Castle (temporada 3)

29/07/2013


                Estreno: 2010                                                  Género: Policiaco
                Cadena: ABC                                                   Episodios: 24
                                        Duración por episodio: 40' aprox.


¿De qué va?:
     
     Richard Castle, escritor de novelas de misterio, continúa colaborando con el departamento de homicidios de la policía de Nueva York mientras toma ideas para sus nuevos libros. Sin embargo, ahora más que nunca, su proximidad con la inspectora Beckett le conduce a un crimen sin resolver que acerca la muerte a su puerta. En medio de otros casos y con el peligro siempre acechando, Castle tiene que decidir si la joven inspectora y la verdad oculta merecen que ponga su vida en peligro.


¿Qué opino yo? (Sin destripes):

     Ya me habían avisado que la tercera temporada de Castle perdía algo de calidad con respecto a las dos primeras, y realmente así me lo ha parecido a mí también. Lo que no esperaba es que algún que otro capítulo me llegara incluso a aburrir, de manera que estaba más pendiente del tiempo que faltaba para que acabara que de la trama en sí.

     No sería justa si dijese que es una temporada mala, porque en algunos episodios aún se mantiene el interés, pero está muy por debajo de lo que solía. El planteamiento de la mayoría de los casos y su resolución me han parecido muy previsibles, y nunca como ahora se ha podido adivinar el culpable con tanta facilidad por parte del espectador.


     Para mantener la intriga se continúa ahondando en la trama que ya se inició en la primera temporada acerca de la madre de la inspectora Beckett, y es fundamentalmente en esos momentos cuando los episodios remontan un poco y se alcanza una cierta tensión, aunque no por ello dejan de tener aspectos esperables. De hecho, el final de temporada pretende dejarnos a todos con la boca abierta, y sólo lo consigue en parte, con la última escena, porque lo anterior, lo referente al responsable en cuestión que el equipo de policías está buscando, creo que se puede adivinar muy bien.

     De la misma manera que en la temporada precedente, los guionistas han incluido justo en medio de ésta un episodio que se desmarca del resto al ser el único (aparte del que cierra la temporada) que deja un final abierto para continuar en el siguiente. Sin embargo, tampoco alcanza, a mi entender, el nivel pretendido. Y me cansan un poco los argumentos que tienen que servirse directa o indirectamente (como aquí) del 11 S para mantener expectante a la audiencia.


     Además el equipo de guionistas ya no sabe qué inventar para mantener separados a los dos protagonistas. Ya está claro que si no están juntos, es porque no quieren, porque la atracción entre ambos es más que evidente. Están estirando tanto este tira y afloja que cansa.

     Castle, por su parte, se muestra más infantil que nunca y sus teorías empiezan a rozar lo estrambótico. Recuerdo un episodio en el que se empeñaba en atribuir la autoría del crimen a seres alienígenas. Espero que las próximas temporadas recuperen al Castle que conocíamos, divertido, con bromas absurdas a veces, pero sin caer en la memez. Pese a todo, sigue siendo alguien indispensable para la correcta resolución de los casos, y en más de una ocasión libra al equipo de policía de incurrir en un error.


     Con todo lo que he dicho parece que no me ha gustado nada, pero eso no es completamente cierto. Tal vez si ésta hubiese sido la primera temporada de la serie, no le habría dado una oportunidad, pero es una temporada de transición. Con todo lo que sucede, los personajes van a cambiar mucho en la cuarta. Aun sin haber visto esta última, está claro que van a estar muy afectados psicológicamente y que las relaciones entre ellos no podrán ser iguales.

     Por eso, estos episodios, con sus errores, eran necesarios. Cada uno de los personajes (especialmente Beckett, Castle y otro que no puedo nombrar) va a mostrar aspectos de sí mismo que desconocíamos y que auguran una cuarta temporada muy interesante.

Puntuación: 2'5 (sobre 5)

Rebelión en las aulas

26/07/2013


     Título original: To Sir, with love          Género: Drama
     Año de estreno: 1967                               Duración: 100' aprox.
     Productora: Columbia Pictures           País: Reino Unido

¿De qué va?:

     Mark Thackeray, un ingeniero negro sin trabajo, acepta un empleo como profesor de un grupo de estudiantes bastante conflictivos en una escuela de la periferia de Londres. Sus alumnos son insolentes y groseros, pero en el fondo no tienen malos sentimientos. Al principio intenta ganarse su confianza utilizando los métodos tradicionales, pero fracasa tan estrepitosamente que no tendrá más remedio que recurrir a otras fórmulas. (FILMAFFINITY).

¿Qué opino yo? (Sin destripes):

     Las películas que giran en torno a la enseñanza siempre me han gustado, aunque ésta, pese a ser un clásico, no la había visto hasta ahora, y no me ha decepcionado. Este tipo de historias han formado un subgénero propio dentro del cine. La que dio inicio a ello fue Adiós, Mr. Chips en el año 1939, y a día de hoy tenemos una extensa lista.


     Rebelión en las aulas es una producción bien planteada, interesante y amena, pero hay que entenderla dentro de su contexto histórico, social y cultural, ya que si pretendemos verla desde una perspectiva actual, la encontraremos muy desfasada, especialmente en cuanto a la situación de la mujer. En este aspecto, nos da dos visiones diferentes: por un lado, la mujer, igual que el varón, tiene puestos de responsabilidad en el campo laboral, como las profesoras que trabajan en el colegio de nuestro protagonista, Mark, pero por otro, el propio profesor trata de inculcar a sus alumnas la educación adecuada para conseguir un marido, ya que según él esto es lo que les interesará y la competencia será dura. Como digo, este aire rancio es comprensible en el contexto en el que se realizó el rodaje, y pese a todo, algunos consejos vertidos en cuanto a moralidad, normas de convivencia, higiene y respeto vienen muy bien a los jóvenes que aparecen en la cinta (y probablemente no vendrían mal en algunos de nuestros institutos).


       «Siempre tenemos que aprender, no importa quién nos lo enseñe».           


     Durante el metraje se oponen dos tipos de profesores. Uno de ellos es el que, ante la rebeldía de los estudiantes, da la batalla por perdida y opina que todo se resolvería mediante la violencia si ésta estuviera permitida. El otro está representado por el personaje de Sidney Poitier. Él es quien más sufre el ataque de los alumnos, y al mismo tiempo que el espectador siente pena por él, él asegura que lo que puede sentir por esos jóvenes que disfrutan haciéndole sufrir no es otra cosa que lástima. Con Mark Thackeray vemos la empatía de un profesor que es capaz de mirar más allá de lo que tiene delante, pero no hay que confundir esa empatía con exceso de amabilidad. Thackeray es duro porque así tiene que serlo, poco amable cuando lo exigen las circunstancias, pero respetuoso y comprensivo. Siempre encuentra la palabra más adecuada en cada momento, aunque para ello deba responder incluso preguntas que no son agradables, por ejemplo referidas a su color de piel.

     Y es que al mismo tiempo que se plantean las cuestiones acerca de la enseñanza de los jóvenes, queda expuesto también sobre el tablero el tema del racismo. Thackeray es negro y tiene que aguantar algunas bromas pesadas sobre ello y situaciones algo tensas. Para mostrar cómo evoluciona el pensamiento de la clase sobre ese asunto se acude también a la situación familiar de un alumno mestizo.

      
     Desconozco cómo era el sistema educativo inglés de los años 60, pero algunas de las ideas que recoge la película serían impensables a día de hoy en nuestra sociedad. Por ejemplo, cuando Thackeray ve que, pese a seguir el temario, no logra enseñar nada, deja de lado la materia para centrarse en normas de conducta. Un docente actual no puede hacer eso, ya que debe cumplir una programación a rajatabla, y si tuviese la mala suerte de encontrarse en su carrera con alumnos problemáticos, ojalá pudiera funcionar el sistema que Sidney Poitier adopta en esta producción y que lo simplifica todo: os voy a tratar como adultos; tú, compórtate como un hombre; tú, compórtate como una mujer.

     No obstante, en la cinta queda muy bien, y la mayoría de las respuestas de Thackeray son tremendamente coherentes, logrando así meter a los más rebeldes en vereda y mostrar unos valores dignos en su mayoría de ser tenidos en cuenta.

    La estética, los escenarios, el vestuario y la banda sonora son sesenteros, todo coherente con la época en la que se hizo. El tema principal corrió de la mano de la cantante Lulu, que aparece también actuando como una de las díscolas alumnas. Por lo general, la música resulta agradable y se combinan temas lentos con otros más rápidos. Y qué puedo decir, si soy una entusiasta de lo retro…


     Sidney Poitier está estupendo en su papel, pero este actor ya me tenía ganada desde Adivina quién viene esta noche. En Rebelión en las aulas le vemos oscilar entre el desánimo y la esperanza, entre la impotencia y la firmeza, y protagoniza alguna que otra escena emotiva.

     En resumen, se trata de una película muy entretenida y de la que se pueden extraer algunas enseñanzas a pesar del tiempo transcurrido y de lo arcaico de algunas de sus ideas. Es curioso que después de tantos años pocas cosas hayan cambiado en las aulas.

Puntuación: 3 (sobre 5)

Julia, rayo de luna

21/07/2013

     Esta breve novela de tan solo 152 páginas se publicó en 1996. En la actualidad no está a la venta en ninguna librería, pero se puede conseguir muy fácilmente entrando en contacto con la editorial a través de su página web: HUERGA Y FIERRO.
     El precio es de 10 euros (I.V.A. incluido), y merece estar presente en las estanterías de los apasionados de Gustavo Adolfo Bécquer. El pedido se puede pagar contra reembolso o por transferencia bancaria. En este último caso no supone ningún importe extra.

¿De qué va?:

     En 1858, Gustavo Adolfo Bécquer, aún desconocido para el mundo, se enamora perdidamente de una belleza madrileña, Julia Espín. Consciente de no poder  ofrecerle nada más que sus creaciones, el poeta comienza a tejer sus más hermosos versos, con los que pretende llegar al corazón de una mujer que se muestra distante y altiva. Poco a poco, Julia se deja cautivar por la pasión del escritor, pero el futuro que la muchacha había comenzado a crear para sí misma se interpone entre ambos.


¿Qué opino yo? (Sin destripes):

     Julia Espín ha pasado a la historia de la literatura como la mujer que inspiró las primeras rimas de Gustavo Adolfo Bécquer y la que, con su desdén, envenenó el alma del poeta.

     Gustavo Adolfo fue un hombre enamorado del amor. Yo siempre he creído verle reflejado en el protagonista de una de sus leyendas, El rayo de luna (de donde Ana Rioja ha tomado el título de su novela), especialmente cuando afirma que “había nacido para soñar el amor, no para sentirlo. Amaba a todas las mujeres un instante”. Tal vez por eso en la vida del escritor hubo tantas mujeres; muchas, desconocidas por nosotros; otras, olvidadas por la tradición, pero se mire donde se mire siempre hay un nombre que destaca íntimamente relacionado al de Gustavo: Julia Espín.

     Ana Rioja, periodista y escritora navarra, dedica estas páginas a desnudar el alma de ambos. Parte de algunos datos reales para crear una ficción, porque eso es lo que esta obra es. Resulta muy difícil saber si Julia realmente llegó a amar a Gustavo. Tal vez fue así y la autora se haya acercado a lo que sucedió.


«Yo no quiero un hombre guapo a mi lado si no me fascina. El poder de atracción de un hombre o de una mujer reside sobre todo en su capacidad para sugerir que posee un mundo interior lleno de proyectos e ideales que hacen que cada día se enfrente a la vida con ilusión, que cada jornada sea como una especie de batalla en la que hay que vencer o morir».

  
    Personalmente, cuando miro la conocida fotografía de la joven, no me parece hermosa, pero tal vez según los cánones de la época fuera bellísima. La cuestión es que a él se lo pareció, y así lo refleja también este libro que comienza con algo que sí está documentado: Bécquer se quedó prendado a primera vista de una muchacha a la que vio en un balcón madrileño mientras paseaba. Ése es el balcón al que las oscuras golondrinas no volverán.

    Julia está tratada en este escrito con mucho cariño. En principio se nos presenta como una mujer de fuerte carácter, decidida, fría y distante, pero es en aquellos fragmentos en los que escribe en su diario donde conocemos su auténtico “yo”. Ahí observamos su espíritu pasional, sólo que su pasión y sus sueños siempre han estado enfocados a la música, no a hombre alguno. Sin embargo, su seguridad y su entereza se tambalean cuando irrumpe en su vida un poeta de ojos oscuros y mirada intensa, pobre en recursos económicos pero muy rico en imaginación.



«No aspiro a que ella me quiera, sólo quizá a que me deje amarla, a que gracias a ella puedan salir de mi alma todos los versos que en estos largos meses sin ver el sol se han ido marchitando. Pero ahora sé que no han muerto».

     
     Son los versos de Gustavo Adolfo lo que va agrietando su coraza, pero aun así, Julia se resiste a amar. Tiene miedo de convertirse en un ser idealizado, de que no la vean como es, sino como la imaginan, y en ningún momento está dispuesta a renunciar a aquello que ha perseguido toda su vida: alcanzar la fama como cantante de ópera.

     Bécquer, por su parte, aparece totalmente idealizado. La imagen que Ana Rioja da de él es la que se suele tener comúnmente y que no es totalmente fiel a la verdad: así vemos un hombre lánguido, melancólico, inocente, con un único y verdadero amor en toda su vida, y se afirma que “cualquiera podría enamorarse de él sólo leyendo sus poemas”.



«Julia, no hay amor que no sea impaciente, no hay amor que pueda esperar, no hay amor por el que no se pueda morir. ¿No lo sabes tú, que eres tan inteligente? Ah, pero claro, qué boba soy, eso no se aprende en una partitura ni se lee en un libro. Eso, Julia, se siente o no se siente».

     
     Las palabras de la escritora hacen sentir auténtico el sufrimiento de Gustavo, su dolor por la enfermedad y la pena por un amor que se le escapa poco a poco.

    Tal como sucedió en la vida real, aquí se refleja el desencanto de Bécquer con Madrid. Él esperaba una ciudad que lo acogiera con los brazos abiertos y lo llevara al triunfo como escritor, pero a su llegada se dio de bruces con la realidad y tuvo que malvivir durante un tiempo.


     Los capítulos son cortos y todos se inician con una rima convenientemente escogida. Asimismo, cada uno está titulado con un verso (o parte de él) de la rima en cuestión.

     Ana Rioja escribe bien, con un lenguaje perfectamente adaptado a la situación. Crea una obra pausada que fluye tranquilamente mientras recorre los sentimientos de los dos protagonistas principales, pero también de Josefina, la hermana menor de Julia. Sin embargo, al ser una editorial pequeña y, con toda probabilidad, prescindir de corrector, el libro está plagado de faltas de ortografía. A todos se nos puede escapar alguna por descuido, pero cuando hay tantas, resulta irritante. No obstante, la historia que se narra y la forma en que la autora la ha tejido merecen la pena.



«Gustavo Adolfo, usted no me ama, la mujer que busca no soy yo. Usted ama a un rayo de luna, a algo etéreo e intangible, a algo que nunca se manifieste para que no pueda defraudarle. Ama a un sueño, a un imposible, a un vano fantasma de niebla y luz. No, no me ama a mí. Pienso que soy una ilusión que creó su mente en un momento de ciego delirio».

     
     Para comprender mejor algunos aspectos, prefiero confrontar los sucesos de este relato con lo que se cree o se sabe que aconteció en la vida del autor sevillano.

FICCIÓN Y REALIDAD:

Ficción: Julia hace mención al aspecto descuidado de Bécquer la primera vez que lo ve, pero posteriormente cambia de opinión.
Realidad: Julia Espín llegó a tildar al poeta de hombre sucio.

Ficción: Ana Rioja muestra a un Bécquer con una enfermedad que no especifica, pero sus síntomas son propios de la tuberculosis. Admite que estuvo con diversas mujeres para aplacar el deseo físico.
Realidad: Aunque hasta hace un tiempo se afirmaba que Gustavo Adolfo murió de tuberculosis, hoy por hoy se cree que fue la sífilis lo que lo mató.

Ficción: La casa de Julia en la novela se sitúa en la madrileña calle de la Flor Alta.
Realidad: El hogar de los Espín, y por tanto el famoso balcón, estaba, según Rafael Montesinos (unos de los biógrafos más fiables de Bécquer), en la calle de la Justa, actual calle de los Libreros.

Ficción: Julia tiene los ojos azules y todas las rimas que hablan de unos ojos de tal color están dedicadas a ella.
Realidad: Julia tenía el cabello y los ojos negros. Quien tenía los ojos azules era su hermana Josefina.

Ficción: Josefina se enamora de Bécquer, pero no es correspondida.
Realidad: Existe la hipótesis de que Bécquer, desengañado de Julia, desvió su interés hacia Josefina, más dulce. De hecho, algunas rimas se han encontrado en el álbum de la más joven de ambas hermanas.

Ficción: Gustavo es un hombre triste, melancólico, con poco ánimo y energía, pobre, desdichado y profundamente romántico.
Realidad: Sí era comprensivo, generoso y de voluntad débil, pero también alegre, con sentido del humor, amante del café y del tabaco y con claros deseos carnales; además vivió épocas de bonanza económica.

Ficción: Los tres hijos de Casta Esteban, esposa de Gustavo Adolfo, se suponen de él.
Realidad: El hijo más pequeño de Casta fue, con toda probabilidad, fruto de su infidelidad con Hilarión Borobia.

Puntuación: 3 (sobre 5)
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...