1910 fue el año en que se publicó por primera vez esta novela autoconclusiva de Lucy Maud Montgomery en su país de origen. Las ediciones en inglés no llegan a 200 páginas, pero en español continúa inédita hoy por hoy.
¿De qué va?:
Eric Marshall, un joven que acaba de terminar sus estudios, está decidido a continuar el negocio paterno cuando un profesor amigo le pide un favor. Este no es otro que el de trasladarse a la Isla del Príncipe Eduardo para sustituirlo temporalmente en una pequeña escuela. La vida en la zona se le hace rutinaria a Eric hasta que entra en un apartado huerto en el que ve a una hermosa muchacha tocando el violín. Queda entonces fascinado y decide acercarse poco a poco a ella, pero son muchas las sorpresas que guarda Kilmeny. La primera de ellas, que no puede hablar.
¿Qué opino yo? (Sin destripes):
Kilmeny la del huerto es la manzana de caramelo de las fiestas, la nube del cielo con forma de cachorrillo, la flor bañada en el rocío de la mañana… En definitiva, es la novela más idílica de cuantas he leído de Lucy Maud Montgomery, el romance hecho prosa y la prosa hecha poesía.
La sencillez es otra nota característica de esta obra. La trama va transcurriendo como corren las aguas mansas de un límpido arroyo, sin grandes sobresaltos. Todo es esperable, los sucesos son claros desde el principio, pero no por ello se deja de disfrutar su lectura. Al contrario, me he recreado en cada frase de la autora, en cada encuentro de los protagonistas, en el nerviosismo de Eric y en la historia que oculta Kilmeny.
Siempre me ha parecido que, con la sola excepción de Barney Snaith (Valancy Stirling), Maud no confiere en sus libros una atención especial a los coprotagonistas masculinos y que estos son más bien un esbozo que personajes redondos y complejos. Kilmeny la del huerto es una novela especial en este sentido, puesto que a pesar del título, el protagonista es un hombre, Eric. Con él, la autora construye casi a un héroe de novela caballeresca, un joven sin aristas, con claros talentos, que cae rendido a los pies de una dama de belleza deslumbrante y aura mística. Kilmeny es esa muchacha inocente y angelical, alguien a quien todo el mundo querría proteger, pero quien, sin embargo, guarda un doloroso recuerdo de algo que proporciona más emoción al libro, un error ajeno de origen más psicológico que moral que le impide hablar y que constituye por sí mismo, con sus consecuencias y desenlace, una historia que podría encajar en una novela de realismo mágico.
Ni Eric tiene llamativos matices ni Kilmeny deja de ser un personaje estereotipado, pero la atmósfera que los envuelve, los sentimientos tan puros, el poder de la bondad frente a la maldad, nos sumergen de lleno en un maravilloso cuento de corte clásico.
Los espacios de esta novela son pocos y reducidos. Destaca el huerto en el que Eric encuentra a Kilmeny por primera vez, un lugar que presencia numerosas conversaciones y confidencias, algunas de las cuales son hechas en el silencio más elocuente. Los otros dos escenarios principales son la casa de Kilmeny y la casa en la que se hospeda Eric.
Las descripciones de ambientes y paisajes son más escasas y breves que en otros libros de Maud, pero se respira la misma serenidad a la que nos tiene acostumbrados si hemos leído más textos suyos, y es que una de las grandes habilidades de esta escritora es expresar muchísimo con muy poco.
«Tan pronto como lo vio, levantó el violín y comenzó a tocar una melodía airosa y delicada que hacía pensar en la risa de las margaritas».
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En todas las novelas de esta autora, cuya prosa me enamora, existe algún lugar que, de ser real, lograría que cualquier alma sensible se sintiese en comunión con el mundo y consigo misma. En un mundo en el que muchas ciudades aspiran a convertirse en junglas de hormigón y cemento, los pueblos le han comido terreno al campo y a la sierra para ser miniciudades y la tecnología se ha convertido en el centro de nuestras vidas, trasladarse, aunque sea mentalmente, a la naturaleza de la que procedemos y gracias a la cual vivimos supone un respiro aliviador. En esta novela es el pequeño huerto de Kilmeny el que cumple esa función con los personajes y con nosotros mismos. Si a ello le sumamos la melodía del violín de la muchacha, podemos entender la fascinación que Eric siente al poner un pie allí y verla por primera vez, además de la magia de ese primer encuentro y el amor a primera vista. Tal vez si se hubiese encontrado a Kilmeny cruzando la calle hoy en día mientras ella estuviera enfrascada en un conversación de Whatsapp en el móvil y los automóviles pitando, ni se habrían mirado, pero ese es nuestro mundo, no el de Maud.
En otro orden de cosas, si hemos seguido la trayectoria literaria de Maud, veremos que la autora es irregular en la construcción de personajes secundarios. Algunos permanecen en nuestra memoria ocupando el digno lugar que les corresponde junto a los protagonistas, como es el caso de Matthew y Marilla de Anne la de Tejas verdes. Sin embargo, en otras ocasiones crea meras comparsas que bailan al son de quienes verdaderamente llevan la historia y que pasan sin pena ni gloria. Lamentablemente, este es uno de los puntos débiles de esta novela, pero como estamos ante un libro corto en el que la pasión y la ternura lo envuelven todo, no pesa demasiado.
Como conclusión, es una obra que muchos podrían calificar de cursi o ñoña, adjetivos demasiado pobres para lo que Maud merece, pero que están de moda en una sociedad que considera el amor un sentimiento aburrido, perjudicial e inconveniente para la realización del individuo. No es un libro para todo el mundo, sólo para aquellos que aún se mantienen al margen de la crispación generalizada y del denuesto de las convenciones tradicionales. Como veis, corren malos tiempos para una obra de este tipo.
Puntuación: 4 (sobre 5) |