Ana, la de Tejas Verdes es una obra de Lucy Maud Montgomery. Es el primero de ocho libros que giran en torno a este personaje. Se publicó por primera vez en 1908 en el país natal de la escritora y su éxito a lo largo del tiempo ha hecho que se lleve a la pequeña pantalla en forma de miniserie y de dibujos animados.
En España, Salamandra lo publicó en los años 90, pero lo descatalogó un tiempo después. En 2013, Toromítico ha realizado una nueva traducción que podemos encontrar en librerías. Consta de 306 páginas y su precio es de 15 euros.
¿Qué opino yo? (Sin destripes):
No sé cuántos años me he pasado queriendo leer este libro, deseo que aumentó tras ver la miniserie de televisión, pero desde que Salamandra lo descatalogó hace más de diez años, ninguna editorial se ha animado a reeditarlo en España hasta ahora.
Cuando era una niña, era fan de Mujercitas, pero lamentablemente la historia de Anne no llegó a mis manos entonces. De haberlo hecho es probable que se hubiera convertido en mi heroína más querida junto con Jo March (con quien ya de adulta me he enfadado mucho por cierto cambio de actitud en Aquellas mujercitas).
Cuando era una niña, era fan de Mujercitas, pero lamentablemente la historia de Anne no llegó a mis manos entonces. De haberlo hecho es probable que se hubiera convertido en mi heroína más querida junto con Jo March (con quien ya de adulta me he enfadado mucho por cierto cambio de actitud en Aquellas mujercitas).
Toromítico, la editorial que ha recuperado el mundo de Tejas Verdes para nosotros, ha preferido darnos una Ana en lugar de una Anne, y que ésta, en lugar de reivindicar que su nombre se escribe terminado en –e, defienda que se hace con una sola –n-, pero esto son minucias, porque la esencia de Anne es inalterable.
«Somos ricas. Tenemos dieciséis años, somos felices como reinas y todas tenemos imaginación, más o menos. Mirad el mar, todo plata, sombras y ensueños de cosas nunca vistas. No podríamos gozar más de su hermosura por el hecho de tener millones de dólares y muchos diamantes». |
Lucy Maud Montgomery tenía un don: sabía escribir de aspectos cotidianos dándoles un toque de excepcionalidad. Así, en la novela vemos que no suceden grandes cosas, al menos no para el lector, aunque sí para la protagonista, quien nos transmite cada emoción que siente al vivir su día a día. Con ella sufrimos porque es huérfana, la compadecemos por la enorme pena que le supone ser pelirroja, nos alegramos cuando conoce a su primera amiga de verdad y, a la par que ella, nos vamos adaptando a Avonlea y sus costumbres. A veces también nos podemos enfadar con ella, porque puede ser muy intensa cuando decide odiar, y nos llevamos las manos a la cabeza cuando, sin querer, hace alguna trastada.
Y es que Anne, aunque se esfuerce en hacer las cosas bien, no sale de un lío cuando ya se ha metido en otro. ¡Y cómo habla! No hay quien la haga callar. En algún momento, los parlamentos tan largos me han llegado a cansar, pero afortunadamente ha sido en pocas ocasiones, porque Anne tiene unas ideas muy originales y una imaginación muy viva. Además ella lo sabe y a veces alardea de ello, compadeciendo a aquellas personas que no pueden perderse en sus propios mundos internos.
Sin embargo, esto también le juega algunas malas pasadas, porque sin duda es mucho más divertido vivir mentalmente historias emocionantes que hacer la faena de la casa, y cuando la niña se distrae en medio de una tarea, pasa lo que tiene que pasar.
«La gente se ríe de mí porque uso palabras difíciles, pero si uno tiene grandes ideas, debe usar grandes palabras para expresarlas, ¿no es verdad?». |
Hoy por hoy, la psicología moderna, que se empeña en poner nombres para todo, le diagnosticaría un trastorno por déficit de atención. Afortunadamente, el mundo de Anne no es el nuestro y ella puede vivir y desarrollarse libremente, y poco a poco va aprendiendo por sí misma cuándo puede ensimismarse y cuándo no.
Anne lleva la alegría a sus tutores adoptivos, Matthew y Marilla. Sin ellos esta historia no sería la misma. También se hacen querer con sus virtudes y defectos.
Del mismo modo, Avonlea sería inconcebible sin otros personajes secundarios como la vecina cotilla Rachel Lynde (con quien nuestra protagonista no congenia del todo pero a quien siempre está citando por considerar sus frases llenas de conocimiento), la fiel amiga Diana o el joven Gilbert Blythe, quien comete el terrible error de burlarse del pelo de Anne.
Un protagonista en sí mismo es el ficticio pueblo de Avonlea, situado por la autora en la canadiense Isla del Príncipe Eduardo. Reconozco que estoy enamorada de este lugar, y Lucy Maud Montgomery tiene la culpa. Las descripciones son bellísimas, y sabe cómo hacerlas para que no resulten densas o tediosas. Vivir en un sitio así, donde la naturaleza forma parte del día a día, donde prima el valor de las cosas sencillas, la delincuencia es nula y la seguridad, plena, tiene que ser todo un privilegio.
«Las almas gemelas no son tan difíciles de encontrar como yo solía pensar. Es increíble ver cuántas puedes encontrar en este mundo». |
Gracias a Anne he podido pasear por el Sendero de los Amantes, he tenido miedo de adentrarme de noche en el Bosque Embrujado y me he deleitado contemplando la Burbuja de la Dríade.
El diseño del libro que ha elaborado Toromítico es precioso. La portada es bastante simpática y en el interior se incluyen láminas de flores, personajes, paisajes y la joven actriz en la que la escritora se basó para crear a Anne. También aparece un mapa de la Isla del Príncipe Eduardo y una breve biografía de la autora.
La letra tiene un buen tamaño. Hay algunos errores ortotipográficos, pero son pocos. La traducción es buena, aunque supongo que se debe a un despiste el que algunos personajes pasen del “usted” al “tú” en un segundo.
En definitiva, estoy encantada de haber pasado unos días en este bonito pueblo con Anne. Espero que la editorial nos traiga las restantes novelas.
Puntuación: 4 (sobre 5) |