Esta novela se publicó por primera vez en 1874. Los críticos han señalado que el autor se basó en un caso real, el de doña Dolores Valera y Viaña, acaecido en la localidad cordobesa de Cabra en 1829.
Cuando llegó a mano de los lectores, la obra no se vio libre de acusaciones que la tachaban de inmoral, pero a pesar de ello la acogida fue excelente, tanto en España como fuera de ella. Muy pronto se tradujo al inglés, al francés, al alemán, al portugués, al italiano y al polaco.
Actualmente, en España son varias las editoriales que la han publicado: Cátedra (11'30 euros, 360 páginas), Austral (7'95 euros, 224 páginas), Alianza Editorial (9'80 euros, 256 páginas), Debolsillo (8'95 euros, 304 páginas), entre otras.
¿Qué opino yo? (Sin destripes):
Pepita Jiménez es seguramente la obra más conocida de Juan Valera. El tema que trata nos puede parecer hoy por hoy poco novedoso, pero el dominio narrativo del autor, la complejidad psicológica de los personajes, el marco contextual y la evolución misma del argumento otorgan a esta novela un valor incuestionable.
La realidad rural de la Andalucía de finales del siglo XIX le sirve a Valera para desarrollar unos protagonistas que crecen a lo largo de la narración y que nos permiten ver su evolución interna al mismo tiempo que los cambios que experimentan en relación con el entorno que los rodea. Al igual que hizo en Juanita la Larga, el autor detalla las características y fiestas populares de un pequeño pueblo de la Córdoba de la época, depositando en esta descripción los recuerdos de su infancia y bañándolos con una pátina de idealización, pero sin alejarse de las costumbres auténticas y del día a día de las gentes de entonces.
Con todo, el escenario no deja de ser un elemento pictórico que queda en segundo plano para ceder el lugar principal al análisis de los personajes, especialmente de don Luis de Vargas. Es a él a quien más conocemos y a quien mejor se puede comprender por la exhaustividad con la que Valera expone sus pensamientos y sentimientos.
«Lo
que mucho vale, mucho cuesta».
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El libro se divide en tres partes con estilos diferentes. La primera se encuadra dentro del género epistolar. Está escrita, por tanto, en primera persona, y lo que se recoge en ella son las cartas que don Luis manda a su tío detallándole lo reprobable de los modos de vida de los pueblerinos, la belleza de la naturaleza, el fervor religioso que lo sustenta y sus ideas sobre Pepita Jiménez.
Las primeras misivas son, quizás, las más arduas de leer, ya que, dejándose llevar por el misticismo y la fe, repite una y otra vez el amor que siente hacia Dios, la admiración que le causa su obra, el deseo de servir a la Iglesia, etcétera. Aquí, de vez en cuando, don Luis hace referencia a Pepita, observándola y analizándola para saber si podría ser buena esposa para su padre y buena madrastra, pero tanto observa y analiza que pronto comenzamos a notar cambios en las cartas. Las palabras centradas en la muchacha son cada vez más abundantes y halagadoras, y así podemos ver cómo, sin darse cuenta, el joven se ve atrapado entre dos deseos, el sacerdocio y una mujer, y no una mujer cualquiera, sino la que pretende su propio padre.
La segunda parte, titulada Paralipómenos, tiene ya la estructura que suele ser más habitual en las novelas. Está escrita en tercera persona y es donde mejor se observa el carácter de Pepita, ya que hasta entonces sólo la habíamos conocido a través de los ojos de don Luis. Ella, que en un primer momento parece discreta, tranquila y poco interesada en el romance, se descubre extraordinariamente pasional y con una fuerza arrolladora. El amor de Pepita (no diré si es por don Luis o por otro hombre) es incluso egoísta, porque antepone su necesidad de estar con la persona que quiere a los deseos de ésta.
«Yo
amo en usted, no ya sólo el alma, sino el cuerpo, y la sombra del cuerpo, y el
reflejo del cuerpo en los espejos y en el agua, y el nombre y el apellido, y la
sangre, y todo aquello que le determina como tal...».
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La última parte es la más corta y se compone de fragmentos breves de cartas enviadas por don Pedro (padre de don Luis) al Deán para informarle de las consecuencias derivadas de las decisiones que se han tomado.
El estilo que emplea el escritor es culto (aunque incluye algún andalucismo, galleguismo y hasta alguna frase en caló), y como ya comenté previamente, puede hacerse un poco cuesta arriba en las primeras cartas. El Paralipómenos y el epílogo final ganan en fluidez, aunque las referencias a leyendas o mitos de la Antigüedad clásica y a figuras bíblicas y literarias son frecuentes a lo largo de las dos primeras partes. Una edición comentada puede ayudarnos a comprender aquellas que no conozcamos.
La seriedad del aspirante a sacerdote queda contrarrestada con algunos leves toques de humor que vienen de la mano de la actitud desenfadada de don Pedro o a costa de doña Casilda, tía de don Luis. Incluso este último es objeto de alguna chanza en determinados momentos.
Hay otros personajes que enriquecen la narración, como el Vicario; Antoñona, representante del vulgo sencillo y de la clase popular baja, y con un papel trascendental para el desarrollo de los acontecimientos; y Currito, primo del protagonista, aunque muy lejos en importancia de los demás.
¿Qué hará don Luis? ¿Caerá rendido ante Pepita olvidando todos sus ideales o se entregará finalmente a la Iglesia? ¿Amará ella a otro hombre destrozando el corazón del joven seminarista o se enamorará de él y tratará de arrancarlo de manos del mismísimo Dios? ¿Traicionará don Luis a su padre?
Puntuación: 4 (sobre 5) |