Esta obra teatral de Antonio Buero Vallejo se estrenó en el teatro María Guerrero de Madrid el 20 de septiembre de 1956 y tuvo 149 representaciones antes de ser retirada de cartel el 2 de diciembre. Hoy podemos encontrar el texto publicado por la editorial Cátedra en una edición en la que también se incluye otra obra del autor, El tragaluz. En total, el libro tiene 292 páginas, pero Hoy es fiesta ocupa apenas unas 100. El precio de esta edición es de 11'80 euros.
¿Qué opino yo? (Sin destripes):
Si hay algo que me ha quedado claro tras leer esta obra, es que Buero Vallejo es un maestro de la tragedia. A pesar de que algunos fragmentos tienen un tono jocoso, casi festivo, la tristeza planea sobre los personajes a lo largo de los tres actos. No hace falta que se diga nada en concreto para que se palpe. Está en el ambiente y algunos acontecimientos contribuyen a acentuarla.
Todo lo que se nos cuenta transcurre en un solo día a lo largo de tres actos, correspondientes a la mañana, la tarde y el anochecer. Buero logra unas escenas muy particulares, porque aunque a pesar de que aparentemente no sucede nada, va deslizando confesiones y comportamientos que nos hacen presagiar algo, algo que no sabemos qué puede ser, pero intuimos grave. Se siente una solemnidad en el texto, quizá hasta un temor reverencial de algunos personajes que se agudiza con las revelaciones del final del segundo acto. Ahí es donde el dramaturgo pone toda la carne en el asador. Aunque descubramos más sorpresas después, es en ese momento donde por fin se nos atrapa y donde somos conscientes de la dimensión del drama.
Los personajes son un reflejo de la clase media baja de la posguerra española. El inicio de la obra recuerda casi a una colmena en la que siempre hay bulla y actividad. Los protagonistas van entrando y saliendo de escena hasta que los conocemos a todos y observamos sus esperanzas e ilusiones, la escasez y la pobreza, la hipocresía, la superstición y el egoísmo. El consuelo de esos personajes es esperar el milagro de la lotería. Poco más tienen en sus vidas que ese anhelo con el que pretenden lograr todos los sueños que de otro modo serían inalcanzables. Y, sin embargo, hay algo evidente que en nuestra cultura del deshecho no solemos comprender: cuando se tiene poco, todo vale muchísimo más. Ejemplo de ello es la alegría de un grupo de mujeres simplemente por tener un poco de vino para compartir.
Toda la obra transcurre en la azotea de una comunidad de vecinos, no hay cambio de escenario. En una época en la que la censura lo abarcaba todo, Buero Vallejo eligió realizar críticas veladas que pudieran ser pasadas por alto. Tal vez se podría entender en este drama un ataque al sistema, encarnado este en la figura de Nati, la portera. Su autoritarismo se manifiesta desde el primer momento al prohibir al resto de personajes permanecer en una azotea que considera suya, pese a que todos habitan en el edificio. Esto es lo que da pie a la acción, ya que los vecinos, oponiéndose a esa actitud dictatorial, toman posesión del lugar y no lo abandonan en todo el día como clara protesta.
Ese afán de lucha y reivindicación queda, en cambio, diluido cuando nos trasladamos a la intimidad de cada personaje en particular, puesto que parece que hay una incapacidad para enfrentarse al destino. Todos miran hacia el futuro esperando un golpe de suerte dado por la fortuna, pero se descubren incapaces para afrontar el porvenir por sí mismos. Existe un determinismo evidente. No obstante, hay personajes que pueden escapar de ello si lo desean, dejando así una puerta abierta para la esperanza.
Ahí está Fidel, el opositor, quien tiene dos caminos abiertos ante sí al margen de la codiciada lotería: su oposición y una vida sencilla al lado de Daniela u otra llena de turbulencias con la coqueta Tere. También está Pilar, el personaje más puro de toda la obra; liberada de un terrible peso, vive feliz con Silverio. Sin embargo, este es el que mayor carga dramática tiene y el que de forma más intensa va a remover nuestras emociones.
El estilo es muy sencillo, muy coloquial, reflejo del extracto social de los personajes y de la situación comunicativa en la que se mueven. Además, en la edición que yo tengo, la de Cátedra, se toman la molestia de aclararnos a pie de página el significado de expresiones y palabras populares que cada vez están más en desuso. Eso sí, si optáis por esta edición, recomiendo, como siempre, leer el prólogo al final, porque hay destripes importantes.
La obra está abierta a distintas interpretaciones. Es posible ver un pequeño resquicio para la esperanza y, sin embargo, a mí me ha transmitido un pesimismo que no logro espantar. Lo que les sucede a dos protagonistas en concreto me ha roto el corazón, porque si hay algo peor que la muerte, es verse obligado a vivir sin ningún tipo de esperanza.
Todo lo que se nos cuenta transcurre en un solo día a lo largo de tres actos, correspondientes a la mañana, la tarde y el anochecer. Buero logra unas escenas muy particulares, porque aunque a pesar de que aparentemente no sucede nada, va deslizando confesiones y comportamientos que nos hacen presagiar algo, algo que no sabemos qué puede ser, pero intuimos grave. Se siente una solemnidad en el texto, quizá hasta un temor reverencial de algunos personajes que se agudiza con las revelaciones del final del segundo acto. Ahí es donde el dramaturgo pone toda la carne en el asador. Aunque descubramos más sorpresas después, es en ese momento donde por fin se nos atrapa y donde somos conscientes de la dimensión del drama.
«Y es que hay días extraños... Días en que parece como si el tiempo se parase, o como si fuese a suceder algo muy importante. ¿No te ocurre a ti eso a veces? Como si las cosas familiares dejasen de serlo... Como si las vieses por primera vez y fuesen todas muy bonitas. [...] Es como si detrás de todas las cosas hubiese una sonrisa muy grande que las acariciase». |
Los personajes son un reflejo de la clase media baja de la posguerra española. El inicio de la obra recuerda casi a una colmena en la que siempre hay bulla y actividad. Los protagonistas van entrando y saliendo de escena hasta que los conocemos a todos y observamos sus esperanzas e ilusiones, la escasez y la pobreza, la hipocresía, la superstición y el egoísmo. El consuelo de esos personajes es esperar el milagro de la lotería. Poco más tienen en sus vidas que ese anhelo con el que pretenden lograr todos los sueños que de otro modo serían inalcanzables. Y, sin embargo, hay algo evidente que en nuestra cultura del deshecho no solemos comprender: cuando se tiene poco, todo vale muchísimo más. Ejemplo de ello es la alegría de un grupo de mujeres simplemente por tener un poco de vino para compartir.
Toda la obra transcurre en la azotea de una comunidad de vecinos, no hay cambio de escenario. En una época en la que la censura lo abarcaba todo, Buero Vallejo eligió realizar críticas veladas que pudieran ser pasadas por alto. Tal vez se podría entender en este drama un ataque al sistema, encarnado este en la figura de Nati, la portera. Su autoritarismo se manifiesta desde el primer momento al prohibir al resto de personajes permanecer en una azotea que considera suya, pese a que todos habitan en el edificio. Esto es lo que da pie a la acción, ya que los vecinos, oponiéndose a esa actitud dictatorial, toman posesión del lugar y no lo abandonan en todo el día como clara protesta.
Ese afán de lucha y reivindicación queda, en cambio, diluido cuando nos trasladamos a la intimidad de cada personaje en particular, puesto que parece que hay una incapacidad para enfrentarse al destino. Todos miran hacia el futuro esperando un golpe de suerte dado por la fortuna, pero se descubren incapaces para afrontar el porvenir por sí mismos. Existe un determinismo evidente. No obstante, hay personajes que pueden escapar de ello si lo desean, dejando así una puerta abierta para la esperanza.
«Hay que esperar... Esperar siempre... La esperanza nunca termina... La esperanza es infinita...». |
Ahí está Fidel, el opositor, quien tiene dos caminos abiertos ante sí al margen de la codiciada lotería: su oposición y una vida sencilla al lado de Daniela u otra llena de turbulencias con la coqueta Tere. También está Pilar, el personaje más puro de toda la obra; liberada de un terrible peso, vive feliz con Silverio. Sin embargo, este es el que mayor carga dramática tiene y el que de forma más intensa va a remover nuestras emociones.
El estilo es muy sencillo, muy coloquial, reflejo del extracto social de los personajes y de la situación comunicativa en la que se mueven. Además, en la edición que yo tengo, la de Cátedra, se toman la molestia de aclararnos a pie de página el significado de expresiones y palabras populares que cada vez están más en desuso. Eso sí, si optáis por esta edición, recomiendo, como siempre, leer el prólogo al final, porque hay destripes importantes.
La obra está abierta a distintas interpretaciones. Es posible ver un pequeño resquicio para la esperanza y, sin embargo, a mí me ha transmitido un pesimismo que no logro espantar. Lo que les sucede a dos protagonistas en concreto me ha roto el corazón, porque si hay algo peor que la muerte, es verse obligado a vivir sin ningún tipo de esperanza.
Si la habéis leído o visto representada, ¿qué pensáis vosotros del final? ¿Hay lugar para la redención o todo está perdido?
Puntuación: 4 (sobre 5) |