¿De qué va?:
Japón,
año 1963. Umi Matsuzaki es una estudiante de instituto que, en ausencia de su
madre, cuida de su familia a la par que administra una pensión de estilo occidental. La chica compagina tranquilamente sus responsabilidades con su
vida escolar. Un día conoce a Shun Kazama, miembro del club de periodismo, y
Shiro Mizunuma, presidente del consejo de estudiantes. Ambos son representantes
del Quartier Latin, un edificio antiguo que alberga las diferentes asociaciones
de estudiantes y que corre el peligro de ser demolido.
Entre Umi y Kazama
surgirá una profunda amistad que podría verse complicada con el inesperado
descubrimiento de un secreto del pasado. Juntos descubrirán una forma de
convivir entre el turbio pasado, el difícil presente y el esperanzador futuro
en un momento del tiempo donde Japón empezaba a levantar cabeza.
(FILMAFFINITY).
¿Qué opino yo? (Sin destripes):
Ghibli
tiene películas que me encantan y otras que no me gustan tanto. Ésta estaría
justo en medio. Se basa en un shôjo (manga para chicas) que en japonés tiene el
mismo nombre, aunque desconozco el grado de fidelidad.
Una
cosa que me fascina de las producciones de este estudio es su colorido. En esto, como en casi todo, el paso de
los años es evidente, y las últimas creaciones de Ghibli son, en este sentido,
auténticas obras maestras. Los escenarios de El castillo ambulante y de Arrietty
son impresionantes y en La colina de las amapolas resultan una
verdadera delicia visual.
A
pesar de que esta obra animada se estrenó en Japón en 2011 y ya ha llegado a
otros países, en España aún no la tenemos. No imagino el motivo, pero es una
pena tener que ir leyendo subtítulos, porque nos perdemos imágenes muy
merecedoras de atención.
Ésta
es una cinta para degustar con calma y en un estado relajado. Es lenta, muy
lenta; de hecho, en la primera media hora no pasa nada destacable. Es de corte
realista e intimista, y lo que importa en ella son los sentimientos e
inquietudes de los personajes, pero sólo de los dos principales. Los
secundarios aportan más bien poco. Hasta las banderas que Umi alza cada día para
recordar a su padre son más importantes que ellos. Digamos que son personas que
sólo sirven para que veamos cómo viven Umi y Shun y por qué.
Tengo la sensación de que Ghibli tiene unos patrones estipulados de antemano para todas sus obras en cuanto al dibujo, y es que el diseño de personajes humanos suele ser bastante simple y muchos son tremendamente similares. Hay veces en las que, cuando aparecen un poco lejos, en la cara no se les ve más que dos puntos que hacen las veces de ojos y una línea que simula la boca. Sin embargo, en los paisajes y escenarios todos los detalles están cuidados con el mayor esmero, elaborados con una minuciosidad exquisita. Estéticamente hablando, ahí es donde se derrocha talento. En este sentido, esta película es mágica: el Japón de los años 60 está magníficamente recreado.
Se
contraponen los paisajes del pueblecito costero en el que viven Shun y Umi con
el ambiente caótico de una Tokyo que se prepara para acoger los Juegos
Olímpicos. Cuando los protagonistas hacen un viaje a la capital, en más de una
ocasión se muestra un cartel que anuncia los Juegos de 1964.
La
trama tiene tintes de culebrón y, tal vez por ello, resulta algo previsible.
Trata un tema que parece gustar mucho a los japoneses, ya que se ha repetido en
distintos mangas y animes. De hecho, en una de las escenas, Umi dirige a Shun
unas palabras muy semejantes a otras pronunciadas en un anime muy famoso que
tiene ya algunos años. La originalidad en esta cinta es, por lo tanto, escasa,
aunque lo que realmente importa no es eso, sino cómo se cuente la historia, y
este estudio se caracteriza por hacerlo siempre con una delicadeza especial.
Goro
Miyazaki, hijo del reputado Hayao Miyazaki, ha sabido cómo contárnosla para no
dejarnos indiferentes. Aunque podría haber sido mejor, no deja de ser
deliciosa. Algunos incluso se han sorprendido de la buena labor del director,
ya que en su anterior creación, Cuentos
de Terramar, no estuvo muy afortunado según las críticas.
Los
personajes no son tan carismáticos como otros de Ghibli, pero caen bien. Umi
tiene siempre una calma y un saber estar asombrosos. A veces no parece siquiera
que sea adolescente. Shun, por su parte, es más enérgico y tiene espíritu de
líder. Ambos son voluntariosos y decididos, y luchan por conseguir lo que creen
justo y conveniente.
La
banda sonora es bastante decente, pero no tiene ninguna melodía propia que sea
memorable, de esas que terminan identificando a la película y que, de vez en
cuando, nos sorprendemos tarareando. Como me suele gustar lo retro, me quedo con
un tema en especial que está muy acorde con la época en la que transcurre la
historia, Ue o Muite Arukou (también
conocido como Sukiyaki). Esta canción
se compuso en 1961, y en 1963 estuvo entre los primeros puestos de venta en
EE.UU., convirtiéndose en la única canción en japonés que lo ha logrado. Existen
muchísimas versiones, algunas de ellas en español, aunque la letra es
diferente. Podéis escuchar una AQUÍ.
En
definitiva, estamos ante una obra menor de Ghibli, ya que tiene otras mejores,
pero eso no significa que sea mala. Al contrario, es una buena producción y
hay que verla teniendo en cuenta que se trata de una película reposada, que
todo en ella va fluyendo despacio y que al final deja una agradable sensación.
Puntuación: 3 (sobre 5) |