Especial San Valentín: Aquellos escritores que también amaron

14/02/2016

    Se alzan algunas voces en nuestra sociedad para gritar que lo romántico es ñoñez, que el verdadero amor no existe, que los finales felices son propios de los cuentos de hadas… y yo me sorprendo por cómo nos dejamos convencer. ¿De verdad debemos creer ese nuevo mantra que se nos ha inculcado? ¿Es que entonces comenzamos relaciones sin tener fe en un desenlace dichoso? ¿Y si acaba mal, no fue amor? Además, ¿no estamos confundiendo amor con enamoramiento?

   El amor no es cursi, el amor es fuerza. Puede presentarse de muchas maneras y bajo muchas formas: el amor por la pareja, por la familia, por los amigos, por algún animal… El amor nos hace humanos y ya sólo por eso merece el mayor de los respetos. Pocas fuerzas hay tan poderosas: ha inspirado grandísimas obras de la literatura, canciones, películas, pinturas, esculturas… No es un invento de Disney. Preguntémosles a Pigmalión, a Penélope, a Cupido y Psique (Amor y Alma), etcétera.

   El amor nos ha acompañado siempre y siempre nos acompañará. Hoy, con motivo de la festividad de San Valentín, quiero hablar de algunos magníficos escritores que cayeron en manos del amor, de un amor trágico o de uno feliz.


ANTONIO MACHADO Y LEONOR IZQUIERDO



    En 1907, Machado contaba ya con 32 años de edad. En esa época, el poeta se hallaba establecido en Soria como profesor. Al cerrarse la pensión en la que se hospedaba, se trasladó a otra regida por la familia de Leonor Izquierdo Cuevas. Allí se conocieron cuando ella tenía tan sólo 13 años. A Leonor la pretendía entonces un joven barbero. Nuestro escritor, que había quedado impresionado por la chiquilla, estaba celoso y no sabía qué hacer para llegar a ella. Como si de un descuido se tratase, un día decidió dejar “olvidados” en la pensión unos versos:

Y la niña que yo quiero,
¡ay!, preferirá casarse
con un mocito barbero.

     Leonor captó el mensaje y la relación amorosa entre ambos comenzó. Los padres de la niña consintieron el enlace con la condición de que esperaran a que ella cumpliera los 15. La boda, celebrada el 30 de julio de 1909 en la iglesia de Santa María la Mayor, atrajo a muchos curiosos. Los novios tuvieron que sufrir burlas motivadas por la diferencia de edad. Machado llegó a confesar que el día de su boda fue un verdadero suplicio. No obstante, Antonio y Leonor tuvieron un matrimonio muy feliz hasta que la tuberculosis condujo a la muchacha a la muerte cuando contaba con 18 años.


Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar. 


MIGUEL DELIBES Y ÁNGELES DE CASTRO



«Nos bastaba mirarnos y sabernos».

    Miguel y Ángeles se amaron verdaderamente y el reflejo de ese amor se observa en la obra del escritor, especialmente en Mujer de rojo sobre fondo gris. En 1941, cuando Delibes tenía 21 años, ya eran novios. En 1946 se casaron y pasaron toda su vida juntos. Tuvieron siete hijos. Antes incluso de que él se hubiera labrado un nombre, ella le animaba a escribir y lo convenció para que se presentara al premio Nadal, que acabó ganando con La sombra del ciprés es alargada. Siempre fue un apoyo para él en lo personal y en lo profesional.

   Ángeles murió en 1974, con 48 años, por un infarto de tronco tras una intervención quirúrgica realizada por un tumor cerebral. En la vida de Miguel esto fue una gigantesca tragedia. Se sumió en una depresión que vino acompañada de una importante crisis creativa que tardó años en superar. Cuando Delibes ingresó en la RAE, unos meses después del fallecimiento de su mujer, pronunció estas palabras en su discurso:

«Soy consciente de que con su desaparición ha muerto la mejor mitad de mí mismo».

    El amor de Miguel por su esposa continuó más allá de la muerte y su pérdida lo marcó para el resto de su vida. Sin ella, su pesimismo y su carácter melancólico se fueron acentuando. En 1991 publicó Señora de rojo sobre fondo gris, dedicado a Ángeles. El título está tomado de un cuadro que el pintor Eduardo García Benito hizo de la esposa de Delibes.


JOHN RONALD REUEL TOLKIEN Y EDITH BRATT

    
    
    John y Edith se conocieron en 1908, cuando él tenía 16 años y ella 19. Huérfanos ambos, eran huéspedes en la misma casa por decisión de sus tutores. Los dos trabaron una amistad que en 1909 derivó en algo más. Se divertían arrojando terrones de azúcar a los sombreros de los transeúntes desde los balcones de las casas de té y paseando en bicicleta. Inventaron un silbido privado para que Tolkien se asomara a la ventana y pudiese ver a Edith en la de abajo.

    A pesar de que su gran amor era evidente, el padre Morgan, tutor del escritor, le prohibió continuar el romance hasta que alcanzara la mayoría de edad a los 21 años. El joven obedeció al pie de la letra y se centró en terminar sus estudios.

    Al quedar la relación rota, Edith se comprometió con George Field, creyendo que John la había olvidado. Sin embargo, la misma noche en que él cumplió los 21, le escribió una carta a su amada declarándose y pidiéndole que se casara con él. La muchacha devolvió su anillo de compromiso y aceptó la propuesta de John. Se casaron en 1916.


        En su matrimonio no todo fue de color rosa. Edith tuvo que aceptar de mala gana convertirse al catolicismo para poder casarse con Tolkien. Además no toleraba bien la amistad de su marido con C.S. Lewis, a quien consideraba un intruso en su hogar. Ella tampoco logró integrarse en el círculo intelectual en el que él se movía. A todo esto se suma que él tuvo que marcharse a servir en la Primera Guerra Mundial.

    Con todo, ambos se amaban y no permitieron que las dificultades destruyeran su relación. Lograron llegar a un entendimiento. Edith no practicaba el catolicismo, pero mantenía en privado su resentimiento hacia la Iglesia, y la amistad de Tolkien con Lewis acabó enfriándose. Tras su jubilación, el autor eligió para vivir un lugar en el que su esposa pudiera ser realmente feliz, cerca de Bournemouth, pese a que él no se sentía cómodo allí.

    Edith inspiró a John para crear el personaje de Lúthien Tinúviel. Un día en que ambos, en plena juventud, paseaban por un bosque, en un claro sembrado de cicutas ella bailó para él. Así nació la hermosa elfa y la historia de Beren y Lúthien, nombres que figuran en la lápida que John y Edith comparten.


CHARLOTTE BRONTË Y CONSTANTIN HÉGER


   
    Pocas cosas hay peores que un amor no correspondido, y eso es lo que le sucedió a Charlotte Brontë. Ella y su hermana Emily querían mejorar su francés. Para ello, en 1842 pusieron rumbo a Bruselas, donde ingresaron en una escuela regentada por Constantin Héger y su mujer. Mienstras practicaban el idioma, Charlotte impartía clases de francés y Emily de música. Constantin llegó a guiar a Charlotte en su escritura y la enseñó a no tener miedo de eliminar todo lo que sobrara.

    Ella se fue enamorando de él a pesar de que estaba casado y tenía varios hijos. Sin embargo, pocos meses después, las hermanas tuvieron que regresar a su hogar por la muerte de su tía Elizabeth. Fue a principios de 1843 cuando Charlotte, esta vez sola, viajó nuevamente a Bruselas. En esta ocasión su amor continuó creciendo, pero también sentía nostalgia de Haworth. Pasó un año hasta que decidió marcharse a su hogar. Una vez allí comenzó a enviarle cartas casi desesperadas a su antiguo profesor, aunque no él no sentía lo mismo y las misivas quedaron sin respuesta.


     «Me parece verdaderamente difícil estar animada cuando pienso que quizás no vuelva a verlo nunca más».

     «Cuando un silencio prolongado y tenebroso parece amenazarme con el alejamiento de mi maestro, cuando día tras día espero una carta, y cuando día tras día solo llega la desilusión para sumirme en una tristeza abrumadora, y la dulce alegría de ver su escritura y leer su consejo huye de mí como una visión vana, entonces me reclama la fiebre, pierdo el apetito y el sueño y languidezco».

     «Le digo francamente que he intentado olvidarle durante estos meses, porque el recuerdo de una persona a quien uno no cree que pueda volver a ver de nuevo y a quien, sin embargo, se tiene en gran estima, atormenta demasiado la mente».

    Se dice que Héger destruyó las cartas de Charlotte, pero que fue su propia esposa quien recogió y recompuso algunas, que son las que se conocen.

    A la escritora la persiguió ese amor durante mucho tiempo. Tanto El profesor como Villette están basadas en su historia. Incluso su mejor obra, Jane Eyre, parece la plasmación de sus fantasías, la culminación de un amor que para ella no pudo ser feliz.


FÉLIX LOPE DE VEGA Y MARTA DE NEVARES



    Lope de Vega tuvo dos esposas y numerosísimas amantes a lo largo de su vida. Su último y más trágico amor lo vivió con Marta de Nevares.

    Con 13 años, Marta fue obligada a contraer matrimonio con el comerciante Roque Hernández de Ayala. En 1616, cuando ya había cumplido los 25, ella y Lope se conocieron en un jardín en el que se organizaba un evento poético. En ese momento, el dramaturgo tenía 54 años. No sólo era mucho mayor que ella, sino que ya se había ordenado sacerdote, hecho que no le impidió iniciar con ella una relación que duraría nada menos que dieciséis años. Estos amores sacrílegos provocaron las burlas de otros escritores enemigos de Lope. Las circunstancias empeoraron con el nacimiento de una hija, Antonia Clara, en 1617. Marta quiso separarse entonces de su marido, que intentó quedarse con la niña, ya que se había bautizado como si fuera suya. Casual y convenientemente, Roque murió.

    La pareja sobrellevó como pudo las murmuraciones y permaneció unida en la madrileña casa de la calle Francos (hoy, calle Cervantes). Sus primeros años juntos fueron felices. Lope la convirtió en la Amarilis de sus poemas y posteriormente en Marcia Leonarda, y ella compartía la pasión de él por los versos. Inteligentes, cultos y llenos de amor, eran una pareja ideal.

    Corría el año 1622 cuando Marta comenzó a quedarse ciega. En 1626 perdió la vista por completo. Lope le proporcionó todos los cuidados que estaban en su mano. Pero eso no era todo. En 1628, Marta sufrió sus primeros síntomas de locura. Al final perdió por completo la razón. El autor, ya viejo y cansado, se mantuvo a su lado hasta que la muerte se la llevó en 1632. 

Resuelta en polvo ya, mas siempre hermosa,
sin dejarme vivir, vive serena
aquella luz, que fue mi gloria y pena,
y me hace guerra, cuando en paz reposa.


     En la vida de los grandes escritores hay muchas más historias de amor que merecen ser contadas y recordadas. Por motivos evidentes, yo he tenido que seleccionar sólo cinco. ¿Las conocíais?
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