El mapa del cielo forma parte de la trilogía victoriana que Félix J. Palma inició en 2008 con El mapa del tiempo. Este segundo volumen se publicó en tapa dura en 2012, y esa edición, de la editorial Plaza & Janés, está a la venta por 21'90 euros. Sin embargo, en 2013 se ha lanzado en formato de bolsillo por 9'95, y consta de 739 páginas.
¿Qué opino yo? (Sin destripes):
A
pesar de que El mapa del tiempo me
gustó mucho, el argumento de El mapa del
cielo no me llamaba excesivamente la atención. Tenía la sensación de
que la invasión marciana mezclada con
H.G. Wells y los viajes en el tiempo resultaría un cóctel inverosímil. De
hecho, cuando se intenta resumir la trama a alguien, es difícil hacerlo sin que
suene extravagante. Y sin embargo, me ha terminado gustando más que su
predecesora.
La
contraportada del libro no hace justicia al contenido, ya que sólo expone el
tema de una de las tres partes que lo conforman. Se sigue la misma
estructura que en El mapa del tiempo,
pero en esta segunda novela las tres partes están mejor engarzadas que en la
primera, dando como resultado una obra más compacta.
A
Palma le encanta jugar con el lector; es un tramposo que siempre trae una
sorpresa bajo la manga, de manera que nunca sabemos qué esperar con respecto a
lo que estamos leyendo. No podemos saber si lo que nos está contando es cierto,
si es algún truco o si va a dar un giro que haga cambiar todo lo que conocíamos
hasta el momento. Es simplemente genial, y a pesar de haber usado ya estos
recursos en El mapa del tiempo y
tenerlo difícil para asombrarnos de nuevo, consigue hacerlo otra vez, y yo
diría que incluso más.
«Aunque en realidad, en
eso consistía crecer, se dijo en un alarde de madurez, en padecer una ceguera
progresiva que nos impide cada vez más distinguir los retazos de magia
esparcidos por el mundo, esos que sólo vislumbran los niños y los soñadores».
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En la primera parte de El mapa del cielo, cuando la acción está más interesante y nos estamos mordiendo las uñas por la tensión, el autor hace algo que nos deja totalmente desconcertados. Para ser sincera, en un primer momento me sentí un poco estafada y no me gustó, pero cuando se sigue leyendo y se llega al final del libro, entendemos por qué lo hace y nos damos cuenta de que estamos ante una novela redonda en la que no hay ningún hilo suelto y de que ese desenlace encaja perfectamente con el principio, de forma tan magistral que hasta que no hemos avanzado bastante en la lectura no lo podemos prever. Me llamó la atención también que nos plantara un oso polar en plena Antártida (sólo viven en el Ártico), pero una vez más nos da la correspondiente explicación al final.
La
segunda parte mezcla la aventura con el romance. Aquí es donde realmente
empieza la invasión marciana y donde el autor es capaz de alternar mejor su
peculiar sentido del humor con el terror más absoluto. Hay fragmentos que me
provocaron algunas sonrisas, y alguno de ellos hasta me hizo reír, pero acto
seguido se pasa a la desolación, al pánico, a los nervios por la destrucción de
Londres y por las posibles muertes. Y en medio del caos se va gestando una
preciosa historia de amor. Emma, una mujer inconmovible que creía que nunca se
enamoraría de nadie que no fuese como su bisabuelo, alguien que hizo soñar al
mundo, se va sintiendo cada vez más atraída por Montgomery
Gilmore, a quien había considerado el hombre más insoportable del planeta y
quien oculta un importante secreto.
El
principio de la tercera parte fue lo único que se me hizo un poco pesado a causa
del cambio de narrador y de estilo, ya que se alterna la escritura de un
diario en pasado con los acontecimientos que van ocurriendo en presente, situados un tiempo después del final de la segunda parte. Pero los hechos que suceden enseguida volvieron a captar mi atención. Y admito que aquí lo he pasado fatal, y
no porque no me gustase el libro (todo lo contrario), sino por las desdichas
que van ocurriendo, el final de algunos personajes y las escenas truculentas y
estremecedoras que se describen. En medio de todo eso, me resultó muy simpático
el guiño a Superman con un personaje que adopta una apariencia anodina,
camuflándose bajo ella y unas gafas para pasar desapercibido.
«Tuvo
que reconocer que hasta entonces no había escrito: había estado garabateando
folios, jugando a escribir, a creerse escritor simplemente porque sabía
redactar. Pero nunca había hecho literatura».
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El final es agridulce, con un componente esperanzador y otro desolador. No puedo decir más, sólo que para mí es una buena conclusión, acorde a todo lo que se nos ha contado y con unos elementos relacionados con la ciencia-ficción muy bien elaborados y que atan todos los cabos.
Es
una pena que en el texto haya algunas faltas de ortografía y gramaticales, como
algún laísmo, determinados galicismos y algunas expresiones erróneas, pero
quitando eso, la prosa de este escritor es bastante buena y clara, y sabe cómo atrapar
al lector.
Aunque
se ha dicho que no importa el orden en el que se lean las dos obras, yo
recomiendo que se empiece por la primera y se siga por ésta, ya que aquí
aparecen algunos personajes cuya historia se cuenta en El mapa del tiempo, y también hay algunos guiños a cosas que
pasaron antes. Y si alguien quiere leer La
guerra de los mundos, obra de Wells en la que se basa el texto de Palma, es
mejor que lo haga antes. Yo cometí el error de no hacerlo, pero trataré de
subsanarlo leyendo pronto El hombre
invisible, sobre la que girará el tercer libro de la trilogía.
Para
terminar, estéticamente hablando las dos portadas (la de la edición en tapa
dura y la de bolsillo) me parecen preciosas, pero quitaría de ellas las
críticas de medios de comunicación y supuestos entendidos aconsejando la
novela. Nunca leo algo porque me lo diga un periódico concreto o un crítico
determinado, y menos cuando tengo la sospecha de que en algunos casos esas
críticas pueden estar pagadas, y no digo que éste sea el caso, porque no lo sé
y porque el escrito de Palma realmente se merece los elogios.
Puntuación: 4 (sobre 5) |