Soldado Azul

 10/10/2025

Theodore Victor Olsen es un gran desconocido en nuestro país. Desde pequeño fue un gran aficionado a la novela de aventuras y pronto se lanzó a escribir sus propias historias. Esta que nos ocupa tiene como título original Arrow in the sun, publicada en 1969, y aunque llegó a hacerse una película de ella, las tramas difieren bastante.

En España está publicada por la editorial Valdemar desde el año 2016 en una edición que cuesta 25 euros y que contiene dos novelas del autor, que suman un total de 464 páginas.

¿De qué trata?:

Cresta Lee es una mujer que consiguió escapar de manos de los indios tras permanecer cautiva durante dos años. Acompañada por un escuadrón de soldados con una misión, se dirige al reencuentro con su prometido con el fin de encauzar su vida. Sin embargo, durante el viaje, en el cual también toma parte el soldado Honus Gant, son atacados por un grupo de indios que provocan una masacre.
Cresta y Honus consiguen escapar con vida, pero cada uno de ellos tiene un propósito muy diferente, aunque se vean obligados a colaborar para sobrevivir.

 

¿Qué opino yo? (Sin destripes): 

Últimamente prolifera un tipo de novela romántica que repite los mismos patrones, esto es, un estilo somero y directo, tramas simples y trilladas con alguna que otra escena picante narrada de la forma más vulgar posible y con personajes adultos que no han alcanzado la madurez. Para tratar de variar un poco, se han empezado a ambientar algunas de estas novelas en el Salvaje Oeste, pero no dejan de ser lo mismo, sólo que con algún rancho que otro y algunas vacas. En ellas seguimos encontrando personajes alejados de la época y el contexto correctos para continuar comportándose como lo haría la gente del siglo XXI en distintos aspectos.

En Soldado Azul hay una historia de amor que recorre toda la novela, cimentándose a lo largo de ella para que debamos esperar al final y ver entonces si fructifica o no. Sin embargo, esta no es una novela romántica, sino una auténtica novela del Oeste, con su historia de amor, sí, pero también con la verdad cruel de lo que puede esperarse en esa época y en ese lugar.

De Theodore Victor Olsen leí hace algún tiempo La luna del cazador, que en España se ha publicado en el mismo volumen que Soldado Azul, y me pareció una novela con tanta tensión que he hecho un largo descanso antes de abordar esta última.

El estilo de este autor es absolutamente descarnado, sin cortapisas a la hora de narrar situaciones de vida o muerte. Con esto no quiero decir que se recree en descripciones viscerales que acaben causándonos náuseas; ni siquiera usa floritura innecesarias, pero conforme va narrando los hechos, expone directamente y de forma concisa y contundente las consecuencias físicas y psicológicas que conllevan para los personajes.

 


«El amor propio no tiene nada que ver con lo que otros piensen de ti. Si lo tienes, lo tienes, y da igual que nadie más lo sepa».

 
No es un modo de escribir escueto ni simple, no es un guion cinematográfico, pero sí que resulta muy visual al centrarse meramente en la acción, y no en la descripción, y a que no deja de suceder un acontecimiento grave tras otro, por lo que todo parece proyectarse con rapidez ante nuestros ojos, sin dejarnos un descanso para rebajar la tensión que genera todo lo que ocurre. Pese a la brevedad de la novela, no se detiene este ritmo en ningún momento. Es por ello que creo que este título puede ser una buena opción para iniciarse en las novelas del Oeste o, simplemente, para cuando no tengamos ganas de sesudas reflexiones. 


Aparte de esta velocidad narrativa, que le sienta bien al tipo de historia que se cuenta, otro punto fuerte son los dos personajes principales, totalmente opuestos, pero complementarios.

Cresta Lee es una protagonista atípica, alejada por completo de los clichés de chica desorientada en apuros, heroína invencible o mujer empoderada que arrasa allá donde va. Cresta no es un estereotipo. Es, ante todo, una mujer pragmática que, a pesar de su juventud, sólo ha conocido el sufrimiento en su vida y ha aprendido a adaptarse. No se conforma y adopta su propia manera de luchar, que a veces consiste para ella en amoldarse hasta que encuentre la mejor manera de cambiar su suerte.



«Si uno podía, debía mejorar sus circunstancias. Si no, debía sacar el mayor partido de estas».

 

Tampoco invierte tiempo en compadecerse, a pesar de su dura existencia. Es inteligente, una superviviente, y la coraza con que se protege puede hacerla parecer fría. Sabe lo que tiene y lo que le conviene, y lo que le conviene es el apuesto teniente John Mcnair, pero cuando el destino cruza su vida con el aparentemente insignificante soldado Honus Gant, a Cresta le cuesta aprender que lo que creía que le convenía y lo que realmente quiere no tienen por qué coincidir. 

Ese aprendizaje, ese desarrollo de la cercanía entre Cresta y Honus, el conocimiento y el cuidado mutuo, es lo que leemos a lo largo de toda la obra, pero siempre en medio de alguna batalla o una amenaza que los ponga en serio peligro, y no sólo a ellos.

Honus Gant, por su parte, es otro personaje que merece la pena conocer. Pese a ser un soldado, la heroicidad no entra en sus planes ni el código militar es su código vital. En su mente no hay espacio para galardones, reconocimientos ni ascensos. Frente al teniente John McNair, un hombre férreamente sometido a la disciplina militar, Honus es un espíritu libre, un humilde idealista con alma de granjero. Se trata de un sencillo maestro que tomó la mala decisión de hacerse soldado.

Cresta y él están unidos por las circunstancias a las que se ven arrojados, pero también por la resiliencia, lo único en lo que realmente son iguales, aunque no lo sean sus motivaciones. Mientras ella busca su propia supervivencia y subsistencia (al menos al principio), Honus lucha poniéndose en riesgo para que no se produzcan más muertes de blancos a manos de los indios tras la primera matanza a la que tiene que asistir.

Esas cualidades que al inicio no comprenden el uno del otro son las que, gradualmente, van aprendiendo a admirar, aunque ninguno de los dos es consciente de ello hasta que va avanzando la lectura.

Aunque yo relaciono las historias del Antiguo Oeste con el verano y el calor, este libro siempre puede encontrar un hueco entre nuestras lecturas. Su acción continua, su estilo ágil y el peligro constante en el que están los personajes hacen que se devore con ganas.

  

Puntuación: 3,5 (sobre 5)

La dolce villa

 21/09/2025


 

  
   
   Título original: La dolce villa                                                 País: EE. UU.        
       Género: Romance, vida contemplativa                             Año de estreno: 2025               
     Productoras:
 
DAE Light Media, Front Row Films               Duración: 99' aprox.
                     



¿De qué trata?

Eric es un empresario de éxito al que no le queda más remedio que cogerse unas vacaciones para impedir que su hija Olivia, una soñadora empedernida, compre y restaure una villa en ruinas en la Toscana. Pero Italia, fiel a su legendaria belleza, magia y romance, tiene otros planes para él.

 

¿Qué opino yo? (Sin destripes):

No soy asidua al cine de Netflix, pero de vez en cuando lanza alguna película que llama la atención porque intuyo que me ayudará a evadirme de la realidad durante un rato con una historia y un mensaje
 agradables.
 

Así ha sido con La dolce villa, que no deja de ser un sueño que muchos podríamos tener: conseguir una casa por un euro en la campiña italiana, reformarla por poco más de cinco mil, dedicarnos a la vida contemplativa y, de vez en cuando, trabajar en lo que realmente nos apasiona. Un auténtico cuento de hadas, y yo adoro los cuentos de hadas.

Si escarbamos un poco en la realidad de las casas italianas de un euro, nos damos cuenta de que el monto final va a ser mucho más alto y hay algunas condiciones que no todo el mundo puede cumplir, pero esta aspiración idílica llega a convertirse en una realidad para algunas personas y esta es la premisa de la cinta.

A priori, no esperaba mucho de ella, pero conforme iban pasando los minutos, la fui sintiendo como un bálsamo relajante. Es una oda al dolce far niente o el arte de no hacer nada, que no se trata de perder el tiempo, sino de ganarlo realmente para uno mismo.  En un mundo en el que estamos hiperconectados e hiperactivos, hemos perdido la costumbre de estar solos en calma. Nos da miedo aburrirnos, nos da miedo estar solos con nuestro torbellino de pensamientos y nos da miedo no ser productivos. 

El dolce far niente nos invita a parar la agitación cotidiana para reconectar con la esencia de las cosas. No es necesario contar siempre con  una agenda llena de planes, proyectos, propósitos o tareas pendientes, ya que eso no trae más que ruido mental. A veces necesitamos, sencillamente, no tener una finalidad concreta, sino centrarnos y disfrutar de la caricia del sol en la cara, el soplo del viento, el arrullo de los árboles, un café en una terraza tranquila, un paseo en bicicleta, etcétera.

Todo ello se va mostrando en la película casi desde el principio, claro que los hermosos paisajes italianos también ayudan. En este sentido, me parece muy reveladora una escena que quizás pueda pasar desapercibida sin que captemos todo lo que encierra: nuestro protagonista estadounidense, de vida ajetreada, se sienta en el exterior de la casa para trabajar con su ordenador portátil y, de repente, levanta la vista y se da cuenta de lo inconmensurable que hay ante él, esa explosión de colores, aromas sonidos y sensaciones que lo rodean, mostrando de este modo el contraste entre ello y las nuevas tecnologías, que nos han absorbido a todos y nos han desconectado de aquello que ha acompañado al ser humano durante siglos.

 


La escena dura apenas unos segundos, pero son suficientes para que veamos lo que hemos dejado de lado y lo que hemos obtenido a cambio.
 

Aparte de este mensaje, me han gustado mucho las tres señoras italianas que se pasan el día sentadas en una fuente y ponen el punto de buen humor. En boca de ellas colocan los guionistas un mensaje del que me resulta curioso que sean conscientes, y es la impresión que dejan algunos turistas de procedencia anglosajona en los países que visitan, ya que a veces adolecen de una actitud arrogante pretendiendo que en cualquier rincón del planeta se les hable en su idioma, en lugar de hacer un pequeño esfuerzo para adaptarse a las personas del país en el que están.
 
Eric así lo comprende y comienza una trayectoria que lo conduce a ser parte de la comunidad. Lo vemos con sus lecciones de italiano, montando en bicicleta, desarrollando una complicidad con la alcaldesa , valorando la comida local y tratando de derribar las murallas de las tres señoras de la fuente, que no se lo ponen fácil.

En cuanto al tema sentimental, se desarrollan dos vías. Por un lado está la relación entre padre e hija, que no es la ideal desde que la esposa murió. Aunque se preocupan el uno por el otro, no siempre llegan a comprenderse bien y la trama incluye un aprendizaje para ambos y el germen de la empatía.

Por otro lado está la atracción que va creciendo entre Eric y Francesca, la alcaldesa. Hay varios clichés en esta historia de amor, pero ya me resulta hasta entrañable seguir encontrándolos en el cine, como el de mancharse la boca comiendo y que sea el otro quien lo perciba. ¿Y por qué no? ¿Quién no se ha manchado un poquito de ketchup después de comerse una hamburguesa, por ejemplo?


No es una historia de amor compleja ni la película lo requiera, no trata sobre eso, aunque sea agradable ver cómo se desarrolla. Es otra pieza más en el puzle vital de Eric, una pieza que necesita para que todas encajen, para ser feliz. Él contaba con un vacío desde la muerte de su mujer y ese vacío se va llenando con todo lo que Italia tiene que ofrecerle, con todo lo que él aprende a amar de Italia.

 

El filme es previsible, pero en los últimos tiempos usamos demasiado esa palabra como algo negativo. No creo que sean buenos el sobresalto continuo, la sobreexcitación ni tener sorpresa tras sorpresa sin descanso. Es importante valorar también la comodidad de lo previsible, el sosiego de lo que nos es familiar, la calma para la mente. Entre tanto estímulo constante, una película como esta es un regalo, un agradable paréntesis para descansar. 

 

Puntuación: 4 (sobre 5)

La casa de las olas

09/09/2025 



Esta novela ha sido publicada en inglés, su lengua original, con dos títulos distintos: Foreign fruit y Windfallen, ambos relacionados con lo que se narra en el prólogo y en el epílogo. La primera edición es de 2003.

En España, Debolsillo la tradujo en 2006 y la lanzó al mercado con un nombre totalmente diferente, La casa de las olas. Esa edición consta de 464 páginas. En 2017 volvió a publicarla, esta vez con una portada diferente, por un precio de 11,95 €.

¿De qué trata?:

Estamos en Inglaterra en 1950: en un pueblo costero, de esos en los que todo el mundo se conoce y donde el chismorreo es el deporte local, vive Lottie, una joven cariñosa, dispuesta y muy conformista. Su mejor amiga es Celia Holden, con cuya familia vive: ayuda en la casa, hace recados, cuida a los pequeños. Un buen día, el pequeño mundo de Lottie se resquebraja: en una casa en la playa se instala un grupo de artistas bohemios; sus costumbres, que para ella son muy exóticas, le descubren una nueva manera de vivir, más libre, rica y estimulante. Pero entonces, alguien a quien Celia conoce aparece en la vida de Lottie para trastocarla por entero.

¿Qué opino yo? (Sin destripes):

Mi relación con Jojo Moyes viene de antiguo y no siempre ha sido grata, pero eso lleva tiempo cambiando. Antes de que todo el mundo tuviera un lector de libro electrónico y antes del asalto en tropel de booktubers, bookstagrammers y otros neologismos anglosajones yo era más asidua a perderme por las estanterías de la biblioteca y mirar libros al azar, sin contaminarme con ninguna información previa. Así encontré La casa de las olas.

Aquella portada con una casa bajo las nubes y rodeada de una verde campiña atravesada por un camino me pareció muy bella y sugerente, tanto como el título. ¿Cómo no querer estar allí aunque fuese con la imaginación? En cuanto al argumento, no correspondía al tipo de libros al que estaba más acostumbrada a leer entonces, pero siempre me he abierto a nuevas y diferentes lecturas. Reconozco que, ya en casa, las primeras páginas me desalentaron. Me parecieron lentas y carentes de interés, así que decidí no continuar, pero nunca me olvidé de esta obra, porque algo me decía que tenía que esperar a su momento. Este ha llegado por fin.

Tras hacerme con él de nuevo, lo he estado leyendo a finales de agosto y, pasando esas primeras páginas críticas, me ha absorbido tanto que me costaba parar de leer.

Este libro tiene una nota de melancolía y lo he sentido como un ocaso, como el final de un verano. 


Dicen en algunos lugares que Jojo Moyes es autora de novela romántica y, después de leer tres libros suyos, me parece una 
afirmación desacertada por completo. No sé cómo serán sus otras novelas, pero en esta y en las otras dos siempre hay algo agridulce. Puede que las cosas salgan bien, pero sólo algunas y sólo en ocasiones, y los personajes portan consigo una estela de dolor debida a la senda que han tenido que recorrer.

Centrándonos en La casa de las olas, la autora incluye historias de amor, pero no son el único eje vertebral de la historia, a pesar de su enorme importancia, sino que están enmarcadas en el flujo vital que vapulea a sus protagonistas de distintas formas, aunque sus decisiones tienen mucho que ver en esto. 

Es curioso que a pesar de no haber empatizado con casi ningún personaje, he disfrutado mucho la novela. Prácticamente todos ellos tienen sus sombras y a veces es difícil entender y aceptar sus acciones. De hecho, resultan tan reales que incluso son ellos mismos quienes pueden llegar a ponerse la zancadilla por no saber actuar ante la vida y ante sus emociones, tal como podría pasarnos a todos en algún momento determinado.

No es un libro que oculte grandes misterios, ya que en ocasiones podemos prever qué va a acontecer, pero la cuestión que interesa es conocer qué decisión van a tomar esos personajes sobre ello y cómo va a afectar a su micromundo, especialmente porque la mayor parte de la trama transcurre en un pequeño pueblo costero donde todos se conocen, los escándalos no se olvidan y se niega cualquiera idea de progreso. Es un pueblo que vive anclado en su propia historia y atrapado en su conservadurismo.

La estructura divide la novela en tres partes. La primera de ellas nos retrotrae hasta los años 50 del siglo XX. Como suele ser habitual en mí, disfruto más cuando se nos traslada a otra época y a través del papel puedo sumergirme en el encanto de lo que es inalcanzable de otro modo.

Para mí, esta primera parte sugiere juventud, el inicio de un verano, disfrutar de la vida sin cortapisas, aunque luego lleguen las consecuencias. La protagonista aquí es una Lottie en los últimos años de la adolescencia. Se trata de una muchacha seria, adusta, aparentemente responsable, que comprende su lugar en el mundo. Es una joven de los barrios bajos de Londres que fue acogida en los años de la guerra por una familia bien posicionada, con la cual continúa viviendo al inicio de la trama, aunque siempre se perciba una barrera entre sus dos mundos.

A su lado está Celia, miembro de esa familia, y su carácter es diametralmente opuesto.

Ambas se sienten atraídas por Casa Arcadia (una casa que mezcla el estilo art decó con el modernista y está casi lamida por las olas por la posición en la que se halla) y los habitantes recién llegados, un grupo de bohemios con un concepto diferente de la vida.


«Es un consuelo saber que uno es fiel a sí mismo».

En sus vivencias allí resulta muy simbólico para lo está por suceder un baño en la playa con los miembros de Casa Arcadia, ya que revela la actitud de ambas muchachas en el devenir de los acontecimientos: la entrega y la desinhibición de Celia y la reticencia, la amargura y el orgullo de Lottie. 

Esas olas en las que se sumergen literalmente también las arrastran figuradamente, no sólo a ellas, sino a todos los que atraviesan estas páginas, incluyendo a los bohemios de Casa Arcadia, cuya alegría autoimpuesta va dando paso a lo que realmente encierra cada uno en su corazón.

La segunda parte comienza con una trama completamente distinta, de manera que parece estar leyendo otro libro. Aquí se nos presenta a Daisy, una joven diseñadora de interiores que ha sido abandonada por su novio y socio profesional después de haber tenido un bebé juntos. La marejada la lleva también a ella hasta Merham, el pueblo donde transcurre la primera parte. Allí debe hacerse cargo de la reforma de Casa Arcadia para convertirla en un hotel. Su historia acaba confluyendo con la de Lottie, aunque no es hasta el capítulo 14 de esta parte cuando comenzamos a conocer qué les pasó a Lottie y a aquellos que la rodeaban.

Esta parte va saltando de un personaje a otro, por lo que se percibe más dinámica.

Daisy, además, es el personaje que he visto con una evolución más coherente, ya que los demás viven atrapados en el pasado por un motivo u otro.

La tercera y última parte sirve para cerrar heridas, especialmente las de Lottie, quien las ha tenido abiertas toda una vida, arrastrando consigo a quienes formaban parte de su entorno. A veces necesitamos algo, un revulsivo, que nos abra los ojos, aunque haga falta mucho tiempo para ello, y la llegada de Daisy al pueblo es crucial para que suceda. Se trata de dos generaciones aprendiendo juntas. 

El final es el que yo quería, el que debía ser, pero me ha faltado algo más de explicación, no demasiado, quizás un párrafo o dos, para comprender mejor la revelación emocional que cierra el libro. Esto es lo que hace que no le suba más la nota.

Sin embargo, La casa de las olas ha sido para mí un viaje intenso y emocionante, no porque sea una historia llena de sobresaltos (que no lo es), sino porque, como en el mundo real, la gente que forma parte de nuestras experiencias y las decisiones cotidianas, donde se puede incluir un mal paso, acaban conformando el relato de una vida en cuyo vaivén merece la pena zambullirse.

 
 

Puntuación: 3,5 (sobre 5)

Bichos y demás parientes

 29/08/2025



Bichos y demás parientes, cuyo título original es Birds, Beasts and Relatives, se publicó por primera vez en inglés en 1969 de la mano de la editorial Collins. Se trata de la segunda parte de la aclamada Trilogía de Corfú, cuyo primer título es Mi familia y otros animales, mientras que el tercero es El jardín de los dioses.
 
En España, este libro ha conocido varias ediciones, la primera de ellas de 1981 en Alianza Tres. Las más recientes, también de la editorial Alianza, son de 2010 y 2024, esta última como parte de un estuche con la trilogía completa. 
 
Mi edición es de 1997 y consta de 318 páginas, incluyendo un glosario de animales citados y el índice. 
 
¿De qué trata? (Sinopsis de la editorial):

Segunda parte de la célebre trilogía de Corfú, prosigue la crónica de la estancia de Gerald Durrell y su familia en la isla mediterránea, así como la narración autobiográfica, sembrada de divertidas anécdotas, de una infancia envidiable, con el campo y el mar como única escuela y sin más clave de explicación de la alarmante racionalidad de los seres humanos que la que proporciona la contemplación atenta y curiosa de esos «parientes» supuestamente irracionales que son los miembros de la familia animal.


¿Qué opino yo? (Sin destripes):

Hace unos años comencé a leer el primer libro de esta trilogía, Mi familia y otros animales, pero no conseguí meterme en la historia, porque los protagonistas parecían ser los insectos y algunos otros animales, y en mi mente, esos capítulos fueron como una especie de documental que no me apetecía nada, así que abandoné la lectura.

Sin embargo, en el verano de 2024 recordé esta obra y, con el calor, sentí la necesidad de trasladarme mentalmente a esa Grecia azul y verde que describe Gerald Durrell. Lo hice en vacaciones, con la mente mucho más despejada, sin los problemas ni agobios de la vorágine laboral, y resultó ser una de las lecturas más bellas de mi vida, un libro de cinco estrellas. Los bichos estaban ahí, claro, pero el autor los humaniza dándoles un sentido a su vida, de modo que, por ejemplo, si se daba una batalla entre ellos, me interesaba saber cuál ganaría. Durrell consigue contagiar su curiosidad y su pasión por ellos.


De este modo me reafirmé en que, en ocasiones, el problema no está en los libros, sino en las circunstancias en las que los leemos. Eso me llevó a reservar la segunda parte, Bichos y demás parientes, para el siguiente verano, con la intención de buscar las mismas sensaciones.

Antes de continuar con la reseña propiamente dicha, quiero aclarar que estos libros pueden leerse de manera independiente y son autoconclusivos. Bichos y demás parientes no es una continuación propiamente dicha, sino que recoge anécdotas e historias de la estancia de la familia Durrell en Corfú que no habían tenido cabida en el primer libro.

La novela que hoy nos ocupa también me ha gustado mucho y, como la anterior, me ha hecho sonreír en varias ocasiones, pero no he conseguido entrar en ella tanto como con el título previo. Ambos están al mismo nivel de calidad, así que sospecho que al repetir la misma fórmula y conocer el final de antemano, el motivo puede ser que se siente menos original y sorprendente. No obstante, esto no deja de ser una percepción subjetiva.

Una de las cosas que más enamoran de esta novela es la propia Corfú, que se presenta de una manera idílica, no sólo por su propia belleza, sino por el modo de vivir en ella de la familia Durrell. No todo les sale bien y afrontan diversas dificultades, pero los baños en el mar, las excursiones en familia, las comidas al aire libre y los buenos amigos como Spiro y Teodoro hacen la vida muy agradable y el lector no puede más que desear sumarse a ellos como uno más.


«Partimos soñolientos por los olivares que plateaba una luna grande y blanca como una magnolia. Los autillos se llamaban con lamentoso gemido, y a nuestro paso alguna que otra luciérnaga nos hacía un guiño verde esmeralda. El aire cálido olía al sol del día, a rocío, a cien esencias de hojas aromáticas. Con el contento y el sopor del vino, creo que en aquella marcha entre los grandes olivos retorcidos, atigrados por la luz de la luna, todos nos sentimos arribados a puerto y aceptados por la isla».

Este mundo resalta más al contrastar el gris de Inglaterra (donde da comienzo la trama) con la luz, el calor y la amalgama de olores y colores de la isla, un cuadro sensorial del que forma parte la primera casa de los Durrell en ella, una casa de ladrillos rosas y contraventanas verdes, rodeada de olivares que descienden hasta el mar y con un pequeño jardín lleno de actividad.

La estructura de esta obra no encaja en el tradicional esquema de planteamiento, nudo y desenlace, en el sentido de que no presenta una serie de tramas paralelas que vayan desarrollándose hasta confluir en un punto final que lo resuelva todo. Sí hay un punto de partida, que es aquel en el que un Gerald Durrell ya mayor decide escribir una segunda parte de su libro más conocido (dando pie brevemente a la metaliteratura) y lo comienza, de nuevo, con la partida de la familia a Corfú. A partir de ahí, lo que se suceden son distintas aventuras y anécdotas de Gerry, el resto de los Durrell y sus conocidos.

Se vuelven a alternar las experiencias de nuestro protagonista con los animales y las vivencias de los demás. Hay momentos realmente divertidos, algunos de los cuales suceden por culpa de los amigos de Larry, a cual más peculiar y extravagante. Mi favorito, Max y su entrañable obsesión por el bienestar de la Madre (lo pongo en mayúsculas porque así es como se la llama durante toda la historia, identificándola con ese rol que cumple). No sólo están ellos, sino que estas páginas son muy ricas en secundarios interesantes que hacen la lectura muy agradable. Grandes momentos les debemos, por ejemplo, a los que dan pie a la sesión de espiritismo en Londres o a la condesa Mavrodaki y su sirviente Demetrios-Mustafá en Grecia.

Igualmente interesantes son los animales que Gerry expone en este libro: escarabajos empeñados en trasladar bolitas de caca cuesta arriba, caballitos de mar dando a luz, cangrejos vergonzosos que se cubren con algas, erizos bebés que caen en manos de Margo, etcétera.
 
De todas las mascotas que Gerry llega a tener en su casa, mi favorita es Augusto Rascalatripa. En realidad me dan bastante repelús los sapos, pero me hace gracia este al que le gusta tumbarse bocarriba para que le rasquen la barriga.

Puedo decir, para terminar, que estamos ante un título para ponerse de buen humor. Es un paréntesis de paz en medio del bullicio que nos rodea. En nuestra mente se dibujan todas esas escenas en las que acompañamos a Gerry por el reino animal, nos echamos la siesta a la sobra de un olivo, nos mojamos los pies en el mar y tenemos la misma sensación de libertad que los Durrell. Es un libro para leer (y vivir) sin prisas

 

Puntuación: 4 (sobre 5)

El fantasma y doña Juanita

 12/08/2025

 

Esta novela corta fue publicada por primera vez en el año 1927. Conoció una edición posterior en una colección de tirada semanal bautizada como la Novela del Sábado, donde se recogían obras breves de autores de mayor o menos prestigio, tanto españoles como extranjeros. Esta colección vivió tres épocas: 1939, 1940 y la última entre 1953 y 1955. En 1940, la editorial Escelicer publicó su propia edición. 

Existe poca información sobre la obra en internet. Incluso la he visto catalogada como teatro, pero se trata, como he mencionado más arriba, de una novela en prosa. 

En 1955, Rafael Gil la llevó al cine con un elenco de actores muy acertados, sobre todo Antonio Casal en el papel protagonista, aunque con algunos cambios en el tono general de la obra.

 

¿De qué trata?: 

Ramón Expósito, conocido sencillamente como Tonny, llega al pueblo de Villaclara con el circo en el que trabaja como payaso junto a su perro Baby. Allí recuerda los días perdidos de una niñez vacía en orfanatos y se lamenta por su situación actual, menospreciado por sus compañeros, con un trabajo que le hace profundamente infeliz y vanas esperanzas de conseguir algo mejor. Durante uno de sus paseos conoce a don Laureano y a su hija Juanita, pero, avergonzado por su posición, les miente sobre su nombre y su empleo. Sin embargo, él y la muchacha comienzan a enamorarse en sus siguientes encuentros, pero el miedo atenaza a Tonny porque sabe que en esa sociedad es menos que nada y esa verdad que no sabe cómo afrontar lo va atrapando en una trágica red.

 

¿Qué opino yo? (Sin destripes):

He aquí una historia tristísima que me ha dejado una profunda impresión, una historia tan breve como intensa. De hecho, es tanto de las dos cosas que resulta difícil escribir una reseña completa sin desvelar nada relevante, pero vamos a intentarlo.

Yo no conocía a José María Pemán como escritor ni sabía que este texto existía. En mi afán de ver cine clásico español me topé con una película que lleva este mismo título y el argumento me atrajo bastante.

Sólo después de apuntármela para verla más adelante y tras buscar algo de información sobre ella, averigüé que se basa en un libro y, como siempre, me gusta leer el original antes de ver la adaptación.

Esta novela no la vamos a encontrar en el fondo de ninguna librería. Si acaso, tal vez, tengan algún ejemplar en estado cuestionable en alguna librería de viejo, y es que me sorprendería mucho que alguna editorial se atreviese hoy en día a recuperar títulos de un autor que tuvo en su vida política vinculación con el régimen franquista, aunque se trate de obras que, como esta, merecen ser valoradas por su calidad literaria y que no hacen apología del ideario político del escritor. Sólo hay una frase breve referida a un personaje que puede considerarse un comentario despectivo al republicanismo, pero no afecta a la trama ni al resto de personajes en ningún sentido, pues el libro va por otro lado totalmente distinto.

Por supuesto, todos somos libres de elegir lo que queremos en nuestra vida y sé que muchas personas no pueden o no quieren separar al autor de su obra, y lo comprendo, pero, en mi caso, creo que muchos artistas y literatos de la historia no soportarían un filtro político, ideológico, moral, ético o psicológico, lo que, si lo tomamos de forma estricta, limitaría en mucho nuestro conocimiento y nos perderíamos auténticas obras de arte.


«No deben verse nunca los teatros entre bastidores ni los circos en sus dependencias internas. Hago esta recomendación a los que quieran conservar algún resto de ilusión en la vida. Olisquear las interioridades es, en todo, peligroso».

Volviendo al librito que nos ocupa, es la historia de un fracaso vital total y absoluto, de cómo la vida a veces podría envolvernos en una espesa telaraña en la que nos limitamos a soñar con algo mejor sin ser conscientes de que la araña se está acercando.

De hecho, esto conecta con el sentido real del título, ya que este es engañoso. Al principio esperaba una especie de El fantasma y la señora Muir patrio, pero no tienen nada que ver. Nuestro fantasma es puramente metafórico. 

En las primeras páginas, el autor ya logra condensar y que sintamos hasta en el último poro de nuestra piel la angustia de la trayectoria existencial de Tonny desde su infancia en los hospicios hasta el lugar que ocupa en su edad adulta, no sólo entre los marginados de la sociedad, sino también como el eslabón más insignificante del circo donde trabaja como payaso. 


«¡Y a esto llamamos una vida vulgar! ¡Como si pudiera nunca ser vulgar la vida de un hombre!».


Pemán nos narra como lo haría un buen orador frente a un público que lo escucha alrededor de un buen fuego y es que esta historia se siente como un romance trágico que deriva en leyenda. Curiosamente, lo logra gracia al uso mayoritario del presente de indicativo, un tiempo verbal que, salvo escasas excepciones, suele provocarme urticaria por la simpleza con la que nos ancla al aquí y al ahora, sin los matices de otros tiempos. Sin embargo, él ha intentado sacarle un partido como pocas veces he visto: el estar siempre en el ahora con Tonny nos ancla con él a esa red de la que es prisionero y no podemos ver una salida futura, porque todo se reduce a esa trampa del aquí y del ahora. Él se va asfixiando en esa angustia y el lector siente que parte de sí lo hace con él, porque cada rayito de esperanza que podría ayudarnos al personaje y a los lectores a coger aire se esfuma rápidamente.

Pemán no se recrea en descripciones crudas para ello, no lo necesita, sino que nos deja ver de un modo lírico e introspectivo cómo cada suceso aparentemente nimio impacta en Tonny. Por ello no encontramos sorprendentes giros argumentales, sino un ritmo cadencioso que nos sumerge en las emociones nada insignificantes de un hombre que sí lo es ante la sociedad y que sólo es alguien cuando se despoja de su piel de payaso y miente sobre su nombre y sobre sí mismo.

Pero todo esto no es lo único que nos trae esta narración lenta y pausada, sino que queda expuesta toda la vida de un pueblecito andaluz de esos años de regusto añejo, de forma que permanece en la mente del lector como una rica serie de fotografías de tono sepia: las beatas vestidas de negro acudiendo a su rezo diario, el párroco paseando por la plaza de la iglesia, las muchachas cosiendo en soledad acogidas sólo por un rayo de sol, el cortejo amoroso a través de una reja y la feliz algarabía de una feria.

Todo ello lo cuenta Pemán como si estuviera pasando ante nuestros ojos. Así, no sólo Tonny es el que destaca, sino que podemos ver la soledad de Juanita, la muchacha de la que se enamora, cuya vida transcurre, al igual que la de otras jóvenes como ella, como si fuera una larga siesta, siempre esperando el despertar, que para ellas se traduce en un carnaval, el Corpus, la feria o algún suceso similar que las saque, al menos temporalmente, de su monotonía. 


«Monsieur Brochard es un psicólogo, pero la incongruencia de la muchedumbre es superior a toda psicología».

Magistral me ha parecido el capítulo IV, que es donde Pemán, de quien esta es la primera obra que leo, me ha conquistado por completo. Lo dedica a la Alameda, una plaza de cemento con acacias y laureles, y en ella refleja los grupos de más alto abolengo y los tipos populares, tejiendo un rico tapiz de esa sociedad pueblerina. La Alameda se divide por unos escaloncitos en la parte Alta y la Baja. La Alameda Alta sirve de asueto para las familias antiguas, que pasean mohínas por ella, mientras que la Alameda Baja bulle en una algarabía con su noria, su música, los cotilleos y las risas.

Que sea una novela corta no quiere decir que se lea deprisa. Si lo hacemos así, no la disfrutaremos. Requiere que acompasemos nuestra lectura al ritmo tranquilo y a la vida relajada del pueblo para que seamos uno más en esta trama que nos va a exigir algún que otro pañuelo.

Si se os presenta la ocasión de leerla, dejad a un lado los prejuicios y disfrutadla por lo que es, porque es de las que estremecen el corazón

 

Puntuación: 3 (sobre 5)