La casa de las olas

09/09/2025 



Esta novela ha sido publicada en inglés, su lengua original, con dos títulos distintos: Foreign fruit y Windfallen, ambos relacionados con lo que se narra en el prólogo y en el epílogo. La primera edición es de 2003.

En España, Debolsillo la tradujo en 2006 y la lanzó al mercado con un nombre totalmente diferente, La casa de las olas. Esa edición consta de 464 páginas. En 2017 volvió a publicarla, esta vez con una portada diferente, por un precio de 11,95 €.

¿De qué trata?:

Estamos en Inglaterra en 1950: en un pueblo costero, de esos en los que todo el mundo se conoce y donde el chismorreo es el deporte local, vive Lottie, una joven cariñosa, dispuesta y muy conformista. Su mejor amiga es Celia Holden, con cuya familia vive: ayuda en la casa, hace recados, cuida a los pequeños. Un buen día, el pequeño mundo de Lottie se resquebraja: en una casa en la playa se instala un grupo de artistas bohemios; sus costumbres, que para ella son muy exóticas, le descubren una nueva manera de vivir, más libre, rica y estimulante. Pero entonces, alguien a quien Celia conoce aparece en la vida de Lottie para trastocarla por entero.

¿Qué opino yo? (Sin destripes):

Mi relación con Jojo Moyes viene de antiguo y no siempre ha sido grata, pero eso lleva tiempo cambiando. Antes de que todo el mundo tuviera un lector de libro electrónico y antes del asalto en tropel de booktubers, bookstagrammers y otros neologismos anglosajones yo era más asidua a perderme por las estanterías de la biblioteca y mirar libros al azar, sin contaminarme con ninguna información previa. Así encontré La casa de las olas.

Aquella portada con una casa bajo las nubes y rodeada de una verde campiña atravesada por un camino me pareció muy bella y sugerente, tanto como el título. ¿Cómo no querer estar allí aunque fuese con la imaginación? En cuanto al argumento, no correspondía al tipo de libros al que estaba más acostumbrada a leer entonces, pero siempre me he abierto a nuevas y diferentes lecturas. Reconozco que, ya en casa, las primeras páginas me desalentaron. Me parecieron lentas y carentes de interés, así que decidí no continuar, pero nunca me olvidé de esta obra, porque algo me decía que tenía que esperar a su momento. Este ha llegado por fin.

Tras hacerme con él de nuevo, lo he estado leyendo a finales de agosto y, pasando esas primeras páginas críticas, me ha absorbido tanto que me costaba parar de leer.

Este libro tiene una nota de melancolía y lo he sentido como un ocaso, como el final de un verano. 


Dicen en algunos lugares que Jojo Moyes es autora de novela romántica y, después de leer tres libros suyos, me parece una 
afirmación desacertada por completo. No sé cómo serán sus otras novelas, pero en esta y en las otras dos siempre hay algo agridulce. Puede que las cosas salgan bien, pero sólo algunas y sólo en ocasiones, y los personajes portan consigo una estela de dolor debida a la senda que han tenido que recorrer.

Centrándonos en La casa de las olas, la autora incluye historias de amor, pero no son el único eje vertebral de la historia, a pesar de su enorme importancia, sino que están enmarcadas en el flujo vital que vapulea a sus protagonistas de distintas formas, aunque sus decisiones tienen mucho que ver en esto. 

Es curioso que a pesar de no haber empatizado con casi ningún personaje, he disfrutado mucho la novela. Prácticamente todos ellos tienen sus sombras y a veces es difícil entender y aceptar sus acciones. De hecho, resultan tan reales que incluso son ellos mismos quienes pueden llegar a ponerse la zancadilla por no saber actuar ante la vida y ante sus emociones, tal como podría pasarnos a todos en algún momento determinado.

No es un libro que oculte grandes misterios, ya que en ocasiones podemos prever qué va a acontecer, pero la cuestión que interesa es conocer qué decisión van a tomar esos personajes sobre ello y cómo va a afectar a su micromundo, especialmente porque la mayor parte de la trama transcurre en un pequeño pueblo costero donde todos se conocen, los escándalos no se olvidan y se niega cualquiera idea de progreso. Es un pueblo que vive anclado en su propia historia y atrapado en su conservadurismo.

La estructura divide la novela en tres partes. La primera de ellas nos retrotrae hasta los años 50 del siglo XX. Como suele ser habitual en mí, disfruto más cuando se nos traslada a otra época y a través del papel puedo sumergirme en el encanto de lo que es inalcanzable de otro modo.

Para mí, esta primera parte sugiere juventud, el inicio de un verano, disfrutar de la vida sin cortapisas, aunque luego lleguen las consecuencias. La protagonista aquí es una Lottie en los últimos años de la adolescencia. Se trata de una muchacha seria, adusta, aparentemente responsable, que comprende su lugar en el mundo. Es una joven de los barrios bajos de Londres que fue acogida en los años de la guerra por una familia bien posicionada, con la cual continúa viviendo al inicio de la trama, aunque siempre se perciba una barrera entre sus dos mundos.

A su lado está Celia, miembro de esa familia, y su carácter es diametralmente opuesto.

Ambas se sienten atraídas por Casa Arcadia (una casa que mezcla el estilo art decó con el modernista y está casi lamida por las olas por la posición en la que se halla) y los habitantes recién llegados, un grupo de bohemios con un concepto diferente de la vida.


«Es un consuelo saber que uno es fiel a sí mismo».

En sus vivencias allí resulta muy simbólico para lo está por suceder un baño en la playa con los miembros de Casa Arcadia, ya que revela la actitud de ambas muchachas en el devenir de los acontecimientos: la entrega y la desinhibición de Celia y la reticencia, la amargura y el orgullo de Lottie. 

Esas olas en las que se sumergen literalmente también las arrastran figuradamente, no sólo a ellas, sino a todos los que atraviesan estas páginas, incluyendo a los bohemios de Casa Arcadia, cuya alegría autoimpuesta va dando paso a lo que realmente encierra cada uno en su corazón.

La segunda parte comienza con una trama completamente distinta, de manera que parece estar leyendo otro libro. Aquí se nos presenta a Daisy, una joven diseñadora de interiores que ha sido abandonada por su novio y socio profesional después de haber tenido un bebé juntos. La marejada la lleva también a ella hasta Merham, el pueblo donde transcurre la primera parte. Allí debe hacerse cargo de la reforma de Casa Arcadia para convertirla en un hotel. Su historia acaba confluyendo con la de Lottie, aunque no es hasta el capítulo 14 de esta parte cuando comenzamos a conocer qué les pasó a Lottie y a aquellos que la rodeaban.

Esta parte va saltando de un personaje a otro, por lo que se percibe más dinámica.

Daisy, además, es el personaje que he visto con una evolución más coherente, ya que los demás viven atrapados en el pasado por un motivo u otro.

La tercera y última parte sirve para cerrar heridas, especialmente las de Lottie, quien las ha tenido abiertas toda una vida, arrastrando consigo a quienes formaban parte de su entorno. A veces necesitamos algo, un revulsivo, que nos abra los ojos, aunque haga falta mucho tiempo para ello, y la llegada de Daisy al pueblo es crucial para que suceda. Se trata de dos generaciones aprendiendo juntas. 

El final es el que yo quería, el que debía ser, pero me ha faltado algo más de explicación, no demasiado, quizás un párrafo o dos, para comprender mejor la revelación emocional que cierra el libro. Esto es lo que hace que no le suba más la nota.

Sin embargo, La casa de las olas ha sido para mí un viaje intenso y emocionante, no porque sea una historia llena de sobresaltos (que no lo es), sino porque, como en el mundo real, la gente que forma parte de nuestras experiencias y las decisiones cotidianas, donde se puede incluir un mal paso, acaban conformando el relato de una vida en cuyo vaivén merece la pena zambullirse.

 
 

Puntuación: 3,5 (sobre 5)

Bichos y demás parientes

 29/08/2025



Bichos y demás parientes, cuyo título original es Birds, Beasts and Relatives, se publicó por primera vez en inglés en 1969 de la mano de la editorial Collins. Se trata de la segunda parte de la aclamada Trilogía de Corfú, cuyo primer título es Mi familia y otros animales, mientras que el tercero es El jardín de los dioses.
 
En España, este libro ha conocido varias ediciones, la primera de ellas de 1981 en Alianza Tres. Las más recientes, también de la editorial Alianza, son de 2010 y 2024, esta última como parte de un estuche con la trilogía completa. 
 
Mi edición es de 1997 y consta de 318 páginas, incluyendo un glosario de animales citados y el índice. 
 
¿De qué trata? (Sinopsis de la editorial):

Segunda parte de la célebre trilogía de Corfú, prosigue la crónica de la estancia de Gerald Durrell y su familia en la isla mediterránea, así como la narración autobiográfica, sembrada de divertidas anécdotas, de una infancia envidiable, con el campo y el mar como única escuela y sin más clave de explicación de la alarmante racionalidad de los seres humanos que la que proporciona la contemplación atenta y curiosa de esos «parientes» supuestamente irracionales que son los miembros de la familia animal.


¿Qué opino yo? (Sin destripes):

Hace unos años comencé a leer el primer libro de esta trilogía, Mi familia y otros animales, pero no conseguí meterme en la historia, porque los protagonistas parecían ser los insectos y algunos otros animales, y en mi mente, esos capítulos fueron como una especie de documental que no me apetecía nada, así que abandoné la lectura.

Sin embargo, en el verano de 2024 recordé esta obra y, con el calor, sentí la necesidad de trasladarme mentalmente a esa Grecia azul y verde que describe Gerald Durrell. Lo hice en vacaciones, con la mente mucho más despejada, sin los problemas ni agobios de la vorágine laboral, y resultó ser una de las lecturas más bellas de mi vida, un libro de cinco estrellas. Los bichos estaban ahí, claro, pero el autor los humaniza dándoles un sentido a su vida, de modo que, por ejemplo, si se daba una batalla entre ellos, me interesaba saber cuál ganaría. Durrell consigue contagiar su curiosidad y su pasión por ellos.


De este modo me reafirmé en que, en ocasiones, el problema no está en los libros, sino en las circunstancias en las que los leemos. Eso me llevó a reservar la segunda parte, Bichos y demás parientes, para el siguiente verano, con la intención de buscar las mismas sensaciones.

Antes de continuar con la reseña propiamente dicha, quiero aclarar que estos libros pueden leerse de manera independiente y son autoconclusivos. Bichos y demás parientes no es una continuación propiamente dicha, sino que recoge anécdotas e historias de la estancia de la familia Durrell en Corfú que no habían tenido cabida en el primer libro.

La novela que hoy nos ocupa también me ha gustado mucho y, como la anterior, me ha hecho sonreír en varias ocasiones, pero no he conseguido entrar en ella tanto como con el título previo. Ambos están al mismo nivel de calidad, así que sospecho que al repetir la misma fórmula y conocer el final de antemano, el motivo puede ser que se siente menos original y sorprendente. No obstante, esto no deja de ser una percepción subjetiva.

Una de las cosas que más enamoran de esta novela es la propia Corfú, que se presenta de una manera idílica, no sólo por su propia belleza, sino por el modo de vivir en ella de la familia Durrell. No todo les sale bien y afrontan diversas dificultades, pero los baños en el mar, las excursiones en familia, las comidas al aire libre y los buenos amigos como Spiro y Teodoro hacen la vida muy agradable y el lector no puede más que desear sumarse a ellos como uno más.


«Partimos soñolientos por los olivares que plateaba una luna grande y blanca como una magnolia. Los autillos se llamaban con lamentoso gemido, y a nuestro paso alguna que otra luciérnaga nos hacía un guiño verde esmeralda. El aire cálido olía al sol del día, a rocío, a cien esencias de hojas aromáticas. Con el contento y el sopor del vino, creo que en aquella marcha entre los grandes olivos retorcidos, atigrados por la luz de la luna, todos nos sentimos arribados a puerto y aceptados por la isla».

Este mundo resalta más al contrastar el gris de Inglaterra (donde da comienzo la trama) con la luz, el calor y la amalgama de olores y colores de la isla, un cuadro sensorial del que forma parte la primera casa de los Durrell en ella, una casa de ladrillos rosas y contraventanas verdes, rodeada de olivares que descienden hasta el mar y con un pequeño jardín lleno de actividad.

La estructura de esta obra no encaja en el tradicional esquema de planteamiento, nudo y desenlace, en el sentido de que no presenta una serie de tramas paralelas que vayan desarrollándose hasta confluir en un punto final que lo resuelva todo. Sí hay un punto de partida, que es aquel en el que un Gerald Durrell ya mayor decide escribir una segunda parte de su libro más conocido (dando pie brevemente a la metaliteratura) y lo comienza, de nuevo, con la partida de la familia a Corfú. A partir de ahí, lo que se suceden son distintas aventuras y anécdotas de Gerry, el resto de los Durrell y sus conocidos.

Se vuelven a alternar las experiencias de nuestro protagonista con los animales y las vivencias de los demás. Hay momentos realmente divertidos, algunos de los cuales suceden por culpa de los amigos de Larry, a cual más peculiar y extravagante. Mi favorito, Max y su entrañable obsesión por el bienestar de la Madre (lo pongo en mayúsculas porque así es como se la llama durante toda la historia, identificándola con ese rol que cumple). No sólo están ellos, sino que estas páginas son muy ricas en secundarios interesantes que hacen la lectura muy agradable. Grandes momentos les debemos, por ejemplo, a los que dan pie a la sesión de espiritismo en Londres o a la condesa Mavrodaki y su sirviente Demetrios-Mustafá en Grecia.

Igualmente interesantes son los animales que Gerry expone en este libro: escarabajos empeñados en trasladar bolitas de caca cuesta arriba, caballitos de mar dando a luz, cangrejos vergonzosos que se cubren con algas, erizos bebés que caen en manos de Margo, etcétera.
 
De todas las mascotas que Gerry llega a tener en su casa, mi favorita es Augusto Rascalatripa. En realidad me dan bastante repelús los sapos, pero me hace gracia este al que le gusta tumbarse bocarriba para que le rasquen la barriga.

Puedo decir, para terminar, que estamos ante un título para ponerse de buen humor. Es un paréntesis de paz en medio del bullicio que nos rodea. En nuestra mente se dibujan todas esas escenas en las que acompañamos a Gerry por el reino animal, nos echamos la siesta a la sobra de un olivo, nos mojamos los pies en el mar y tenemos la misma sensación de libertad que los Durrell. Es un libro para leer (y vivir) sin prisas

 

Puntuación: 4 (sobre 5)

El fantasma y doña Juanita

 12/08/2025

 

Esta novela corta fue publicada por primera vez en el año 1927. Conoció una edición posterior en una colección de tirada semanal bautizada como la Novela del Sábado, donde se recogían obras breves de autores de mayor o menos prestigio, tanto españoles como extranjeros. Esta colección vivió tres épocas: 1939, 1940 y la última entre 1953 y 1955. En 1940, la editorial Escelicer publicó su propia edición. 

Existe poca información sobre la obra en internet. Incluso la he visto catalogada como teatro, pero se trata, como he mencionado más arriba, de una novela en prosa. 

En 1955, Rafael Gil la llevó al cine con un elenco de actores muy acertados, sobre todo Antonio Casal en el papel protagonista, aunque con algunos cambios en el tono general de la obra.

 

¿De qué trata?: 

Ramón Expósito, conocido sencillamente como Tonny, llega al pueblo de Villaclara con el circo en el que trabaja como payaso junto a su perro Baby. Allí recuerda los días perdidos de una niñez vacía en orfanatos y se lamenta por su situación actual, menospreciado por sus compañeros, con un trabajo que le hace profundamente infeliz y vanas esperanzas de conseguir algo mejor. Durante uno de sus paseos conoce a don Laureano y a su hija Juanita, pero, avergonzado por su posición, les miente sobre su nombre y su empleo. Sin embargo, él y la muchacha comienzan a enamorarse en sus siguientes encuentros, pero el miedo atenaza a Tonny porque sabe que en esa sociedad es menos que nada y esa verdad que no sabe cómo afrontar lo va atrapando en una trágica red.

 

¿Qué opino yo? (Sin destripes):

He aquí una historia tristísima que me ha dejado una profunda impresión, una historia tan breve como intensa. De hecho, es tanto de las dos cosas que resulta difícil escribir una reseña completa sin desvelar nada relevante, pero vamos a intentarlo.

Yo no conocía a José María Pemán como escritor ni sabía que este texto existía. En mi afán de ver cine clásico español me topé con una película que lleva este mismo título y el argumento me atrajo bastante.

Sólo después de apuntármela para verla más adelante y tras buscar algo de información sobre ella, averigüé que se basa en un libro y, como siempre, me gusta leer el original antes de ver la adaptación.

Esta novela no la vamos a encontrar en el fondo de ninguna librería. Si acaso, tal vez, tengan algún ejemplar en estado cuestionable en alguna librería de viejo, y es que me sorprendería mucho que alguna editorial se atreviese hoy en día a recuperar títulos de un autor que tuvo en su vida política vinculación con el régimen franquista, aunque se trate de obras que, como esta, merecen ser valoradas por su calidad literaria y que no hacen apología del ideario político del escritor. Sólo hay una frase breve referida a un personaje que puede considerarse un comentario despectivo al republicanismo, pero no afecta a la trama ni al resto de personajes en ningún sentido, pues el libro va por otro lado totalmente distinto.

Por supuesto, todos somos libres de elegir lo que queremos en nuestra vida y sé que muchas personas no pueden o no quieren separar al autor de su obra, y lo comprendo, pero, en mi caso, creo que muchos artistas y literatos de la historia no soportarían un filtro político, ideológico, moral, ético o psicológico, lo que, si lo tomamos de forma estricta, limitaría en mucho nuestro conocimiento y nos perderíamos auténticas obras de arte.


«No deben verse nunca los teatros entre bastidores ni los circos en sus dependencias internas. Hago esta recomendación a los que quieran conservar algún resto de ilusión en la vida. Olisquear las interioridades es, en todo, peligroso».

Volviendo al librito que nos ocupa, es la historia de un fracaso vital total y absoluto, de cómo la vida a veces podría envolvernos en una espesa telaraña en la que nos limitamos a soñar con algo mejor sin ser conscientes de que la araña se está acercando.

De hecho, esto conecta con el sentido real del título, ya que este es engañoso. Al principio esperaba una especie de El fantasma y la señora Muir patrio, pero no tienen nada que ver. Nuestro fantasma es puramente metafórico. 

En las primeras páginas, el autor ya logra condensar y que sintamos hasta en el último poro de nuestra piel la angustia de la trayectoria existencial de Tonny desde su infancia en los hospicios hasta el lugar que ocupa en su edad adulta, no sólo entre los marginados de la sociedad, sino también como el eslabón más insignificante del circo donde trabaja como payaso. 


«¡Y a esto llamamos una vida vulgar! ¡Como si pudiera nunca ser vulgar la vida de un hombre!».


Pemán nos narra como lo haría un buen orador frente a un público que lo escucha alrededor de un buen fuego y es que esta historia se siente como un romance trágico que deriva en leyenda. Curiosamente, lo logra gracia al uso mayoritario del presente de indicativo, un tiempo verbal que, salvo escasas excepciones, suele provocarme urticaria por la simpleza con la que nos ancla al aquí y al ahora, sin los matices de otros tiempos. Sin embargo, él ha intentado sacarle un partido como pocas veces he visto: el estar siempre en el ahora con Tonny nos ancla con él a esa red de la que es prisionero y no podemos ver una salida futura, porque todo se reduce a esa trampa del aquí y del ahora. Él se va asfixiando en esa angustia y el lector siente que parte de sí lo hace con él, porque cada rayito de esperanza que podría ayudarnos al personaje y a los lectores a coger aire se esfuma rápidamente.

Pemán no se recrea en descripciones crudas para ello, no lo necesita, sino que nos deja ver de un modo lírico e introspectivo cómo cada suceso aparentemente nimio impacta en Tonny. Por ello no encontramos sorprendentes giros argumentales, sino un ritmo cadencioso que nos sumerge en las emociones nada insignificantes de un hombre que sí lo es ante la sociedad y que sólo es alguien cuando se despoja de su piel de payaso y miente sobre su nombre y sobre sí mismo.

Pero todo esto no es lo único que nos trae esta narración lenta y pausada, sino que queda expuesta toda la vida de un pueblecito andaluz de esos años de regusto añejo, de forma que permanece en la mente del lector como una rica serie de fotografías de tono sepia: las beatas vestidas de negro acudiendo a su rezo diario, el párroco paseando por la plaza de la iglesia, las muchachas cosiendo en soledad acogidas sólo por un rayo de sol, el cortejo amoroso a través de una reja y la feliz algarabía de una feria.

Todo ello lo cuenta Pemán como si estuviera pasando ante nuestros ojos. Así, no sólo Tonny es el que destaca, sino que podemos ver la soledad de Juanita, la muchacha de la que se enamora, cuya vida transcurre, al igual que la de otras jóvenes como ella, como si fuera una larga siesta, siempre esperando el despertar, que para ellas se traduce en un carnaval, el Corpus, la feria o algún suceso similar que las saque, al menos temporalmente, de su monotonía. 


«Monsieur Brochard es un psicólogo, pero la incongruencia de la muchedumbre es superior a toda psicología».

Magistral me ha parecido el capítulo IV, que es donde Pemán, de quien esta es la primera obra que leo, me ha conquistado por completo. Lo dedica a la Alameda, una plaza de cemento con acacias y laureles, y en ella refleja los grupos de más alto abolengo y los tipos populares, tejiendo un rico tapiz de esa sociedad pueblerina. La Alameda se divide por unos escaloncitos en la parte Alta y la Baja. La Alameda Alta sirve de asueto para las familias antiguas, que pasean mohínas por ella, mientras que la Alameda Baja bulle en una algarabía con su noria, su música, los cotilleos y las risas.

Que sea una novela corta no quiere decir que se lea deprisa. Si lo hacemos así, no la disfrutaremos. Requiere que acompasemos nuestra lectura al ritmo tranquilo y a la vida relajada del pueblo para que seamos uno más en esta trama que nos va a exigir algún que otro pañuelo.

Si se os presenta la ocasión de leerla, dejad a un lado los prejuicios y disfrutadla por lo que es, porque es de las que estremecen el corazón

 

Puntuación: 3 (sobre 5)

El jardín de los hechizos

 08/08/2025


El jardín de los hechizos se publicó por primera vez en su lengua original en el año 2007. A España llegó en 2012 de la mano de la editorial Martínez Roca en una edición rústica de 288 páginas que ya hoy por hoy es difícil de encontrar. También el ya extinto Círculo de Lectores la incluía en su catálogo con una portada diferente.
 

¿De qué trata?:

El hogar de los Waverley en Bacon es habitado únicamente por Claire Waverley después de que su madre y su abuela fallecieran y su hermana Sidney se marchara sin dejar rastro. Allí vive cuidando su misterioso jardín y cultivando un don extraordinario que la hace valiosa para sus vecinos. Su tranquila existencia se ve interrumpida por el regreso de Sidney, quien arrastra consigo un pasado que la persigue. Sin embargo, el ambiente mágico de Bacom y las relaciones que allí establecen las llevan a conocerse mejor entre ellas, pero también a sí mismas.


¿Qué opino yo? (Sin destripes):

Seguramente, todos los lectores que viajen en transporte público  se han topado con otro lector que va leyendo un libro y han sentido la necesidad de saber cuál era. Así fue como conocí este título. En primer lugar, la portada me trajo a la memoria Crepúsculo, de Stephenie Meyer, ya que la edición que llevaba la otra lectora es muy similar, pero lo que realmente me llamó la atención y me invitó a buscar un ejemplar fue el título. Todos los jardines ya tienen algo mágico de por sí y si, además, la historia promete que va a suceder algo extraordinario en ellos, mi interés se duplica.

Esta novela ha sido comparada por otros lectores con la película Prácticamente magia, pero aunque tienen claros puntos en común, la trama difiere bastante. De hecho, a mí la cinta protagonizada por Sandra Bullock y Nicole Kidman no me gusta, mientras que el libro sí.

Para empezar, hay dos hermanas, una más seria y centrada y otra que vive lejos del hogar familiar y lleva una vida disoluta que le acaba acarreando graves problemas. Ambas tienen dones especiales, pero ni son brujas ni practican la magia. La mayor, Claire, sabe cocinar usando plantas cuyos efectos rompen la lógica del mundo real. De hecho, esto tiene, a mi parecer, ciertas conexiones con Como agua para chocolate. Por ejemplo, su vino de geranio puede hacer recordar las cosas buenas, los frutos secos de la ensalada con brotes de jacinto despiertan la melancolía, mientras que las magdalenas con pensamientos cristalizados amansan a los niños. Esta cualidad la aprendió Claire de su abuela.

Por su parte, la menor de las hermanas, Sidney, es capaz de intuir qué cortes de pelo volverían deslumbrante a cada persona.


«Cuando eres feliz por las cosas que te pasan, esa felicidad te llena. Cuando lo eres por las cosas que les pasan a otros, te desborda».

 
Como vemos, son capacidades extraordinarias aplicadas a lo cotidiano, sobrepasando las posibilidades del mundo real. Si alguien está buscando un libro con brujas, pociones mágicas, hechizos y bailes de aquelarres bajo la luna, este no es así. El elemento más mágico que aparece es el manzano del jardín de las Waverley, cuyas manzanas tienen un efecto muy particular sobre cualquiera que se atreva a comérselas y pueden llegar a cambiarle la vida. Además, es un árbol juguetón que se empeña en lanzar sus manzanas y tiene una conexión especial con las habitantes de la casa, como también sucede entre esta y las dos hermanas.

Al don de Claire y Sidney se suma el de Evanelle, una pariente lejana de setenta y nueve años que me ha gustado mucho. Ella posee una especie de clarividencia opaca, ya que de vez en cuando percibe que alguna persona conocida va a necesitar algún objeto concreto, pero no sabe ni para qué ni en qué momento, por lo que le surge la necesidad imperiosa de llevárselo cuanto antes, aunque eso le suponga estar siempre dando vueltas de un lado a otro.

Otro aspecto remarcable de esta novela es que al no ser una historia sobre brujas propiamente dicha, las Waverley no son las únicas que poseen características peculiares en la ciudad. Así pues, hay otras familias con rasgos distintivos, como los Clark, cuyas mujeres no tienen parangón en las artes amatorias, o los hombres Hopkins, quienes siempre se casan con mujeres mayores que ellos porque nacen con una mentalidad ya vieja.

Todos ellos forman parte de la comunidad de Bascom, una pequeña ciudad estadounidense con alma de pueblo, donde todos se conocen y tienen sus más y sus menos. 


«Eres como eres, te guste o no, así que ¿por qué no mejor hacer que te guste?».

 
Allí, a lo largo de la trama, se gestan dos historias de amor de esas en  las que los implicados parecen predestinados, empujados el uno hacia el otro por una fascinación irracional y sensorial promovida por las fuerzas misteriosas del entorno que los rodea.

De este modo, a la vida de Claire llega un hombre que no puede dejar de soñar con ella, por mucho que a ella le moleste este atracción mutua debido al miedo que la corroe a que la hagan sufrir.

Por su parte, a su vuelta al pueblo, Sidney se encuentra con que tiene un capítulo sin cerrar con otro hombre que siempre la consideró el amor de su vida.

El estilo de Sarah Addison Allen en esta novela es esencialmente evocador, algo que consigue mediante figuras retóricas y tropos que conectan ligeramente la obra con el realismo mágico. Así despierta nuestros sentidos con imágenes tan poderosas como «con cada sonrisa de la luna, sin falta, Claire soñaba con su infancia» o «era tan sureña que lloraba lágrimas que venían directamente del Misisipi y siempre olía ligeramente a álamo de Virginia y melocotones».

No obstante, como contrapunto, la autora no se priva de incluir también palabras y expresiones vulgares y soeces. Incluso se narra una escena muy desagradable sobre el abuso al que es sometido uno de los personajes. Sin embargo, esto no es óbice para disfrutar todo lo demás, ya que el tono, la trama y los personajes son cautivadores y nos envuelven en un encantamiento, como si de un auténtico hechizo se tratase, para hacernos un poco más felices.

Quizá pueda parecer que es un libro de otoño, de esos que nos gusta leer cerca de una deliciosa vela aromática y con la lluvia repiqueteando en la ventana, pero aunque esta no es mala idea, es un libro que transcurre principalmente en verano, cuando en Bascom los manzanos dan su fruto, el aire huele a menta y a romero, los pícnics se hacen junto a un embalse y las cenas, bajo un cielo despejado.

 

Puntuación: 3,5 (sobre 5)

Lo que hizo Katy

15/07/2025


Susan Coolidge (1835-1905) es una autora prácticamente desconocida en España, a pesar de haber dedicado su vida a la literatura y contar con obras que poseen un espíritu similar a otras más reconocidas. Lo que hizo Katy ha permanecido inédita en nuestro país hasta que la editorial Siruela la ha traído en 2018 en una edición que consta de 192 páginas.

Esta novela se publicó por primera vez en 1872 y forma parte de un conjunto de cinco libros que narran la vida de los hermanos Carr. Los protagonizados por Katy, la hermana mayor, son tres, los únicos que Siruela ha traducido, dejando así incompleta la saga para quienes quieran conocer las vicisitudes del resto de la familia.

 

¿De qué trata?: 

K
aty Carr es una niña aventurera, traviesa, valiente e impulsiva. A sus doce años le encanta saltar las vallas, sentarse en los tejados, ir de pícnic con sus hermanos, aunque a su tía Izzie le horrorice... 

Un día, la familia se enfrenta a un suceso inesperado que la obliga a replantearse la vida que había llevado.

 

¿Qué opino yo? (Sin destripes):

 Cada página de este libro ha sido para mí un soplo de aire fresco. Este tipo de lectura reposada e inocente acaba siendo un bálsamo en medio de este mundo tan caótico. Quizá la etiqueta de clásico infantil o juvenil pueda confundir y alejar a algunas personas porque la trama gira mayormente en torno a niños que viven su tierna infancia entre juegos e ilusiones, pero lo cierto es que, aunque eso sea parte estos libros, también suelen incluir aspectos vitales y reflexiones que se comprenden mejor cuando ya se es adulto y se han tenido que afrontar diversas dificultades impuestas por el destino.

Reconozco que no conocía esta historia ni a su autora hasta que vi que Siruela la traería a nuestro país; además, con una portada preciosa. Como no podía ser de otra manera, me llamó mucho la atención que el editor de Susan Coolidge fuese el mismo que publicó Mujercitas, una de las historias que amaba en mi infancia (y aún lo sigo haciendo). Con este punto de partida, no dudé en hacerme con él en cuanto salió a la venta, sin mirar ninguna opinión ni reseña sobre él.

Lo que hizo Katy tiene mucho en común con otros libros protagonizados por niñas imaginativas, soñadoras, inteligentes, inconformistas y con iniciativa. Podemos citar así obras como la ya mencionada Mujercitas; Ana, la de Tejas Verdes y Pollyanna, pero también me trae a la memoria la serie de televisión Camino de Avonlea.

El título que aquí nos ocupa no tiene la densidad argumental de la obra más conocida de Louisa May Alcott ni las vívidas descripciones de Lucy Maud Montgomery, pero el estilo sencillo y cándido que caracteriza a esta novela se corresponde con la sencillez y candidez de esa infancia que se nos muestra, consiguiendo incluso que sintamos nostalgia de una época y un lugar que no hemos conocido.

Los primeros capítulos nos presentan a Katy, sus hermanos, su amiga Cecy y al resto de la familia Carr, pero también se nos permite ser partícipes del mundo secreto de estos niños. Nos colamos entre ellos cuando quedan a escondidas para contarse imaginativas historias, leerse los poemas que han compuesto y repartirse algunos dulces como si fueran un manjar exclusivo.

Como Anne Shirley, estos niños tienen su propio País de las Hadas. Fuera de su hogar, en un bosquecillo acogedor, hay lugares especiales que ellos bautizan como el Sendero del Peregrino, la Colina de la Dificultad o el Sendero de la Paz, pero en los momentos en los que el clima deja de brillar, trasladan su refugio mágico a un pajar «de techo bajo, oscuro, sin ventanas, iluminado sólo por la exigua luz que entre por el agujero del suelo» con olor a maíz y alguna gotera en el tejado. Entre la dorada paja y en la semipenumbra, celebran sus banquetes, continúan sus historias secretas y resuenan sus risas los sábados lluviosos.

Al personaje de Katy lo vemos evolucionar a lo largo de la historia. Es la mayor de seis hermanos y la más traviesa, aunque algunas trastadas no las haga aposta. Es imaginativa, pero algunas de sus ideas le traen bastantes disgustos, aunque forman parte de su crecimiento y del entretenimiento del lector.

Sus hermanos también tienen su propia personalidad y, al final, es imposible no encariñarse con ellos y tener algún favorito. En mi caso, he sentido debilidad por Elsie. Sin embargo, aunque los niños sean el centro de todo, los personajes adultos también me han gustado. El doctor Carr es un hombre dulce y comprensivo, pero firme. La prima Helen es el ejemplo de quien se pierde y se busca a sí mismo en la adversidad, alguien que no lo ha tenido fácil, pero que se ha crecido frente a las tribulaciones. Quizá nos resulte menos realista, pero su mensaje es muy digno de tener en cuenta. Con todo, he preferido a la antipática y estricta tía Izzie, porque pese a su carácter duro y exigente, en el fondo es una mujer que desea ser querida, pero no sabe cómo mostrarlo sin perder autoridad. Es un personaje imperfecto con emociones opuestas.

Como sucede en la vida misma, no todo son risas y juegos. Los capítulos alegres se acompañan de otros en los que los niños tienen que afrontar pérdidas e infortunios que serán parte de su bagaje en su camino hacia la edad adulta.


«Ya sabéis que cuando uno empieza el día de mal humor, parece que ocurran todo tipo de desafortunados accidentes para acrecentar nuestra aflicción».

Hay muchas maneras de afrontar las desgracias (o incluso no hacerlo) y me ha resultado conmovedora la forma que tiene Susan Coolidge de exponerla y llevar a su protagonista hacia la madurez. Este camino de desarrollo personal de Katy también puede ser una vía de reflexión para los lectores, ya que a veces se nos olvidan valores y cualidades que harían nuestra vida más agradable, como la resiliencia, la constancia, la paciencia, la tolerancia, el respeto, procurar la propia realización y la felicidad de los demás aparte de la nuestra propia. Seguramente habrá quien a esto lo llame moralina o valores obsoletos, pero, sinceramente, creo que nos hacen mucha falta en general y, al menos personalmente, los prefiero en mi vida, por lo que su inclusión en los libros me parece reconfortante en un siglo XXI que cada vez más adolece de su carencia.

Lo que hizo Katy es una de las mejores lecturas de lo que llevo de año, no tanto por su calidad literaria, sino porque es de esas que abrazan el alma y dejan calentito el corazón.


Puntuación: 5 (sobre 5)