¿De qué va?:
Mark Thackeray, un ingeniero negro sin trabajo, acepta un empleo como profesor de un grupo de estudiantes bastante conflictivos en una escuela de la periferia de Londres. Sus alumnos son insolentes y groseros, pero en el fondo no tienen malos sentimientos. Al principio intenta ganarse su confianza utilizando los métodos tradicionales, pero fracasa tan estrepitosamente que no tendrá más remedio que recurrir a otras fórmulas. (FILMAFFINITY).
Las películas que giran en torno a la enseñanza siempre me han gustado, aunque ésta, pese a ser un clásico, no la había visto hasta ahora, y no me ha decepcionado. Este tipo de historias han formado un subgénero propio dentro del cine. La que dio inicio a ello fue Adiós, Mr. Chips en el año 1939, y a día de hoy tenemos una extensa lista.
Rebelión en las aulas es una producción bien planteada, interesante y amena, pero hay que entenderla dentro de su contexto histórico, social y cultural, ya que si pretendemos verla desde una perspectiva actual, la encontraremos muy desfasada, especialmente en cuanto a la situación de la mujer. En este aspecto, nos da dos visiones diferentes: por un lado, la mujer, igual que el varón, tiene puestos de responsabilidad en el campo laboral, como las profesoras que trabajan en el colegio de nuestro protagonista, Mark, pero por otro, el propio profesor trata de inculcar a sus alumnas la educación adecuada para conseguir un marido, ya que según él esto es lo que les interesará y la competencia será dura. Como digo, este aire rancio es comprensible en el contexto en el que se realizó el rodaje, y pese a todo, algunos consejos vertidos en cuanto a moralidad, normas de convivencia, higiene y respeto vienen muy bien a los jóvenes que aparecen en la cinta (y probablemente no vendrían mal en algunos de nuestros institutos).
Durante el metraje se oponen dos tipos de profesores. Uno de ellos es el que, ante la rebeldía de los estudiantes, da la batalla por perdida y opina que todo se resolvería mediante la violencia si ésta estuviera permitida. El otro está representado por el personaje de Sidney Poitier. Él es quien más sufre el ataque de los alumnos, y al mismo tiempo que el espectador siente pena por él, él asegura que lo que puede sentir por esos jóvenes que disfrutan haciéndole sufrir no es otra cosa que lástima. Con Mark Thackeray vemos la empatía de un profesor que es capaz de mirar más allá de lo que tiene delante, pero no hay que confundir esa empatía con exceso de amabilidad. Thackeray es duro porque así tiene que serlo, poco amable cuando lo exigen las circunstancias, pero respetuoso y comprensivo. Siempre encuentra la palabra más adecuada en cada momento, aunque para ello deba responder incluso preguntas que no son agradables, por ejemplo referidas a su color de piel.
Y es que al mismo tiempo que se plantean las cuestiones acerca de la enseñanza de los jóvenes, queda expuesto también sobre el tablero el tema del racismo. Thackeray es negro y tiene que aguantar algunas bromas pesadas sobre ello y situaciones algo tensas. Para mostrar cómo evoluciona el pensamiento de la clase sobre ese asunto se acude también a la situación familiar de un alumno mestizo.
Desconozco cómo era el sistema educativo inglés de los años 60, pero algunas de las ideas que recoge la película serían impensables a día de hoy en nuestra sociedad. Por ejemplo, cuando Thackeray ve que, pese a seguir el temario, no logra enseñar nada, deja de lado la materia para centrarse en normas de conducta. Un docente actual no puede hacer eso, ya que debe cumplir una programación a rajatabla, y si tuviese la mala suerte de encontrarse en su carrera con alumnos problemáticos, ojalá pudiera funcionar el sistema que Sidney Poitier adopta en esta producción y que lo simplifica todo: os voy a tratar como adultos; tú, compórtate como un hombre; tú, compórtate como una mujer.
No obstante, en la cinta queda muy bien, y la mayoría de las respuestas de Thackeray son tremendamente coherentes, logrando así meter a los más rebeldes en vereda y mostrar unos valores dignos en su mayoría de ser tenidos en cuenta.
La estética, los escenarios, el vestuario y la banda sonora son sesenteros, todo coherente con la época en la que se hizo. El tema principal corrió de la mano de la cantante Lulu, que aparece también actuando como una de las díscolas alumnas. Por lo general, la música resulta agradable y se combinan temas lentos con otros más rápidos. Y qué puedo decir, si soy una entusiasta de lo retro…
Sidney Poitier está estupendo en su papel, pero este actor ya me tenía ganada desde Adivina quién viene esta noche. En Rebelión en las aulas le vemos oscilar entre el desánimo y la esperanza, entre la impotencia y la firmeza, y protagoniza alguna que otra escena emotiva.
En resumen, se trata de una película muy entretenida y de la que se pueden extraer algunas enseñanzas a pesar del tiempo transcurrido y de lo arcaico de algunas de sus ideas. Es curioso que después de tantos años pocas cosas hayan cambiado en las aulas.
Rebelión en las aulas es una producción bien planteada, interesante y amena, pero hay que entenderla dentro de su contexto histórico, social y cultural, ya que si pretendemos verla desde una perspectiva actual, la encontraremos muy desfasada, especialmente en cuanto a la situación de la mujer. En este aspecto, nos da dos visiones diferentes: por un lado, la mujer, igual que el varón, tiene puestos de responsabilidad en el campo laboral, como las profesoras que trabajan en el colegio de nuestro protagonista, Mark, pero por otro, el propio profesor trata de inculcar a sus alumnas la educación adecuada para conseguir un marido, ya que según él esto es lo que les interesará y la competencia será dura. Como digo, este aire rancio es comprensible en el contexto en el que se realizó el rodaje, y pese a todo, algunos consejos vertidos en cuanto a moralidad, normas de convivencia, higiene y respeto vienen muy bien a los jóvenes que aparecen en la cinta (y probablemente no vendrían mal en algunos de nuestros institutos).
«Siempre tenemos que aprender, no importa quién nos lo enseñe». |
Durante el metraje se oponen dos tipos de profesores. Uno de ellos es el que, ante la rebeldía de los estudiantes, da la batalla por perdida y opina que todo se resolvería mediante la violencia si ésta estuviera permitida. El otro está representado por el personaje de Sidney Poitier. Él es quien más sufre el ataque de los alumnos, y al mismo tiempo que el espectador siente pena por él, él asegura que lo que puede sentir por esos jóvenes que disfrutan haciéndole sufrir no es otra cosa que lástima. Con Mark Thackeray vemos la empatía de un profesor que es capaz de mirar más allá de lo que tiene delante, pero no hay que confundir esa empatía con exceso de amabilidad. Thackeray es duro porque así tiene que serlo, poco amable cuando lo exigen las circunstancias, pero respetuoso y comprensivo. Siempre encuentra la palabra más adecuada en cada momento, aunque para ello deba responder incluso preguntas que no son agradables, por ejemplo referidas a su color de piel.
Y es que al mismo tiempo que se plantean las cuestiones acerca de la enseñanza de los jóvenes, queda expuesto también sobre el tablero el tema del racismo. Thackeray es negro y tiene que aguantar algunas bromas pesadas sobre ello y situaciones algo tensas. Para mostrar cómo evoluciona el pensamiento de la clase sobre ese asunto se acude también a la situación familiar de un alumno mestizo.
Desconozco cómo era el sistema educativo inglés de los años 60, pero algunas de las ideas que recoge la película serían impensables a día de hoy en nuestra sociedad. Por ejemplo, cuando Thackeray ve que, pese a seguir el temario, no logra enseñar nada, deja de lado la materia para centrarse en normas de conducta. Un docente actual no puede hacer eso, ya que debe cumplir una programación a rajatabla, y si tuviese la mala suerte de encontrarse en su carrera con alumnos problemáticos, ojalá pudiera funcionar el sistema que Sidney Poitier adopta en esta producción y que lo simplifica todo: os voy a tratar como adultos; tú, compórtate como un hombre; tú, compórtate como una mujer.
No obstante, en la cinta queda muy bien, y la mayoría de las respuestas de Thackeray son tremendamente coherentes, logrando así meter a los más rebeldes en vereda y mostrar unos valores dignos en su mayoría de ser tenidos en cuenta.
La estética, los escenarios, el vestuario y la banda sonora son sesenteros, todo coherente con la época en la que se hizo. El tema principal corrió de la mano de la cantante Lulu, que aparece también actuando como una de las díscolas alumnas. Por lo general, la música resulta agradable y se combinan temas lentos con otros más rápidos. Y qué puedo decir, si soy una entusiasta de lo retro…
Sidney Poitier está estupendo en su papel, pero este actor ya me tenía ganada desde Adivina quién viene esta noche. En Rebelión en las aulas le vemos oscilar entre el desánimo y la esperanza, entre la impotencia y la firmeza, y protagoniza alguna que otra escena emotiva.
En resumen, se trata de una película muy entretenida y de la que se pueden extraer algunas enseñanzas a pesar del tiempo transcurrido y de lo arcaico de algunas de sus ideas. Es curioso que después de tantos años pocas cosas hayan cambiado en las aulas.
Puntuación: 3 (sobre 5) |