El tiempo entre nosotros

24/04/2013

     Esta novela de Tamara Ireland Stone fue publicada en España en 2012 por la editorial B de Blok. Consta de 316 páginas y, aunque en principio parecía que iba a ser una obra autoconclusiva, la autora se encuentra inmersa en la escritura de un segundo volumen, cuyo título en inglés es Time after time. El tiempo entre nosotros está a la venta en las librerías españolas por 17 euros.

¿De qué va?: Anna Greene es una joven atleta que sueña con viajar por el mundo. Una mañana de 1995 observa a un extraño chico que no deja de mirarla y que se esfuma sin dejar rastro. Sin embargo, pronto vuelve a encontrarse con él, aunque éste parece no reconocerla. El muchacho, Bennett Cooper, pertenece en realidad al año 2012 y es un viajero en el tiempo. Posee un secreto que le une a Anna y que ella misma desconoce. A pesar de tener el tiempo en su contra, no pueden evitar sentirse atraídos, pero Bennett puede desaparecer en cualquier momento.

¿Qué opino yo? (Sin destripes): Desde siempre he sido una apasionada de los viajes en el tiempo, lo que hace que lea prácticamente todo lo que cae en mis manos sobre este tema. Eso me llevó hasta esta novela, y la conclusión que saco después de su lectura es que quien quiera entretenerse con la historia de un romance juvenil disfrutará con el libro, pero al que le interese la parte de los viajes temporales quedará decepcionado.

     Me resulta muy difícil hacer esta crítica sin spoilers, pero voy a intentar  explicar el fallo principal de esta obra sin exponer los hechos a los que me refiero ni dar los nombres de los implicados en los mismos. Cuando el tema que se pone sobre el tapete gira en torno a los viajes en el espacio-tiempo, hay que tener muchísimo cuidado, porque fácilmente se puede caer en profundos errores incoherentes. En este caso se nos presenta a un personaje que en el año 2011 trata de influir en alguien de 1995 para que en ese pasado (años 90) cambie algo y la línea temporal que sigue hasta 2011 sea diferente de la que vivió esa persona de 2011. Ahora bien, si el habitante de 1995 introduce un cambio en lo que se supone que debía ocurrir, todo lo que conducía a la persona de 2011 a querer cambiar la situación no se daría, ya que todo hubiese sido distinto debido al cambio. Entonces, no llegaría a suceder el momento en que el personaje de 2011 quisiese influir de esa misma forma en el de 1995, con lo cual éste no podría introducir modificaciones en su tiempo, y aquí tenemos la paradoja temporal.


          «La vida es una aventura intrépida o no es nada».

     
     Espero que se me haya entendido, que sé que es un poco complicado. Esto puede dar lugar a un debate apasionante, ya que según se mire o según quién lo interprete, quizás podrían entrar en juego incluso realidades paralelas. El caso es que tal como está planteada la novela y por cómo se soluciona el final, para mí no tiene sentido. Y no puedo quedarme en la superficie pasando por alto esto para evaluar la obra sólo por la historia de amor, que, por otro lado, es bastante típica.

     Anna es una chica aburridamente normal, ni heroica, ni excesivamente torpe, ni excesivamente lista, ni excesivamente guapa… Tiene la manía (o más bien la autora a través de ella) de recopilar mentalmente todo lo que va sucediendo, de manera que terminamos leyendo sobre los mismos acontecimientos varias veces. Es tenaz, decidida y soñadora, y entre sus aficiones están el deporte, la música y viajar. En una ocasión determinada y movida por las circunstancias llega a cometer una gran insensatez relacionada con el don de Bennett.

     Éste, por su parte, tampoco es que sea muy especial, salvo por su capacidad para trasladarse en el espacio-tiempo, aunque la explicación que Tamara Ireland da al respecto no es nada convincente; el chico simplemente se imagina en otro lugar y aparece allí, sin más. Por lo demás, es un joven educado, atento y también aficionado a la música. Muestra más madurez que  Anna y una mayor consciencia de las consecuencias de sus actos, pero resulta demasiado complaciente con ella.

     Como viene siendo la moda últimamente, el texto está escrito en primera persona con lenguaje y estilo muy sencillos, y al estar narrado a través de los ojos de Anna, tenemos que leer más de una vez lo bien torneados que están los músculos de Bennett, lo guapo que es, lo encrespado que está su pelo, lo viril de su olor y lo mucho que a esta muchacha le encanta la curva de su cadera. Este es el tipo de cosas que no me gustan y a las que yo llamo conflictos hormonales. Creo que es un recurso fácil para llamar la atención y que es totalmente innecesario. Existen muchísimas novelas juveniles que cuentan historias de amor preciosas sin necesidad de caer en esta clase de tópicos, aunque ésta es sólo mi humilde opinión.



«¿No vas a decirme qué hiciste para merecer estar en esta versión helada del infierno?».

     
     Pero no todo es malo; la historia me entretuvo, y el misterio que rodea a Bennet y a sus secretos está muy bien planteado, ya que él se hace de rogar para revelar la verdad y va escogiendo momentos espaciados entre sí para ir confesando poco a poco lo que oculta. Eso hace que estemos expectantes y se haga difícil soltar el libro.

     El final, en lo que se refiere a los protagonistas, se puede considerar cerrado, pero si la autora quiere dar una continuación (como de hecho está haciendo), el desenlace se presta a ello perfectamente. La historia de los secundarios queda un poco en el aire, pero me imagino que la retomará en el segundo libro.

Puntuación: 2 (sobre 5)
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