Esta novela escrita por Lucy Maud Montgomery es la tercera de la saga de Ana, la de Tejas Verdes. Se publicó por primera vez en 1915 en Canadá. En España una nueva edición fue publicada por Toromítico en 2014. Su precio es de 15 euros, está ilustrada y consta de 284 páginas.
¿Qué opino yo? (Sin destripes):
Una vez más Lucy Maud Montgomery ha vuelto a conquistarme con uno de sus libros. Esta escritora se está convirtiendo en una de mis favoritas.
Ana, la de la Isla, al igual que sus predecesores, no es muy extenso, y eso unido al estilo literario de Montgomery hace que la lectura sea rápida, pero también agradable y amena. En esta ocasión, las descripciones son más escasas y breves que en los libros anteriores, pero con unas pinceladas la prosa de la autora es capaz de trasladarnos por entero al lugar donde se desarrollan las vivencias de Ana. Ahora no sólo se nos lleva a Avonlea, ya que Ana va creciendo y teniendo experiencias propias de una edad más madura, como convertirse en estudiante universitaria, lo que nos conduce hasta Kingsport.
Allí, como no puede ser de otra manera, vivimos con la protagonista todos los sinsabores y alegrías de esos años. Conocemos la acogedora Casa de Patty y podemos sentirnos como un huésped más junto con Ana y sus compañeras, algunas de las cuales nos son presentadas por primera vez, como es el caso de Philippa Gordon, una chica aparentemente superficial y enamoradiza, pero cuya historia contribuye a dar mayor interés a la narración.
No obstante, si en el libro anterior algunos personajes secundarios habían llegado a robar algo de protagonismo a nuestra pelirroja, eso no ocurre aquí. Aunque las experiencias de todos tienen su sitio, ella es siempre el centro del relato. Nunca deja de actuar como espectadora o compinche en las historias de amor, pero ahora, además, le toca vivir la suya propia. Sin embargo, no es una novela empalagosa y, aunque de lo dicho antes se pueda inferir lo contrario, las escenas románticas no aparecen en exceso, sino sólo ocasionalmente.
La mayoría de los capítulos son autoconclusivos. En apenas unas páginas se nos cuenta alguna vivencia o peripecia de Ana o de sus conocidos. La obra se va forjando así a través de cuestiones cotidianas que forman el día a día de los personajes y de ese modo van pasando los años, con retazos de acontecimientos importantes, entrañables o divertidos.
Esta tercera parte tiene para mí un tono más melancólico, ya que los niños que conocimos, Ana, Diana, Gilbert y todo su grupo, van haciéndose adultos con todo lo que ello conlleva. Los antiguos juegos infantiles van dando paso a otras fases de la vida. Las experiencias amorosas, el matrimonio, la muerte, los fracasos y esperanzas académicas y laborales, etcétera, son sus nuevas inquietudes. Con todo, cada uno de ellos sigue conservando su esencia, ese encanto que hizo que quisiéramos saber más sobre qué les depararía el futuro.
Ana no deja de ser una soñadora. Su imaginación sigue tan viva como siempre y eso vuelve a traerle problemas, aunque ahora de otro tipo, más acordes con su edad. Los conflictos terrenales que se le presentan influyen en su carácter y en sus anhelos. Ella misma es a veces víctima de la melancolía por la infancia dejada atrás, pero jamás pierde su alegría y sus hermosos sueños.
Diana cada vez me gusta más como personaje. Es una amiga como pocas, desinteresada y capaz de alegrarse con sinceridad por los éxitos de las personas a las que quiere y de enorgullecerse por sus cualidades.
Siguen formando parte de la historia Dave y Dora, Marilla y Rachel Lynde entre otros.
Si alguien tiene miedo de que la calidad de la saga decaiga, puedo decirle con total rotundidad que, al menos por ahora, eso no ha ocurrido. El nivel no sólo se mantiene, sino que gracias al buen hacer de la autora, al lector le resulta prácticamente imposible separarse de unos personajes tan llenos de vida y tan especiales. Se crea la necesidad de verlos crecer y de saber en qué tipo de personas se convertirán. Cada vez tengo más claro que el mundo que ha creado Lucy Maud Montgomery para Ana Shirley es el mundo en que me gustaría vivir.
Ana, la de la Isla, al igual que sus predecesores, no es muy extenso, y eso unido al estilo literario de Montgomery hace que la lectura sea rápida, pero también agradable y amena. En esta ocasión, las descripciones son más escasas y breves que en los libros anteriores, pero con unas pinceladas la prosa de la autora es capaz de trasladarnos por entero al lugar donde se desarrollan las vivencias de Ana. Ahora no sólo se nos lleva a Avonlea, ya que Ana va creciendo y teniendo experiencias propias de una edad más madura, como convertirse en estudiante universitaria, lo que nos conduce hasta Kingsport.
Allí, como no puede ser de otra manera, vivimos con la protagonista todos los sinsabores y alegrías de esos años. Conocemos la acogedora Casa de Patty y podemos sentirnos como un huésped más junto con Ana y sus compañeras, algunas de las cuales nos son presentadas por primera vez, como es el caso de Philippa Gordon, una chica aparentemente superficial y enamoradiza, pero cuya historia contribuye a dar mayor interés a la narración.
«Y fue más rica en fantasías que en realidades, porque lo que se ve pasa, mas las cosas invisibles son eternas». |
No obstante, si en el libro anterior algunos personajes secundarios habían llegado a robar algo de protagonismo a nuestra pelirroja, eso no ocurre aquí. Aunque las experiencias de todos tienen su sitio, ella es siempre el centro del relato. Nunca deja de actuar como espectadora o compinche en las historias de amor, pero ahora, además, le toca vivir la suya propia. Sin embargo, no es una novela empalagosa y, aunque de lo dicho antes se pueda inferir lo contrario, las escenas románticas no aparecen en exceso, sino sólo ocasionalmente.
La mayoría de los capítulos son autoconclusivos. En apenas unas páginas se nos cuenta alguna vivencia o peripecia de Ana o de sus conocidos. La obra se va forjando así a través de cuestiones cotidianas que forman el día a día de los personajes y de ese modo van pasando los años, con retazos de acontecimientos importantes, entrañables o divertidos.
Esta tercera parte tiene para mí un tono más melancólico, ya que los niños que conocimos, Ana, Diana, Gilbert y todo su grupo, van haciéndose adultos con todo lo que ello conlleva. Los antiguos juegos infantiles van dando paso a otras fases de la vida. Las experiencias amorosas, el matrimonio, la muerte, los fracasos y esperanzas académicas y laborales, etcétera, son sus nuevas inquietudes. Con todo, cada uno de ellos sigue conservando su esencia, ese encanto que hizo que quisiéramos saber más sobre qué les depararía el futuro.
Ana no deja de ser una soñadora. Su imaginación sigue tan viva como siempre y eso vuelve a traerle problemas, aunque ahora de otro tipo, más acordes con su edad. Los conflictos terrenales que se le presentan influyen en su carácter y en sus anhelos. Ella misma es a veces víctima de la melancolía por la infancia dejada atrás, pero jamás pierde su alegría y sus hermosos sueños.
«El humor es el más picante de los condimentos en el festín de la existencia. Ríete de tus errores, pero aprende de ellos; alégrate de tus penas, pero reúne fuerzas de ellas; bromea sobre tus dificultades, pero supéralas». |
Diana cada vez me gusta más como personaje. Es una amiga como pocas, desinteresada y capaz de alegrarse con sinceridad por los éxitos de las personas a las que quiere y de enorgullecerse por sus cualidades.
Siguen formando parte de la historia Dave y Dora, Marilla y Rachel Lynde entre otros.
Si alguien tiene miedo de que la calidad de la saga decaiga, puedo decirle con total rotundidad que, al menos por ahora, eso no ha ocurrido. El nivel no sólo se mantiene, sino que gracias al buen hacer de la autora, al lector le resulta prácticamente imposible separarse de unos personajes tan llenos de vida y tan especiales. Se crea la necesidad de verlos crecer y de saber en qué tipo de personas se convertirán. Cada vez tengo más claro que el mundo que ha creado Lucy Maud Montgomery para Ana Shirley es el mundo en que me gustaría vivir.
Puntuación: 5 (sobre 5) |