A place to call home (temporada 3)

21/08/2016


                    Estreno: 2015                                                Género: Drama
                    Cadena: Soho (Foxtel)                                Episodios: 10 
                    País: Australia                                             Duración por episodio: 46' aprox.


 ¿De qué va?:

     La vida de Sarah da un vuelco cuando se reencuentra con alguien de su pasado al que creía muerto. Esto afecta profundamente a su relación con los Bligh. Sin embargo, continúa atada a George por un secreto que sólo ella conoce y que traerá a su mente antiguos y dolorosos recuerdos.

    Mientras tanto,  los hilos que todos han ido tejiendo comienzan a dirigirlos hacia lugares insospechados.


¿Qué opino yo? (Con destripes de las temporadas anteriores):

   He tardado demasiado en hacer la reseña de esta temporada, pero cuando algo no me gusta nada, me embarga la pereza más absoluta, y lo que he vivido con esta serie ha sido un tremendo desengaño. Las dos primeras temporadas me tuvieron en vilo capítulo tras capítulo, por lo que el anuncio de cancelación me disgustó enormemente. A la segunda temporada le dieron un final decente, pese a no cerrar por completo algunas tramas. Si lo hubiesen dejado ahí, esta producción sería ahora digna de recuerdo. Sin embargo, los seguidores recogieron firmas para lograr una tercera temporada, algo que yo apoyé. Lo que no esperaba es que, al prosperar la petición, la serie cambiase de manos. Otra emisora y otros guionistas se hicieron cargo de ella y la calidad ha caído en picado. La seguí al ritmo de emisión, pero el cambio ha sido tal que pronto me descubrí a mí misma deseando que se terminase. 

                                 
   A place to call home siempre se ha caracterizado por el melodrama, pero los conflictos de los personajes y la manera de enfrentarse a ellos los hacían de carne y hueso, creíbles y redondos. Además, había un equilibrio realista: la desesperación iba acompañada de la esperanza; la tristeza, de pequeños instantes de paz; la maldad, de la bondad. Esta proporción permitía a los espectadores sufrir e intrigarse en unos momentos y relajarse y respirar con tranquilidad en otros. Ahora, en cambio, el melodrama es extremo. El drama más exacerbado lo envuelve todo y no existe un instante de calma ni para los protagonistas ni para nosotros. A esto hay que añadir que ni siquiera existe un ápice de originalidad en las tramas. Los guionistas no han debido de estar muy inspirados, porque han optado por recursos manidos que hemos visto mil veces y han hecho una mescolanza, de manera que todo lo peor que hayamos podido encontrar en producciones dramáticas está aquí. No falta nada, oigan. Tenemos infidelidad, muerte, enfermedad, violación, maltrato…, y si siguen las cosas así, veremos hasta alcoholismo.

    Temas polémicos los ha habido siempre en esta serie, pero estaban tratados con un esmero y una delicadeza que se han perdido y, por supuesto, no era necesaria una acumulación semejante de elementos tremebundos que, más que intrigar al televidente, lo agotan. Además, los responsables han incorporado más desnudos y sexo, metidos con calzador. Si fuera necesario para el desarrollo argumental, bien, pero no es el caso. Se trata simplemente de más subterfugios para atraer a la gente. 



    Para más inri, ni siquiera se ha mantenido la fidelidad con el carácter de algunos personajes. Para empezar, vemos a una Sarah mucho más débil e insegura. Después de todo lo que conocemos de su vida, me cuesta creer ciertas decisiones que toma. Antes siempre apreciamos en ella una sensibilidad compatible con su fortaleza, pero estas han dado paso a la indecisión y al miedo, al regreso de traumas que estaban superados. Hay mucha más cobardía en ella de lo que nunca vimos. 


   Tampoco me ha gustado Olivia. Puedo entender por qué hace lo que hace y, seguramente, hubiera llegado a este punto en algún momento, pero no debía ser ahora. No es lógico después de las reglas morales y sociales que ha transgredido tan recientemente por estar con James.

    El cambio más radical es el de Gino. Es por completo otro personaje. Gino es un chico que ya tuvo problemas antes, como, por ejemplo, los derivados de su relación con Anna, pero su temperamento a la hora de afrontarlos era totalmente distinto. Quizás los guionistas hayan pensado que esta variación de su personalidad sea adecuada para forzar situaciones que fomenten el interés, pero para mí ha resultado lo contrario.

    La única que experimenta una transformación lógica es Elizabeth. Continúa, en su desarrollo personal, el itinerario que comenzó a seguir en la temporada anterior. Es quien más crece como persona y personaje y, sin duda, la única que me ha gustado. 



    En el lado contrario permanece Regina, que ya era plana cuando empezó la serie y sigue siéndolo. Es una mala sin profundidad, sin matices. De las peores villanas que he visto.
    A place to call home lograba que empatizáramos con algunos personajes, que comprendiéramos a otros o que nos enfadáramos con determinados actos o ideas. Con estos nuevos episodios han conseguido que, prácticamente, ni empatice ni entienda a casi nadie, y no me enfado con ninguno porque me dan igual. Eso es lo peor que le puede pasar a una producción televisiva.

    Los anteriores guionistas acertaron en el enfoque de temas tan delicados como la homosexualidad o la violencia familiar. Nos introdujeron en las consecuencias psicológicas que las personas que lo viven pueden llegar a tener, nos hicieron padecer con ellos, pero esta vez el dolor y la impotencia se diluyen en un desarrollo mucho más vulgar y con falta de tacto.

    Todo lo demás sigue estando muy cuidado: vestuario, ambientación, peluquería, fotografía…, aunque a veces se noten mucho los cromas.



    No hay que olvidar que cuando la nueva cadena se hizo cargo de la continuación, decidió volver a rodar el último capítulo de la segunda temporada para cambiar algunas tramas y seguir a partir de ahí. Al final, creo que habría sido mejor dejarlo todo como estaba en lugar de empeorar un producto que se encontraba al nivel de las mejores series británicas.

    Mi recomendación es quedarse con las dos primeras temporadas y el final original, que, pese a no ser perfecto, es mejor que lo que están haciendo. Por mi parte, no veré la cuarta temporada y la serie pasa directamente al apartado de abandonadas.


Puntuación: 1'5 (sobre 5)

When calls the heart (temporada 3)

14/08/2016


               Estreno: 2016                                          Género: Vida rural, romance
               Cadena: Hallmark                                  Episodios: Especial Navidad+8  
               País: Canadá                                           Duración por episodio: 42' aprox.        
 

 ¿De qué va?:

    Tras la inesperada proposición que recibe Elizabeth, más que nunca se ve obligada a aclarar sus emociones. Las experiencias vividas en su hogar y en Hope Valley ponen en peligro su relación con Jack. Al mismo tiempo que ambos se sinceran, se reincorpora a su puesto en la escuela local y vuelve a colaborar con los distintos vecinos de la zona.


¿Qué opino yo? (Con destripes de las temporadas anteriores):

      De las pocas series que sigo viendo en la actualidad, When calls the heart es la única que no me está decepcionando. Aunque la segunda temporada no alcanzó el nivel de la primera, la tercera ha vuelto a remontar, algo que ya auguraba el precioso especial de Navidad. Todas las tramas secundarias que giraban en torno a la familia de Elizabeth y la indecisión de esta en cuanto a su futuro han quedado atrás. Por fortuna, la acción vuelve a situarse por entero en Hope Valley, donde nuestros conocidos y otros personajes nuevos continúan con sus vidas.

    De nuevo, la ternura de la serie, la bondad de los personajes y la belleza del paisaje me han hecho desear una casita en el pueblo e integrarme en la comunidad. Es imposible ver esta producción y no anhelar un desayuno en el café de Abigail, una maestra como Elizabeth para nuestros hijos, sentirse seguro con Jack en las calles o asistir con todos los demás a un sermón del pastor Hogan.


   Igual que sucedía en la primera temporada, Elizabeth ejerce como maestra, pero también como amiga. Una de las cosas que más me gustan es su relación con los niños. Su preocupación por los pequeños y, por extensión, por sus familias, es sincera. Siempre encuentra las palabras adecuadas para ellos, y si alguna vez estas no funcionan, no ceja en su empeño por procurarles un mayor bienestar. Esta vez hay espacio también para que desarrolle sus aspiraciones como escritora. Aunque no es de los temas principales, he disfrutado con ese proceso en el que trata de buscar la inspiración en los sucesos locales y con el apoyo fundamental que encuentra en el chico que finalmente ha elegido.


    Con él protagoniza las escenas románticas que contribuyen al encanto de la serie, pero ahora, además, hay un juego de diálogos algo picarones. Seguramente en la época era impensable que una señorita de alta posición dijese ciertas cosas a un hombre o que recibiera determinadas palabras de él, pero en pantalla, en este caso, no queda mal. Son momentos divertidos que muestran el afianzamiento de la relación entre estos dos protagonistas y dan más vida a los episodios.

    
    Aparte de las vivencias de Elizabeth, la acción se centra en otros habitantes de Hope Valle y sus alrededores, logrando así algo que ya habíamos tenido en la segunda temporada: mucha más pluralidad que en la primera. En este aspecto creo que la serie continúa ganando calidad, ya que al final terminamos intrigados por los conflictos de todos. De este modo, he vivido con especial interés el secreto que rodea al pastor Hogan. Me ha gustado mucho que los guionistas apuesten por el dilema en torno a la redención, el merecimiento del perdón y las segundas oportunidades.

 Frank Hogan es un personaje complejo que aporta mucho a estos nuevos episodios. Su presencia también logra aumentar el interés por la vida amorosa de Abigail, otro personaje principal al que cualquier seguidor de la serie querría ver feliz.

   El otro componente de este triángulo amoroso es Bill Avery, con el que por fin me he reconciliado. Nunca me gustó, pero ahora puedo entenderlo mejor. Observamos sus métodos y descubrimos a un hombre para el que el fin justifica los medios. Es completamente diferente de Jack, ya que tiene su propia ley, pero mientras que antes me resultaba alguien prescindible, ahora lo considero necesario.

   Otra nueva incorporación es la de la enfermera Faith. Es de los personajes más hueros y de escasa relevancia, pero gracias a ella se aborda un importante tema desde dos perspectivas, el de la libertad de elección femenina. Por un lado se nos presenta la mujer que antepone su trabajo y, por otro, la que opta por el amor. Ambas decisiones son igual de respetables y lógicas. 


    Quien sigue ganando puntos es Rosemary. De ser alguien que caía mal en la primera temporada ha pasado a convertirse en una de las imprescindibles. Es una mujer agotadora, con una visión muy particular de las cosas y que siempre lo pone todo patas arriba, pero esa actitud, unida a su tenacidad y a la ilusión que pone en todo lo que hace, consigue sacarnos algunas sonrisas y situarla en el pódium de los personajes más inolvidables. Ha ayudado mucho su relación con Lee, ya que, debido a algunos acontecimientos, saca su lado más sensible. Sabiendo que es una persona muy pagada de sí misma, algunas de las decisiones que toma al final la honran.


    Estos capítulos recuperan algo que se había diluido en la temporada anterior: la unión del pueblo ante las adversidades. El sentimiento de comunidad y la empatía con el otro son aspectos que me atraparon desde el primer episodio y me alegra ver que no se han perdido. Por supuesto, las rivalidades también están presentes. En este sentido, Lee y Gowen tienen mucho que decir.

   Pese a que hasta ahora todo lo que he comentado es positivo, hay que atender el otro lado, no tan bueno. El estilismo sigue la estética de la segunda temporada, con todos esos rasgos modernos en peinados y vestuario que ya conocemos. Asimismo, es costumbre que los niños aparezcan y desaparezcan como el Guadiana. Si no fuera por estos dos motivos, la serie sería perfecta. Con todo, es una de las más bonitas que se han rodado en muchos años y, por supuesto, como he comentado otras veces, un descanso para el espíritu entre tanta violencia y sexo desmedido que tan de moda están en televisión.

 
Puntuación: 4'5 (sobre 5)

Veinte años después

07/08/2016

    El ciclo que Alexandre Dumas y Auguste Maquet dedicaron a los mosqueteros se compone de tres novelas: Los tres mosqueteros, Veinte años después y El vizconde de Bragelonne. La segunda de ellas, que es la que nos ocupa, fue publicada por primera vez en Francia en forma de libro en 1845. La editorial responsable fue Baudry.

   En España encontramos hoy la edición de Edhasa y la de Cátedra. La primera se puede adquirir como parte de un estuche en el que se incluye la saga completa, que cuesta 39'90 euros y consta de 3200 páginas. Si se prefiere, se puede comprar por separado el primer tomo, con los dos primeros títulos, por un precio de 14 euros. La versión de Cátedra también incluye los dos primeros títulos, pero en este caso el precio es de 30'60 euros.

¿De qué va?:

     Durante la minoría de edad de Luis XIV, su madre, Ana de Austria, ejerce la Regencia. Sin embargo, la influencia de Mazarino sobre ella disgusta a gran parte de los súbditos. Las voces contra el cardenal extranjero son cada vez más fuertes, por lo que este recurre al hombre más sobresaliente del cuerpo de mosqueteros, D'Artagnan, para frenar a sus oponentes. D'Artagnan, para obtener una victoria plena sobre el bando contrario, le promete reunir a sus antiguos compañeros, ahora dispersos y dedicados a otras tareas tras veinte años sin verse. Sin embargo, cuando acude en su busca, se topa con reacciones inesperadas. Además, una peligrosa sombra surgida del pasado los acecha para acabar con ellos.


¿Qué opino yo? (Sin destripes):

    Los tres mosqueteros es un libro que me conquistó y cuyos protagonistas llevo en el corazón. Por eso estaba deseosa de leer el resto de títulos de la saga, los cuales, incomprensiblemente, son muy desconocidos.

    Ya comenté en la reseña de Los tres mosqueteros que, aunque su calidad es excelente de principio a fin, es una novela que va de más a menos. Sin embargo, en Veinte años después sucede justo al revés. Aunque capta el interés desde el principio, es a partir de la mitad cuando la intriga y el drama alcanzan su máximo apogeo.

    Cuando afronté la lectura de Los tres mosqueteros, ya conocía la mayor parte de los hechos que se relataban, por lo que las sorpresas no fueron tantas. En cambio, en esta ocasión no sabía nada de lo que iba a pasar. Esa ha sido una de las razones de que este libro me haya gustado todavía más. Tan sólo acababa de empezar a leer cuando ya me descubrí a mí misma totalmente absorbida por la trama, y no siempre me sucede eso. A veces tengo que leer páginas y páginas hasta que algo capte mi atención. 


                                                 En la calle Tiquetonne se sitúa la fonda de Chevrette, residencia de D'Artagnan

    Lo que digo es incluso más curioso si tenemos en cuenta un aspecto llamativo: lo poquísimo que aparecen los mosqueteros durante buena parte de la novela, cuestión esta que no ha restado ni un ápice de interés. Los sucesos son tan variados; las tramas, tan diversas y los personajes, tan complejos que, aunque parezca increíble, no se echa de menos a los cuatro compañeros.

    El eje que vertebra la obra es principalmente político. Una de las figuras más destacadas
en todo este entramado es la de Mazarino, continuamente comparado con su predecesor, Richelieu. La diferencia entre ambos caracteres es tan abismal que el antiguo cardenal hasta llega a ser añorado por nuestros cuatro mosqueteros, al considerarlo estos un rival digno de ellos.

    Mazarino cuenta con pocos apoyos y, para sorpresa nuestra, el de D’Artagnan es uno de ellos, aunque sólo por conveniencia. El cuerpo de mosqueteros, como sabemos, está al servicio de la corona, bajo cuya protección se encuentra Mazarino. Al gascón, el único de los cuatro amigos que continúa siendo mosquetero, no le queda otra opción que ponerse a su servicio si desea alcanzar sus aspiraciones personales. De este modo, desde el principio se establecen dos bandos: el de la corte, con D’Artagnan,
y el de los frondistas, que cuentan entre sus filas con varios antiguos conocidos.

    Dumas ha sabido plasmar el paso del tiempo a la perfección. Lo notamos ya en el ansiado reencuentro entre D’Artagnan, Athos, Porthos y Aramis. Se palpa la tirantez y la incomodidad propias de personas que significaron mucho las unas para las otras pero que dejaron transcurrir los años sin volver a verse. Si queréis saber si vuelven a hacer honor al lema “uno para todos y todos para uno”, tendréis que animaros a leer el libro.



    «No era hechicero, sino sabio, lo cual es muy diferente. No profetizaba el porvenir, pero recordaba lo pasado, lo que es mucho peor a veces».

   
   Lo que sí puedo decir es que ni la edad ni el alejamiento del campo de batalla han hecho menoscabo en su valor, destreza y temeridad. No obstante, sí se aprecian cambios en ellos. Si del primer libro me declaré incapaz de elegir a un favorito, ahora confieso que el mejor es D’Artagnan, el más inteligente y astuto. De todas formas, todos siguen siendo unos canallas, bravucones y pendencieros, a los que habría mucho que reprocharles, pero en el fondo los tenemos que querer y, de alguna forma, tienen su propio código de honor.

    En Athos notaremos una gran metamorfosis. Está en un terreno espiritual muy distinto del de sus compañeros, lo que provoca más de una situación peligrosa y pone a prueba la paciencia de los otros. Gracias a él conocemos quién ese vizconde de Bragelonne del que recibe su título el último libro de la trilogía.

    Con Porthos creo que Dumas se ha pasado un poco. Es bobo en extremo, pura fuerza bruta, impulsivo e impaciente.

    Aramis es un hipócrita, intrigante y petulante, pero me hace gracia, qué le vamos a hacer. 



   Volver a ver a los cuatro juntos es muy emocionante, sobre todo porque sus aventuras no giran en torno a un único frente, sino que deben hacerse cargo de distintas misiones relacionadas con hechos históricos reales, al mismo tiempo que están amenazados de muerte por el único antagonista capaz de hacerles temblar.

    La acción no decae en ningún momento, ni siquiera cuando ellos no están presentes y
tenemos que acompañar, por ejemplo, a los líderes frondistas, al vizconde de Bragelonne, a la reina Ana de Austria o al duque de Beaufort, que protagoniza algunos de los momentos más hilarantes. Me he reído con él como hacía tiempo que no me reía con una novela.

   Los diálogos son buenísimos, especialmente los que salen de boca de los cuatro protagonistas. Están cargados, en ocasiones, de sarcasmo, ironía, mala leche y dobles sentidos, sobre todo de la mitad del libro en adelante.

    De nuevo hacemos un recorrido geográfico amplio. De París y otras zonas francesas viajamos a la Inglaterra de Carlos I. Aunque Dumas se permite muchísimas licencias, son muchos los lugares, acontecimientos y personajes históricos reales que nos muestra, confiriéndoles un interés que, junto con una trama excelentemente trazada, impele a seguir leyendo.


                                                                  El Palacio Real 

    El estilo es el que ya conocemos de Los tres mosqueteros. Además de lo que he comentado de los diálogos, la prosa es muy ágil. Léxico y expresión sencillos y descripciones breves y precisas se ajustan a esa técnica del folletín que Dumas manejaba tan bien.

    Aunque El conde de Montecristo es una novela de mayor profundidad psicológica y formalmente más compleja, lo bien que me lo estoy pasando con los mosqueteros puede hacer que acabe considerando las dos composiciones al mismo nivel. Me falta por descubrir qué tiene que ofrecer El vizconde de Bragelonne.


Puntuación: 5 (sobre 5)
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