¿De qué va?:
Basada en la vida del empresario norteamericano Harry Gordon Selfridge, la serie nos lleva al Londres de 1909, donde el protagonista busca los medios disponibles para abrir una lujosa tienda. Una vez en pie, Selfridge y sus trabajadores siguen técnicas de venta novedosas que con el tiempo se adoptarían en todos los grandes almacenes. Las vivencias del magnate, su familia, amigos y empleados conforman el argumento.
¿Qué opino yo? (Sin destripes):
En esta entrada os quiero contar las dos experiencias que he tenido con esta serie, ya que son dos las veces que la empecé a ver. Cuando la BBC estrenó The Paradise y comencé a disfrutar de cada capítulo, terminé irremediablemente fascinada con ella, lo que hizo que me alegrara muchísimo saber que la ITV estaba realizando una producción de temática similar. Ocurrió lo que tenía que ocurrir, que yo esperaba una copia de calidad que me hiciera sentir lo mismo, pero después de ver dos episodios de Mr. Selfridge, no encontraba el parecido. Lo único en común es que había unos grandes almacenes, pero el protagonista se alejaba mucho del encanto misterioso de Moray (aunque comparten el carácter emprendedor), no encontraba la sutileza de las miradas entre personajes ni el trato delicado y cortés entre damas y caballeros, no se adivinaba ningún romance surgido entre sedas y luces tenues. Conclusión: abandoné.
El tiempo siguió pasando y llegó la esperada segunda temporada de The Paradise. Las virtudes que me enamoraron previamente se habían diluido y los defectos que antes habían sido casi imperceptibles se convirtieron en el veneno que acabó con la serie. Segunda conclusión: la BBC la canceló y yo me quedé con una sensación bastante negativa.
Recordé entonces Mr. Selfridge, vi críticas y comentarios que la elogiaban profusamente. Ante el éxito cosechado, la emisora responsable la había renovado. Pensé que debía de tener algo que yo no había captado, y que quizás con sólo dos episodios vistos no era suficiente para saber qué era.
Volví a empezar, y tras los dos primeros capítulos no conseguía ver más allá del maravilloso envoltorio exterior. Aún no sentía a los personajes y sus historias, pero esta vez no abandoné, y después del tercer o cuarto episodio ya estaba absolutamente atrapada. ¡Qué serie tan maravillosa!
Sí, es completamente diferente de The Paradise, pero ha sabido sacar partido de los puntos negativos de ésta, triunfar donde la otra fracasó. En Mr. Selfridge no hay un único protagonista y muchos secundarios que, como satélites, orbiten a su alrededor. No, aquí estamos ante una serie coral donde todos los personajes tienen algo que aportar. Cada uno de ellos es un ser redondo con una vida propia. A pesar del título, a pesar del claro liderazgo de Harry Gordon Selfridge, todos los que aparecen en pantalla son relevantes, y sus problemas, deseos y alegrías se tratan con la misma importancia y suscitan el mismo interés.
No es una producción dulcificada, cada protagonista es humanamente imperfecto, y por ello en algunas ocasiones todos nos pueden causar simpatía y en otras un profundo rechazo, como sucede al ver algunas acciones (que no desvelaré) del mismísimo Mr. Selfridge. La realidad del ser humano, aquello de lo que es capaz, sus errores, traiciones, amores, infidelidades, anhelos, etcétera, se muestran sin tapujos.
El mundo exterior no se refleja de forma exclusivamente anecdótica, como mero marco circunstancial, sino que forma parte de la vida de los personajes, afectándolos en sus decisiones y moldeando las situaciones a las que deben hacer frente. Además, no hay un enfoque individualista sobre ninguno, existe una interrelación que confiere más verosimilitud si cabe: lo que uno hace puede afectar a otros, para bien o para mal, directa o indirectamente.
Tampoco la tienda de Selfridge está aislada de los cambios y conflictos sociales, al contrario. Con su visión para los negocios, Selfridge sabe aprovechar como le conviene las preocupaciones y gustos del entorno. Por esto vamos a ver cómo pasan por los almacenes personajes de renombre como Arthur Conan Doyle, el explorador Ernest Shackleton o el aviador Louis Blériot, e incluso podemos presenciar la lucha de las sufragistas. Y esto no es todo, en muchos episodios los escaparates se decoran en función a ello, y a veces el resultado es un auténtico deleite para la vista.
Esto último es aplicable también al vestuario y la decoración. Diría que la ITV no ha escatimado en gastos. Cada uno viste y vive según su condición social y sus medios, pero la caracterización de todos es perfecta. Desde los primeros minutos el espectador se siente transportado al Londres de principios del siglo XX e igualmente integrado cuando toma el té con la manipuladora Lady Mae como cuando arregla escaparates con el encantador Henri Leclair.
En definitiva, es una serie muy recomendable que hará las delicias de los amantes de las historias de época y de los interesados por la letra pequeña de la Historia, de la que forman parte el inicio y evolución de los grandes almacenes y el desarrollo de las técnicas de venta y publicidad; y, por supuesto, también puede gustar a cualquiera que disfrute con una producción sólida que cuente con un argumento de calidad.
El tiempo siguió pasando y llegó la esperada segunda temporada de The Paradise. Las virtudes que me enamoraron previamente se habían diluido y los defectos que antes habían sido casi imperceptibles se convirtieron en el veneno que acabó con la serie. Segunda conclusión: la BBC la canceló y yo me quedé con una sensación bastante negativa.
Recordé entonces Mr. Selfridge, vi críticas y comentarios que la elogiaban profusamente. Ante el éxito cosechado, la emisora responsable la había renovado. Pensé que debía de tener algo que yo no había captado, y que quizás con sólo dos episodios vistos no era suficiente para saber qué era.
Volví a empezar, y tras los dos primeros capítulos no conseguía ver más allá del maravilloso envoltorio exterior. Aún no sentía a los personajes y sus historias, pero esta vez no abandoné, y después del tercer o cuarto episodio ya estaba absolutamente atrapada. ¡Qué serie tan maravillosa!
Sí, es completamente diferente de The Paradise, pero ha sabido sacar partido de los puntos negativos de ésta, triunfar donde la otra fracasó. En Mr. Selfridge no hay un único protagonista y muchos secundarios que, como satélites, orbiten a su alrededor. No, aquí estamos ante una serie coral donde todos los personajes tienen algo que aportar. Cada uno de ellos es un ser redondo con una vida propia. A pesar del título, a pesar del claro liderazgo de Harry Gordon Selfridge, todos los que aparecen en pantalla son relevantes, y sus problemas, deseos y alegrías se tratan con la misma importancia y suscitan el mismo interés.
No es una producción dulcificada, cada protagonista es humanamente imperfecto, y por ello en algunas ocasiones todos nos pueden causar simpatía y en otras un profundo rechazo, como sucede al ver algunas acciones (que no desvelaré) del mismísimo Mr. Selfridge. La realidad del ser humano, aquello de lo que es capaz, sus errores, traiciones, amores, infidelidades, anhelos, etcétera, se muestran sin tapujos.
El mundo exterior no se refleja de forma exclusivamente anecdótica, como mero marco circunstancial, sino que forma parte de la vida de los personajes, afectándolos en sus decisiones y moldeando las situaciones a las que deben hacer frente. Además, no hay un enfoque individualista sobre ninguno, existe una interrelación que confiere más verosimilitud si cabe: lo que uno hace puede afectar a otros, para bien o para mal, directa o indirectamente.
Tampoco la tienda de Selfridge está aislada de los cambios y conflictos sociales, al contrario. Con su visión para los negocios, Selfridge sabe aprovechar como le conviene las preocupaciones y gustos del entorno. Por esto vamos a ver cómo pasan por los almacenes personajes de renombre como Arthur Conan Doyle, el explorador Ernest Shackleton o el aviador Louis Blériot, e incluso podemos presenciar la lucha de las sufragistas. Y esto no es todo, en muchos episodios los escaparates se decoran en función a ello, y a veces el resultado es un auténtico deleite para la vista.
Esto último es aplicable también al vestuario y la decoración. Diría que la ITV no ha escatimado en gastos. Cada uno viste y vive según su condición social y sus medios, pero la caracterización de todos es perfecta. Desde los primeros minutos el espectador se siente transportado al Londres de principios del siglo XX e igualmente integrado cuando toma el té con la manipuladora Lady Mae como cuando arregla escaparates con el encantador Henri Leclair.
En definitiva, es una serie muy recomendable que hará las delicias de los amantes de las historias de época y de los interesados por la letra pequeña de la Historia, de la que forman parte el inicio y evolución de los grandes almacenes y el desarrollo de las técnicas de venta y publicidad; y, por supuesto, también puede gustar a cualquiera que disfrute con una producción sólida que cuente con un argumento de calidad.
Puntuación: 4 (sobre 5) |