Los últimos días de Pompeya

24/03/2014

     Edward G. Bulwer-Lytton escribió este libro en 1834. En España han sido varias las ediciones publicadas a lo largo de los años. A día de hoy está a la venta una de la editorial Planeta. Su precio es de 19 euros, y consta de 424 páginas. 
     Hace un tiempo, El País sacó una colección de novela histórica. Uno de los títulos fue éste, y todavía pueden encontrarse algunos ejemplares en ferias y librerías de segunda mano y ocasión por unos tres o cuatro euros.
     Ha sido llevado al cine y a la televisión en diversas ocasiones.

¿De qué va?:

     Pompeya, año 79 d. C. Glauco, un joven y rico ateniense, disfruta de sus bienes y costumbres en compañía de sus amigos. Un día conoce por casualidad a una hermosa muchacha, Iona, pero el azar quiere que se separen sin que sepa cómo hallarla de nuevo. Cuando descubre dónde reside, la visita y el amor surge entre ambos. Sin embargo, el pérfido Arbaces, sacerdote de Isis temido por muchos, pretende hacer de ella su esposa. Ante tal situación, los dos enamorados deben enfrentarse a un gran número de adversidades en una ciudad destinada a un terrible final.


¿Qué opino yo? (Sin destripes): 
      
     Este libro me ha dejado un sabor agridulce, porque tiene cosas que me han gustado mucho y otras que no tanto. Prefiero empezar con las primeras para que nadie decida descartarlo rápidamente.

     Los últimos días de Pompeya tiene un valor histórico y social claro, no sólo por ser una de las primeras novelas históricas propiamente dichas, sino porque resulta una mezcla entre dos épocas que para nosotros ya son pasado. El autor no se limita a hacer un retrato de la Pompeya anterior a la erupción del Vesubio, sino que realiza algunas comparaciones con la realidad existente en su propio siglo, lo que confiere al texto mayor riqueza. Sin embargo, Bulwer-Lytton no abusa de este recurso para que no nos sintamos alejados del contexto que verdaderamente importa en el libro: Pompeya en el año 79 d.C. 


«Quien se ha enamorado muchas veces no ha amado nunca. Sólo hay un Eros, aunque existen muchas imitaciones de su persona».


     El recorrido por la ciudad romana es impresionante. Se describe con todo detalle la estructura de la urbe; la arquitectura de sus casas, sus templos y sus edificios más emblemáticos; las religiones y cultos más populares y el desarrollo del cristianismo; además de las costumbres cotidianas, como la asistencia a las termas, al mercado o al anfiteatro. Lo mejor es que el escritor no deja el argumento en segundo plano para hacer un estudio exhaustivo sobre estas cuestiones, sino que se aprovecha de él para, a través de los personajes y sus acciones, presentarnos todo lo que he mencionado.

     Aunque ya conocía algunos datos que aparecen en la obra, he descubierto muchos otros.

     Tal como está estructurado el libro, tenemos tiempo para conocer minuciosamente todo lo expuesto más arriba, ya que el desastre del Vesubio tarda en suceder. No obstante, el autor da algunas pinceladas a lo largo del texto que sirven como preludio de la tragedia.


«La vergüenza no es el resultado de la pérdida de la estima ajena, sino de la que nos debemos a nosotros mismos».


     Quizá algunos fragmentos puedan parecer algo proselitistas, pero a pesar de ello, aunque la religión cristiana salga reforzada frente al culto de Isis, no se dejan de remarcar errores cometidos por los cristianos.

     En el lado negativo de la balanza están los personajes principales. Glauco e Iona son lo más soso que me he encontrado en mucho tiempo, y su amor es tan empalagoso como poco creíble. No estoy desvelando nada con esto, puesto que se conocen en las primeras páginas de la novela y el enamoramiento es prácticamente inmediato.


«La maldición que padecen los sensualistas consiste en no poder amar hasta que su deseo de placer comienza a debilitarse; su juventud ardiente se dilapida en incontables deseos, pero su corazón queda vacío».


     Curiosamente, ambos son de ascendencia ateniense. Al principio los dos prometen más de lo que luego dan de sí. Glauco, que parece tener un cierto vacío interior motivado por la nostalgia de su tierra, comienza a vivir únicamente para alabar a Iona, esté ella presente o no. Al final es difícil no cansarse de tanto elogio, y es que apenas habla de otra cosa.

    En cuanto a ella, el autor la describe como una mujer excepcional de la que se enamoran todos los hombres por su belleza, su inteligencia y su espíritu superior, pero cuando hace acto de presencia, no veo esa inteligencia ni la superioridad por ningún lado, y es más fácil hacerla caer en un engaño que a cualquier otro personaje.

    Más interesante me parece la esclava ciega enamorada de Glauco, Nydia, aunque por algunos de sus actos tampoco puedo simpatizar con ella.

     El malo, Arbaces, representa la hipocresía y, según él mismo explica, la falsedad de las creencias religiosas. Algunos pasajes sobrenaturales están ligados a él, y la verdad es que me hubiera gustado que se explicara cómo hace ciertos trucos, pero se nos deja con la duda.


«La benevolencia es un deber para todo el que aspira a la sabiduría».


     A pesar de lo mucho que, para mí, dejan que desear los personajes, lo que les sucede me ha intrigado y gustado, y hay momentos de verdadera tensión: asesinatos, secuestros, enfrentamientos en el anfiteatro, etcétera.

     El estilo no es complejo, pero en ocasiones el escritor usa expresiones o frases ampulosas que al lector actual pueden resultarle excesivamente barrocas y artificiales.

     Quien se anime a leer Los últimos días de Pompeya tiene que tener en cuenta que se aleja de las formas habituales en la novela histórica actual y que no deja de ser una obra del siglo XIX.

Puntuación: 3 (sobre 5)
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