Henry Sienkiewicz escribió esta novela entre 1895 y 1896. Poco después, la obra se fue publicando por entregas en el periódico Gazeta Polska de Varsovia. En España, las ediciones más recientes son las de Valdemar y El País. La primera, del año 2000, consta de 672 páginas y cuesta 23 euros. La segunda, con 589 páginas, es más difícil de conseguir.
¿Qué opino yo? (Con destripes históricos):
Quo vadis? es un libro que no olvidaré fácilmente. La película siempre ha sido uno de mis péplum preferidos y no estaba segura de qué me iba a encontrar aquí. Ambas obras son muy distintas y, si bien comparten argumento, el texto de Sienkiewicz es mucho más complejo.
El libro se divide en dos partes, de treinta y cinco y treinta y nueve capítulos respectivamente, y un epílogo. La primera parte es básicamente una novela romántica. Todo comienza con la obsesión enfermiza de Marco Vinicio por Ligia. En ese momento no podemos hablar de amor, pues el tribuno, llevado por un deseo incontrolable, cede a sus impulsos y actúa de la forma más vil en que puede hacerlo un hombre. Incluso pasa por su cabeza maltratar a la muchacha.
Durante toda esta primera parte, Vinicio busca y persigue a la joven y, por ello, comienza a entrar en contacto con el cristianismo. Así se nos introduce en el tipo de vida que llevaban los primeros cristianos. Se analizan las ideas equivocadas que se propagaban sobre ellos y se opone su vida sencilla a las costumbres libidinosas de Roma y a la opulencia de las clases altas romanas.
Es admirable el esfuerzo del autor por reconstruir la Roma anterior al incendio del 64. Se dan nombres de calles y barrios por donde se mueven los personajes y se nos conduce por allí con tanta naturalidad como si realmente estuviéramos presentes en esos lugares. Aparece tal cantidad de zonas que la ciudad queda excelentemente configurada. A lo largo de todo el libro incluso nos vamos familiarizando con muchas de ellas.
Marco Vinicio es el personaje principal, pero junto a él está Petronio, que aporta siempre un punto de vista distinto y original. Es, quizás, el mejor personaje de la novela, un esteta que hace de la belleza su modo de vida, pero que no reniega nunca del sarcasmo y de las disputas dialécticas. Petronio es uno de los que existieron realmente. Si os gustan esos personajes con un punto de mala leche, disfrutaréis muchísimo con este. Os aseguro que es magnífico hasta el final, sobre todo al final.
No obstante, él no es el único secundario complejo, ya que en este libro los secundarios son muy relevantes y están muy bien perfilados. El propio Nerón y sus prosélitos, además de Popea, forman parte fundamental de la trama, tanto en la primera parte como en la segunda. El César se configura como una personalidad caprichosa, voluble y hasta manipulable. Se muestra orgulloso, extravagante y preocupado sobre todo de sí mismo y de lo que él denomina su arte. Quizás no todos los hechos que se dan en el libro sucedieran así en realidad, pero sí que he descubierto algunos datos muy interesantes que forman parte de la Historia, como la fantochada de matrimonio de Nerón con Pitágoras y los crímenes del César. Además, la política y los hábitos romanos del período en que se desarrollan los hechos son exhibidos con habilidad, no como mero marco escénico, sino como parte integrante de la rutina cotidiana de los participantes en la acción. Es una de las novelas en las que con más facilidad me he introducido en el mundo que describe.
En la primera mitad ya vamos observando la evolución de Marco Vinicio, la mejor llevada en toda la obra. La obsesión por Ligia lo conduce a un mundo desconocido para él y poco a poco se produce una transformación del todo impensable al principio, narrada paso por paso. Es uno de los cambios psicológicos y emocionales mejor establecidos que he encontrado en literatura. Independientemente de lo que nos parezca hacia dónde se encamina Vinicio, todos sus sentimientos están desgranados de tal forma que resulta un ser redondo. Tal vez parezca que pierde su fuerza y su carácter, pero creo es al principio cuando se presenta como un hombre simple para después, con sus dudas, su espiritualidad, su esperanza y su desánimo, convertirse en un ser humano completo. Lo que más me gusta es cómo Sienkiewicz es capaz de mostrar con gran maestría la diferencia entre un anhelo egoísta, posesivo y sensual y el amor.
Ligia, sin embargo, es el rol más plano. Es prácticamente perfecta desde el principio, pero, por suerte, el peso del argumento no recae sobre ella.
La segunda parte es radicalmente distinta. Si la primera casi se acerca a la novela rosa, la segunda es pura tragedia. Os puedo garantizar que nunca, en toda mi vida, lo he pasado tan mal leyendo un libro.
Sabía lo que iba a suceder, pero no el grado de precisión con el que se describe y la magnitud que alcanza. Sé que soy fácilmente impresionable, pero diría que jamás me había impactado tanto una novela. Analizándola posteriormente he llegado a la conclusión de que tal vez se deba no sólo a la intensidad y el salvajismo de los actos que se cometen, sino a saber que pudieron haber sido reales.
Los fundamentos cristianos salen reforzados frente al desenfreno y la locura de Roma. No diría exactamente que la novela cae en el proselitismo, pero se acerca. Con todo, es obvio que debe ser así para que el drama que se avecina sea mayor, ya que la inocencia y pureza de los cristianos agudiza el impacto de lo que sucede. Todo está dispuesto para que pensemos que a lo largo de los siglos muchos mal llamados cristianos han enlodado con actos abominables un culto noble que predica el amor, la misericordia y la humildad. De hecho, en la propia obra se puede ver que el cristianismo se desvirtúa con facilidad: para Crispo, prima el castigo; para Pedro y Pablo de Tarso, el perdón.
Una de las mejores partes es la del incendio de Roma. En realidad se duda mucho de que Nerón fuera el responsable del mismo, pero en este texto se le atribuye toda la culpa, y funciona muy bien como recurso literario ver al César entonando versos sobre la destrucción de la gran ciudad cuando esta arde a sus pies, muchos ciudadanos han muerto, la gente ha perdido sus posesiones, los criminales campan a sus anchas y algunos se han dado al pillaje. Es un momento tremendo y sublime en el que los vellos acaban poniéndose de punta.
El libro se divide en dos partes, de treinta y cinco y treinta y nueve capítulos respectivamente, y un epílogo. La primera parte es básicamente una novela romántica. Todo comienza con la obsesión enfermiza de Marco Vinicio por Ligia. En ese momento no podemos hablar de amor, pues el tribuno, llevado por un deseo incontrolable, cede a sus impulsos y actúa de la forma más vil en que puede hacerlo un hombre. Incluso pasa por su cabeza maltratar a la muchacha.
Durante toda esta primera parte, Vinicio busca y persigue a la joven y, por ello, comienza a entrar en contacto con el cristianismo. Así se nos introduce en el tipo de vida que llevaban los primeros cristianos. Se analizan las ideas equivocadas que se propagaban sobre ellos y se opone su vida sencilla a las costumbres libidinosas de Roma y a la opulencia de las clases altas romanas.
Es admirable el esfuerzo del autor por reconstruir la Roma anterior al incendio del 64. Se dan nombres de calles y barrios por donde se mueven los personajes y se nos conduce por allí con tanta naturalidad como si realmente estuviéramos presentes en esos lugares. Aparece tal cantidad de zonas que la ciudad queda excelentemente configurada. A lo largo de todo el libro incluso nos vamos familiarizando con muchas de ellas.
Marco Vinicio es el personaje principal, pero junto a él está Petronio, que aporta siempre un punto de vista distinto y original. Es, quizás, el mejor personaje de la novela, un esteta que hace de la belleza su modo de vida, pero que no reniega nunca del sarcasmo y de las disputas dialécticas. Petronio es uno de los que existieron realmente. Si os gustan esos personajes con un punto de mala leche, disfrutaréis muchísimo con este. Os aseguro que es magnífico hasta el final, sobre todo al final.
«Ya una vez me dije a mí mismo que no valía la pena pensar en la muerte, pues la muerte piensa en nosotros sin necesidad de que vayamos en su ayuda». |
No obstante, él no es el único secundario complejo, ya que en este libro los secundarios son muy relevantes y están muy bien perfilados. El propio Nerón y sus prosélitos, además de Popea, forman parte fundamental de la trama, tanto en la primera parte como en la segunda. El César se configura como una personalidad caprichosa, voluble y hasta manipulable. Se muestra orgulloso, extravagante y preocupado sobre todo de sí mismo y de lo que él denomina su arte. Quizás no todos los hechos que se dan en el libro sucedieran así en realidad, pero sí que he descubierto algunos datos muy interesantes que forman parte de la Historia, como la fantochada de matrimonio de Nerón con Pitágoras y los crímenes del César. Además, la política y los hábitos romanos del período en que se desarrollan los hechos son exhibidos con habilidad, no como mero marco escénico, sino como parte integrante de la rutina cotidiana de los participantes en la acción. Es una de las novelas en las que con más facilidad me he introducido en el mundo que describe.
En la primera mitad ya vamos observando la evolución de Marco Vinicio, la mejor llevada en toda la obra. La obsesión por Ligia lo conduce a un mundo desconocido para él y poco a poco se produce una transformación del todo impensable al principio, narrada paso por paso. Es uno de los cambios psicológicos y emocionales mejor establecidos que he encontrado en literatura. Independientemente de lo que nos parezca hacia dónde se encamina Vinicio, todos sus sentimientos están desgranados de tal forma que resulta un ser redondo. Tal vez parezca que pierde su fuerza y su carácter, pero creo es al principio cuando se presenta como un hombre simple para después, con sus dudas, su espiritualidad, su esperanza y su desánimo, convertirse en un ser humano completo. Lo que más me gusta es cómo Sienkiewicz es capaz de mostrar con gran maestría la diferencia entre un anhelo egoísta, posesivo y sensual y el amor.
Ligia, sin embargo, es el rol más plano. Es prácticamente perfecta desde el principio, pero, por suerte, el peso del argumento no recae sobre ella.
La segunda parte es radicalmente distinta. Si la primera casi se acerca a la novela rosa, la segunda es pura tragedia. Os puedo garantizar que nunca, en toda mi vida, lo he pasado tan mal leyendo un libro.
Sabía lo que iba a suceder, pero no el grado de precisión con el que se describe y la magnitud que alcanza. Sé que soy fácilmente impresionable, pero diría que jamás me había impactado tanto una novela. Analizándola posteriormente he llegado a la conclusión de que tal vez se deba no sólo a la intensidad y el salvajismo de los actos que se cometen, sino a saber que pudieron haber sido reales.
«Las gentes, hasta hoy, no habían conocido a un Dios a quien pudiese amar el hombre; de aquí que tampoco se amaran entre ellos mismos. De eso emanaban sus infortunios y sus dolores; porque así como del sol procede la luz, también la felicidad procede del amor». |
Los fundamentos cristianos salen reforzados frente al desenfreno y la locura de Roma. No diría exactamente que la novela cae en el proselitismo, pero se acerca. Con todo, es obvio que debe ser así para que el drama que se avecina sea mayor, ya que la inocencia y pureza de los cristianos agudiza el impacto de lo que sucede. Todo está dispuesto para que pensemos que a lo largo de los siglos muchos mal llamados cristianos han enlodado con actos abominables un culto noble que predica el amor, la misericordia y la humildad. De hecho, en la propia obra se puede ver que el cristianismo se desvirtúa con facilidad: para Crispo, prima el castigo; para Pedro y Pablo de Tarso, el perdón.
Una de las mejores partes es la del incendio de Roma. En realidad se duda mucho de que Nerón fuera el responsable del mismo, pero en este texto se le atribuye toda la culpa, y funciona muy bien como recurso literario ver al César entonando versos sobre la destrucción de la gran ciudad cuando esta arde a sus pies, muchos ciudadanos han muerto, la gente ha perdido sus posesiones, los criminales campan a sus anchas y algunos se han dado al pillaje. Es un momento tremendo y sublime en el que los vellos acaban poniéndose de punta.
El estilo es el de todo un clásico del XIX. Estamos ante una novela histórica, aunque no exactamente como se elabora hoy en día. Los diálogos no son rápidos ni breves. Son ingeniosos, elaborados, a veces hasta extensos, acordes con lo que se puede esperar de cada personaje. Buena parte del peso de la trama está en ellos. La narración y la descripción son muy ricas, cultas pero no agotadoras; todo con la proporción adecuada.
Mi consejo es que os olvidéis de la película, al menos temporalmente, para dejaros llevar por lo que cuenta Sienkiewicz, que difiere mucho de la cinta hollywoodiense, más blanca y simple.
Puntuación: 5 (sobre 5) |