984) que era ella. Los
primeros restos de los Romanov no se hallaron hasta 1991. Incluso entonces la
leyenda de Anastasia siguió existiendo, ya que entre los cuerpos encontrados
faltaban dos, el del pequeño zarévich, hijo del zar, y el de una de sus hermanas. Sin
embargo, en 1994 se llevó a cabo el análisis que descartó a Anderson como
Anastasia, y en 2007 los restos que no aparecieron en 1991 fueron por fin
hallados.
Anna
Anderson fue salvada de un intento de suicidio en un puente e internada en una
institución para enfermos mentales. El film toma esta idea como punto de
partida, pero lo hace al revés, de manera que la protagonista, interpretada por
Ingrid Bergman, tras pasar por algunos sanatorios mentales trata de quitarse la
vida arrojándose al río. Es entonces cuando hace acto de presencia el general
Sergei Bounine, personaje ficticio al que da vida Yul Brynner. En un primer
momento, la joven se hace llamar Anna Koreff y, deseosa de conocer su origen,
que no recuerda por sufrir amnesia, se pone a las órdenes de Bounine.
Éste
la moldea a su gusto y le hace aprender la vida y costumbres de los Romanov y de
la corte que los rodeaba. Sin embargo, ella tiene algunos destellos lúcidos de la
memoria que sorprenden a todos. Mientras el ex general hace lo posible para
presentarla en sociedad, se va produciendo un acercamiento entre ellos, pero
ésta no es una cinta puramente romántica. La relación entre ambos
comienza siendo para él algo meramente económico, y para ella, una oportunidad para conocerse a sí misma. Poco a poco desarrollan una complicidad y una cierta confianza, y empezamos a
comprender que para él ya no importa que ella sea Anastasia, Anna Koreff o Anna
Anderson, sino sólo ella misma tal como él la conoce. El amor se intuye más que
se ve, de forma que al final la culminación de sus sentimientos está envuelta
en un velo de sutileza. La conclusión se adivina de manera muy clara, pero no se
explicita, y puede parecer un poco precipitada.
Ingrid
Bergman ganó el Oscar a la mejor actriz por este papel. Siempre he pensado que
se le daba bien interpretar a mujeres sufridoras, pero creo que ha hecho
mejores actuaciones en otras películas. No obstante, resulta muy convincente
cuando pasa del dolor más agudo a la esperanza, del orgullo a la aceptación de
la derrota, de Anna Koreff a Anastasia Nikolayevna.
Por
su parte, Yul Brynner aporta una presencia imponente. A pesar de ser casi de la
misma estatura que Bergman, la confianza en sí mismo que rebosa su personaje,
la seguridad que muestra en el buen resultado de sus acciones y su manifiesta
autoridad le otorgan un magnetismo que, según mi opinión, supera al de ella.
Pero
mi favorita es Helen Hayes, que parece nacida para interpretar a la emperatriz
Maria Feodorovna, la abuela paterna de la protagonista. Su porte y sus gestos no
pueden ser más adecuados. Con ella entendemos al personaje en toda su plenitud a
pesar de lo poco que aparece, el sufrimiento por tener que recibir una y otra
vez a impostores oportunistas que dicen ser alguno de sus nietos fallecidos.
Tanto
el director de la película, Anatole Litvak, como Yul Brynner eran,
curiosamente, de origen ruso. De hecho, este último nació en 1920, sólo dos
años después de que el zar y su familia fueran asesinados.
El
vestuario es magnífico. Destaca especialmente la ropa que luce Helen Hayes y el
vestido de Ingrid Bergman al final, muy similar a los que las
auténticas hijas del zar mostraron en unas fotografías. La música de Alfred
Newman se adecua perfectamente a cada escena; nada más empezar ya oímos el tema
principal, que preludia una buena producción. Los diálogos son inteligentes y a
veces hacen algunos apuntes históricos referentes a los sucesos reales.
Pese
a que el film es un bello cuento que poco tiene que ver con lo que sucedió
verdaderamente, está muy bien realizado y sirve para evadirnos durante un par
de horas y disfrutar con una historia que, aunque no fue real, pudo haberlo
sido.
Puntuación: 3'5 (sobre 5) |