Una de las cosas que más me gustan de tener un blog es que éste puede ser visitado por personas de lugares muy distintos y distantes del planeta. Mi deseo es que quien pase por aquí se sienta cómodo; por eso, como esta noticia se centra en un pequeño punto de la Tierra, permitidme que explique qué es la Venta de los Gatos y por qué esto puede interesar a todo aquel que tenga sensibilidad artística.
Gustavo Adolfo Bécquer es probablemente el poeta español que más corazones ha cautivado con sus versos. Sus poemas gustan incluso a aquellos a los que no les gusta la poesía, aunque también la narrativa forma parte de sus escritos. Una muestra de la calidad de su prosa es la narración breve titulada La Venta de los Gatos, un relato bello y triste que acontece en la Sevilla del siglo XIX, la que él conoció (quien esté interesado en leerlo puede encontrarlo muy fácilmente por Internet). Esa venta a la que él se refiere existió entonces y existe aún. En la época del autor estaba extramuros de la ciudad. Había que dejar atrás las murallas que rodeaban la actual capital andaluza y adentrarse en el campo. Allí, junto a un jardín y varios huertos, a la sombra de los árboles, custodiada por una parra y una madreselva, se alzaba una casita blanca con tejas rojizas y verdinegras.
Como nos dice Gustavo Adolfo, los hombres, las mujeres, los chiquillos y los animales formaban allí un grupo pintoresco y animado.
Bécquer, que se había marchado a Madrid siendo muy joven, nunca olvidó su Sevilla natal, aunque en su mente pervivía la Sevilla de su juventud. Sin embargo, en realidad la ciudad había empezado a cambiar. Hoy poco queda de lo que él conoció.
Se dice por ahí que los sevillanos presumimos en exceso de nuestra ciudad, pero lo cierto es que éste es uno de los lugares en los que menos se ha cuidado el patrimonio. Aquí se han derribado palacios y casas señoriales para construir centros comerciales; las murallas romanas y almorávides para hacer carreteras y ampliaciones de espacios, etcétera. Las casas de nuestros escritores se deterioran, se venden a particulares para el uso que quieran, son inaccesibles o se remodelan por completo (como la casa de Gustavo Adolfo, actual despacho de abogados).
La Venta de los Gatos es casi la única conexión directa que queda con Bécquer. Ahora es una construcción pequeña y destartalada que ha quedado integrada en la ciudad al crecer ésta. En medio de multitud de bloques de pisos, parece ser un incordio para muchos que no comprenden su valor.
El último uso que se le dio fue el de aparcamiento para motos. Durante algún tiempo, los vecinos de la zona trataron de que el Ayuntamiento se hiciera con ella para hacer una asociación vecinal. No pudo ser (por fortuna), y no faltaron las voces que clamaban por su derribo.
Ahora permanece cerrada. El dueño actual, que durante muchos años se negó a venderla, ha colgado el cartel de “se vende”, aunque la cifra que pide es desorbitada y escandalosa. No sé qué piensa este señor de su propiedad, pero parece que se siente tan molesto por la vinculación de la venta con un escritor tan magnífico que ha decidido hacer esto con la placa que conmemoraba la unión de Bécquer con el lugar:
La venta no tiene ningún valor arquitectónico ni monumental, y está feísima pintada de amarillo albero, pero el valor sentimental e histórico está claro, al menos para quienes sean capaces de mirar más allá de sus propias narices.
Hasta ahora ningún becqueriano puede pagar la suma pedida por el dueño y remodelarla y acondicionarla para hacer un espacio dedicado al autor en una ciudad que parece haber olvidado sus raíces (al menos las que no tengan que ver con Semana Santa) y a sus figuras más representativas. Me pregunto si el destino de este ventorrillo andaluz, casi el último anclaje con Bécquer, será, como ha sucedido con otros tantos edificios sevillanos, ser víctima de una bola de demolición.