La colina de las amapolas

24/05/2013


              Título original: Kokurikozaka kara                                    Género: Drama
              Año de estreno: 2011                                                              Duración: 91' aprox.
              Productora: Studio Ghibli                                                    País: Japón 

¿De qué va?:

     Japón, año 1963. Umi Matsuzaki es una estudiante de instituto que, en ausencia de su madre, cuida de su familia a la par que administra una pensión de estilo occidental. La chica compagina tranquilamente sus responsabilidades con su vida escolar. Un día conoce a Shun Kazama, miembro del club de periodismo, y Shiro Mizunuma, presidente del consejo de estudiantes. Ambos son representantes del Quartier Latin, un edificio antiguo que alberga las diferentes asociaciones de estudiantes y que corre el peligro de ser demolido. 
     Entre Umi y Kazama surgirá una profunda amistad que podría verse complicada con el inesperado descubrimiento de un secreto del pasado. Juntos descubrirán una forma de convivir entre el turbio pasado, el difícil presente y el esperanzador futuro en un momento del tiempo donde Japón empezaba a levantar cabeza. (FILMAFFINITY).



 ¿Qué opino yo? (Sin destripes):

     Ghibli tiene películas que me encantan y otras que no me gustan tanto. Ésta estaría justo en medio. Se basa en un shôjo (manga para chicas) que en japonés tiene el mismo nombre, aunque desconozco el grado de fidelidad.

     Una cosa que me fascina de las producciones de este estudio es su colorido. En esto, como en casi todo, el paso de los años es evidente, y las últimas creaciones de Ghibli son, en este sentido, auténticas obras maestras. Los escenarios de El castillo ambulante y de Arrietty son impresionantes y en  La colina de las amapolas resultan una verdadera delicia visual.


     A pesar de que esta obra animada se estrenó en Japón en 2011 y ya ha llegado a otros países, en España aún no la tenemos. No imagino el motivo, pero es una pena tener que ir leyendo subtítulos, porque nos perdemos imágenes muy merecedoras de atención.

     Ésta es una cinta para degustar con calma y en un estado relajado. Es lenta, muy lenta; de hecho, en la primera media hora no pasa nada destacable. Es de corte realista e intimista, y lo que importa en ella son los sentimientos e inquietudes de los personajes, pero sólo de los dos principales. Los secundarios aportan más bien poco. Hasta las banderas que Umi alza cada día para recordar a su padre son más importantes que ellos. Digamos que son personas que sólo sirven para que veamos cómo viven Umi y Shun y por qué.

     
     Tengo la sensación de que Ghibli tiene unos patrones estipulados de antemano para todas sus obras en cuanto al dibujo, y es que el diseño de personajes humanos suele ser bastante simple y muchos son tremendamente similares. Hay veces en las que, cuando aparecen un poco lejos, en la cara no se les ve más que dos puntos que hacen las veces de ojos y una línea que simula la boca. Sin embargo, en los paisajes y escenarios todos los detalles están cuidados con el mayor esmero, elaborados con una minuciosidad exquisita. Estéticamente hablando, ahí es donde se derrocha talento. En este sentido, esta película es mágica: el Japón de los años 60 está magníficamente recreado.


     Se contraponen los paisajes del pueblecito costero en el que viven Shun y Umi con el ambiente caótico de una Tokyo que se prepara para acoger los Juegos Olímpicos. Cuando los protagonistas hacen un viaje a la capital, en más de una ocasión se muestra un cartel que anuncia los Juegos de 1964.

     La trama tiene tintes de culebrón y, tal vez por ello, resulta algo previsible. Trata un tema que parece gustar mucho a los japoneses, ya que se ha repetido en distintos mangas y animes. De hecho, en una de las escenas, Umi dirige a Shun unas palabras muy semejantes a otras pronunciadas en un anime muy famoso que tiene ya algunos años. La originalidad en esta cinta es, por lo tanto, escasa, aunque lo que realmente importa no es eso, sino cómo se cuente la historia, y este estudio se caracteriza por hacerlo siempre con una delicadeza especial.


     Goro Miyazaki, hijo del reputado Hayao Miyazaki, ha sabido cómo contárnosla para no dejarnos indiferentes. Aunque podría haber sido mejor, no deja de ser deliciosa. Algunos incluso se han sorprendido de la buena labor del director, ya que en su anterior creación, Cuentos de Terramar, no estuvo muy afortunado según las críticas.

     Los personajes no son tan carismáticos como otros de Ghibli, pero caen bien. Umi tiene siempre una calma y un saber estar asombrosos. A veces no parece siquiera que sea adolescente. Shun, por su parte, es más enérgico y tiene espíritu de líder. Ambos son voluntariosos y decididos, y luchan por conseguir lo que creen justo y conveniente.


     La banda sonora es bastante decente, pero no tiene ninguna melodía propia que sea memorable, de esas que terminan identificando a la película y que, de vez en cuando, nos sorprendemos tarareando. Como me suele gustar lo retro, me quedo con un tema en especial que está muy acorde con la época en la que transcurre la historia, Ue o Muite Arukou (también conocido como Sukiyaki). Esta canción se compuso en 1961, y en 1963 estuvo entre los primeros puestos de venta en EE.UU., convirtiéndose en la única canción en japonés que lo ha logrado. Existen muchísimas versiones, algunas de ellas en español, aunque la letra es diferente. Podéis escuchar una AQUÍ.


     En definitiva, estamos ante una obra menor de Ghibli, ya que tiene otras mejores, pero eso no significa que sea mala. Al contrario, es una buena producción y hay que verla teniendo en cuenta que se trata de una película reposada, que todo en ella va fluyendo despacio y que al final deja una agradable sensación

Puntuación: 3 (sobre 5)
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