La editorial Cátedra incluyó este volumen en su colección Bibliotheca Avrea por primera vez en 2004. Esta edición en tapa dura, que se ha descatalogado recientemente, consta de 1.693 páginas y ha estado a la venta por unos 45 euros. Sin embargo, la editorial ha elaborado un nuevo formato en tapa blanda, y éste es el que se encuentra ahora en librerías. Su precio es de 34 euros y tiene 1.696 páginas. Sus hojas no son tan finas como las de la versión anterior, por lo que puede resultar más cómodo manejarlas.
¿Qué opino yo? (Sin destripes): A priori el grosor
de este libro puede echar a muchos para atrás, pero hay que mentalizarse de que
no estamos ante una novela que haya que leer de corrido y sin pausa. Este
volumen recoge prácticamente todo lo que escribió Gustavo Adolfo Bécquer
durante su vida (con excepción de algunas cartas que quemó y quizás algún
escrito desconocido que pueda existir y no sepamos).
A
Bécquer se le conoce por sus Rimas y
por sus Leyendas. Cuando se nos habla
de él en los colegios o en los institutos son esas dos obras las que se
explican en clase y las que se suelen leer, pero su producción es mucho mayor.
En este tomo podemos encontrarnos con artículos políticos, de costumbres, críticas
literarias y artísticas, obras dramáticas, narraciones distintas de las
leyendas, poemas de juventud y parte de su correspondencia privada.
A mí personalmente me gusta
volver a esta obra cada cierto tiempo y leer algo nuevo. Así voy descubriendo
distintas facetas de Bécquer que se alejan de la imagen que nos han dado
siempre de él. A este autor se le ha llegado a tachar de cursi y de poeta para
adolescentes, y nada más lejos de la realidad. Su imagen de pureza y
romanticismo no es del todo acertada. De hecho, en su haber cuenta con algún
poema pornográfico que sacaría los colores a algunos y que nadie pensaría que
es suyo. Incluso las circunstancias de su muerte son poco claras. Siempre se
nos ha dicho que la culpable fue la tuberculosis, pero a día de hoy los
estudiosos coinciden en afirmar que probablemente fue la sífilis. En el Libro de los Gorriones, manuscrito donde
Gustavo recopiló los escritos que se le perdieron tras el asalto a la casa de
González Bravo, puede observarse una rima tachada por la propia mano del autor
y que podría estar relacionada con esta enfermedad:
Una mujer me ha envenenado el alma,
otra mujer me ha envenenado el cuerpo;
ninguna de las dos vino a buscarme,
yo de ninguna de las dos me quejo.
Como el mundo es redondo, el mundo rueda.
Si mañana, rodando, este veneno
envenena a su vez ¿por qué acusarme?
¿Puedo dar más de lo que a mí me dieron?
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Las partes que
componen este libro son muy diferentes entre sí. Aún no me he atrevido, por
ejemplo, con la Historia de los templos
de España, pero lo que he leído hasta el momento es de una calidad
indiscutible. Además de las conocidas Rimas
y Leyendas, son maravillosas las cartas
Desde mi celda, donde Bécquer, recluido por motivos de salud en el
Monasterio de Veruela, habla de un entorno lleno de magia y brujería. Nos lleva
hasta el pueblecito de Trasmoz haciendo un recorrido por las tierras del
Moncayo. Viaja también hasta su (y mi) Sevilla natal, a las orillas del río
Betis, donde deseaba descansar tras su muerte.
En las Cartas literarias a una mujer, con la
elegancia y la delicadeza de la que era capaz, Gustavo Adolfo explica su teoría
poética sin que en ningún momento resulte algo pesado o difícil de leer.
Resulta muy curioso que pensase que un poeta enamorado es incapaz de escribir
hasta que ese amor no sea más que un recuerdo. “Cuando siento, no escribo”,
dice. ¿Hay algo menos romántico? Y sin embargo, habla como nadie del amor.
«Cuando un poeta
te pinte en magníficos versos su amor, duda. Cuando te lo dé a conocer en
prosa, y mala, cree».
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Sus artículos y
sus crónicas costumbristas están llenos de ingenio, de crítica y, en ocasiones,
incluso de mordacidad. Gustavo Adolfo se aleja en ellos de esa imagen
melancólica que solemos atribuirle equivocadamente. Con frecuencia aparece
Madrid, ciudad que lo acogió cuando se marchó de Sevilla. A través de sus
palabras recorremos las calles madrileñas y observamos su ambiente en pleno
siglo XIX. Hay espacio también para las celebraciones populares: Bécquer repasa
el carnaval, el corpus, la noche de difuntos, la feria de Sevilla y su Semana
Santa (a la que no deja muy bien parada, sobre todo en su comparación con la de
Toledo). Muchos otros rincones tienen cabida en sus textos: León, Ávila, Soria,
Palencia, Burgos, Bilbao… Abundan las descripciones de Toledo, lugar que lo
enamoró, y Aragón.
Centrándome en sus
relatos, quiero hacer hincapié en la preciosa historia de La Venta de los Gatos. Este lugar permanece en pie a día de hoy,
pero en muy mal estado, y es que Sevilla tiene algo muy negativo: no cuida su
patrimonio histórico ni cultural. Aquí se han demolido palacios para construir
centros comerciales, se descuidan o se destruyen las casas de nuestros autores
más célebres, se derribó la mayor parte de la muralla romana que rodeaba la
ciudad… Ahora un reducido grupo de personas está batallando para recuperar del
olvido y salvar de su destrucción esta pequeña venta.
En otra de estas narraciones, La mujer de piedra, Gustavo menciona por única vez en toda su producción a su primera novia, la
sevillana Julia Cabrera, que murió soltera muchos años después de que el poeta
abandonara la ciudad para marchar a Madrid. Quién sabe si la joven esperó toda
la vida el regreso de su amor perdido, que la olvidó para compartir su vida y
su corazón con otras mujeres, como la inspiradora de las primeras rimas (la
madrileña Julia Espín), su mujer, Casta Esteban (a quien dedicó una sola
rima y parece que por compromiso, y quien le fue infiel con Hilarión Borobia,
apodado El Rubio. Probablemente el tercer hijo de Casta era de éste, y no de
Bécquer), o su última amante, Alejandra.
Las Rimas y las Leyendas no necesitan presentación. Si queda alguien que no las
conozca, le invito a que disfrute de ellas. Mis leyendas preferidas son El rayo de luna, El Monte de las Ánimas y El
beso. De las rimas no puedo elegir.
«Yo
nada sé, nada he estudiado; he leído un poco, he sentido bastante y he pensado
mucho, aunque no acertaré a decir si bien o mal. Como sólo de lo que he sentido
y he pensado he de hablarte, te bastará sentir y pensar para comprenderme».
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Gustavo Adolfo
Bécquer falleció el 22 de diciembre de 1870 en Madrid. Recibió sepultura en el
nicho 470 de la Sacramental de San Lorenzo, donde permaneció hasta el 9 de
abril de 1913, cuando sus restos fueron exhumados para ser trasladados a
Sevilla. Hoy descansa en pleno centro de la ciudad hispalense, en el Panteón de
los Sevillanos Ilustres, adonde se accede a través de la Facultad de Bellas
Artes los viernes de 16.30 a 19.00 horas. Cada día cientos de personas pasan
por delante, y lo más triste es que la mayoría de ellas no lo sabe.
Puntuación: 4'5 (sobre 5) |