Esta novela de Marc Levy se publicó en Francia por primera vez en 2003. Fue el año siguiente cuando Ediciones B la editó en España. Sin embargo, hoy por hoy está descatalogada y sólo puede conseguirse en bibliotecas y librerías de viejo.
¿Qué opino yo? (Sin destripes):
No acabo de conectar con este escritor. Sólo he leído un libro suyo que me haya gustado, La próxima vez, pero otros, como Las cosas que no nos dijimos, me parecieron absurdos, y Siete días para una eternidad se me ha hecho muy cuesta arriba.
Ya lo había leído hacía tiempo sin quedar muy satisfecha, pero pasados algunos años he querido darle otra oportunidad por si aquel momento no fue el más adecuado para disfrutarlo. Lo cierto es que en esta relectura me ha gustado todavía menos.
La primera mitad de la novela es pasable. En ella se nos cuenta cómo trabajan los enviados del Bien y del Mal en la Tierra y vamos conociendo sus personalidades, sin mucho misterio, la verdad, porque tanto Lucas como Zofia son muy planos.
También es aquí cuando se nos da un esbozo de la forma de ser de Dios. Marc Levy ha buscado cierta singularidad (de forma fallida) dándonos un Dios muy humanizado que hace apuestas y que es amante de los fuegos artificiales.
Quizás Levy ha intentado mostrar una divinidad más cercana a los seres humanos otorgándole algunos de sus rasgos para causar simpatía en el lector y que de este modo sintamos al personaje más cercano. No funciona.
Satán tampoco da mucho de sí, así que no merece la pena que trate de adentrarme en su descripción.
La segunda mitad de la obra es una inyección de puro azúcar. Siempre he dicho que adoro las historias de amor, pero las que están bien forjadas y no necesitan caer en el pasteleo más extremo. La relación amorosa que se desarrolla no me ha resultado nada creíble, aunque sí extraigo una idea interesante: el bien y el mal pueden ser complementarios. En una persona buena puede haber algo malo y viceversa. No necesariamente son aspectos opuestos por completo ni excluyentes el uno del otro.
Zofia, la representante del Bien, se pasa los días cuidando y ayudando a los demás. Es comprensiva, tenaz y poco más se puede decir de ella. Como rasgo de modernidad, para que entendamos que ser bueno no es equivalente a ser mojigato, Levy ha querido que lleve unas alas tatuadas en el hombro y que incluso la veamos pegar chicles bajo una mesa.
Lucas, como buen enviado de Satán, va por el mundo provocando accidentes, robando coches y haciendo que caigan al fondo del mar. Como no podía ser de otra manera, es guapo, osado, dado a los placeres carnales y a la gula. Ya veis, el culmen de la originalidad.
El planteamiento del libro es muy sencillo, simple incluso, y completamente previsible. El final esconde pocas sorpresas, por no decir ninguna, aunque no hay nada realmente sorprendente en ninguna parte.
Los secundarios son tan planos como los protagonistas, y su función es la de ser meramente un satélite en torno a ellos, sin nada interesante que aportar. Todo gira en torno a Lucas y Zofia.
El estilo narrativo de Levy en esta novela también roza la simpleza. La riqueza léxica brilla por su ausencia y las descripciones son prácticamente inexistentes. Me consta que es un autor que puede hacerlo mejor, aunque aquí no ha estado muy afortunado.
Sólo lo recomiendo a los fans acérrimos de Levy y a aquellos que disfruten de los romances almibarados hasta el límite. Por mi parte, no me rindo con este escritor y seguiré buscando obras suyas que me gusten tanto como La próxima vez.
Ya lo había leído hacía tiempo sin quedar muy satisfecha, pero pasados algunos años he querido darle otra oportunidad por si aquel momento no fue el más adecuado para disfrutarlo. Lo cierto es que en esta relectura me ha gustado todavía menos.
La primera mitad de la novela es pasable. En ella se nos cuenta cómo trabajan los enviados del Bien y del Mal en la Tierra y vamos conociendo sus personalidades, sin mucho misterio, la verdad, porque tanto Lucas como Zofia son muy planos.
También es aquí cuando se nos da un esbozo de la forma de ser de Dios. Marc Levy ha buscado cierta singularidad (de forma fallida) dándonos un Dios muy humanizado que hace apuestas y que es amante de los fuegos artificiales.
Quizás Levy ha intentado mostrar una divinidad más cercana a los seres humanos otorgándole algunos de sus rasgos para causar simpatía en el lector y que de este modo sintamos al personaje más cercano. No funciona.
Satán tampoco da mucho de sí, así que no merece la pena que trate de adentrarme en su descripción.
La segunda mitad de la obra es una inyección de puro azúcar. Siempre he dicho que adoro las historias de amor, pero las que están bien forjadas y no necesitan caer en el pasteleo más extremo. La relación amorosa que se desarrolla no me ha resultado nada creíble, aunque sí extraigo una idea interesante: el bien y el mal pueden ser complementarios. En una persona buena puede haber algo malo y viceversa. No necesariamente son aspectos opuestos por completo ni excluyentes el uno del otro.
«Hermosa idea la de que quien encuentra a su otra mitad llega a ser más completo que la humanidad entera, ¿verdad? El hombre en sí no es único... Si hubiera querido que fuera así, sólo habría creado uno. Cuando empieza a amar, es cuando consigue serlo. Quizá la creación humana sea imperfecta, pero no hay nada más perfecto en el universo que dos seres que se aman». |
Zofia, la representante del Bien, se pasa los días cuidando y ayudando a los demás. Es comprensiva, tenaz y poco más se puede decir de ella. Como rasgo de modernidad, para que entendamos que ser bueno no es equivalente a ser mojigato, Levy ha querido que lleve unas alas tatuadas en el hombro y que incluso la veamos pegar chicles bajo una mesa.
Lucas, como buen enviado de Satán, va por el mundo provocando accidentes, robando coches y haciendo que caigan al fondo del mar. Como no podía ser de otra manera, es guapo, osado, dado a los placeres carnales y a la gula. Ya veis, el culmen de la originalidad.
El planteamiento del libro es muy sencillo, simple incluso, y completamente previsible. El final esconde pocas sorpresas, por no decir ninguna, aunque no hay nada realmente sorprendente en ninguna parte.
Los secundarios son tan planos como los protagonistas, y su función es la de ser meramente un satélite en torno a ellos, sin nada interesante que aportar. Todo gira en torno a Lucas y Zofia.
El estilo narrativo de Levy en esta novela también roza la simpleza. La riqueza léxica brilla por su ausencia y las descripciones son prácticamente inexistentes. Me consta que es un autor que puede hacerlo mejor, aunque aquí no ha estado muy afortunado.
Sólo lo recomiendo a los fans acérrimos de Levy y a aquellos que disfruten de los romances almibarados hasta el límite. Por mi parte, no me rindo con este escritor y seguiré buscando obras suyas que me gusten tanto como La próxima vez.
Puntuación: 1'5 (sobre 5) |